Globalización (II)



La señora, a la que siendo benévolos se le podría definir como de mediana edad, deambulaba por los pasillos del supermercado arrastrando la cesta en la que se amontonaba el fruto de su compra.

Daba la vuelta a una estantería en busca de la sección de charcutería, cuando de repente se topó con una figura que le ofrecía, en ademán aparentemente amistoso, un pequeño cuenco con una cuchara de plástico y una pasta de aspecto y color indefinidos en su interior.

-¿Desea probar el schluss? -la interpeló ésta con un extraño y chirriante acento-. Es una especialidad de Naamún, famosa en todo el sector de Sirio. Está elaborado exclusivamente con vegetaloides endémicos del planeta, por lo que cuenta con certificación vegana y también como alimento ecológico respetuoso con las emisiones de gases de efecto invernadero, ya que los vegetaloides son anaerobios. Lo importamos en exclusiva para la Tierra, y este supermercado ha sido elegido como uno de los centros piloto para darlo a conocer.

La interpelada se quedo perpleja no tanto por la parrafada, de la que no había entendido la mayor parte, sino por el exótico aspecto de su interlocutor, remotamente parecido a un langostino de talla humana con un caparazón de tonos purpúreos y cuatro pares de patas articuladas, los dos inferiores oficiando de piernas y los dos superiores como brazos, uno de los cuales había extendido frente a ella sosteniendo el cuenco con lo que parecían ser unas pinzas.

Pensaba, sin duda, que las promociones publicitarias recurrían a prácticas cada vez más extravagantes, como cuando se había visto sorprendida en otro supermercado del barrio por un vendedor -o vendedora, vete a saber- disfrazado de Darth Vader, con espada láser incluida, ofreciendo a los clientes unos nuevos pastelitos de sabor galáctico.

Pero, para su sorpresa, constató que su interlocutor, con cerca de dos metros de altura sin contar la cimbreante cola, no podía ser en modo alguno un figurante disfrazado; era imposible que cupiera nadie en esa estructura corporal, y las extrañas articulaciones eran de todo punto incompatibles con la anatomía humana. Y tampoco parecía tratarse de algún tipo de artilugio mecánico...

El vendedor, incomodado por la falta de respuesta, insistió:

-Pruébelo, le aseguro que está exquisito. Además, con la oferta de promoción tiene un precio muy competitivo -añadió al tiempo que le acercaba la mano-pinza con el cuenco.

La pobre no pudo más y, soltando un gritito -hasta la voz se le había paralizado-, dio media vuelta y huyó despavorida, lo que casi provocó que derribara una pila de cajas de mantecados, dejando abandonada la cesta con la compra.

-Ya decía yo que esto no iba a dar resultado -se lamentó con amargura el crustáceo alienígena abatiendo las antenas-. Por mucho que se empeñen los directores de ventas, este planeta sigue estando demasiado atrasado para intentar abrir en él nuevos mercados. Pero no, no son ellos los que vienen a estos andurriales a intentar convencer a los nativos para que compren nuestros productos, somos los pobres pringados los que tenemos que comernos el marrón mientras ellos siguen cómodamente sentados en sus despachos. ¿Y ahora qué hago yo con las tres toneladas de schluss que traje en la nave espacial, si no he conseguido vender ni una sola lata? Y por si fuera poco -añadió mirando de soslayo el arcón que tenía al lado, repleto de marisco congelado-, ni siquiera estoy seguro de que las aficiones gastronómicas de esta gente no vayan por otro lado más peligroso para mí.

Pero viendo que se acercaba otro cliente potencial, en esta ocasión un joven de aspecto un tanto pijo, irguió las antenas y, adoptando la pose que le habían enseñado en el cursillo de capacitación, le ofreció el cuenco al tiempo que repetía la misma cantinela.


Publicado el 16-1-2022