Inspiración
En un lugar de la galaxia, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un robot ...
Desconecté el reproductor neuronal y pregunté a Krull:
-¿De dónde has sacado esto?
Mi pregunta era retórica, por supuesto, pero él la interpretó en sentido literal. Poniéndose ligeramente de color vergüenza -nos conocíamos demasiado bien para que conmigo le valiera fingir-, respondió:
-Me he inspirado en un libro que encontré en un planeta del Borde, bastante atrasado y recién incorporado a la Federación... nadie lo conoce por aquí, e incluso en su mundo originario son muy pocos los que todavía lo recuerdan aunque al parecer llegó a alcanzar bastante fama en su momento; pero no lo he copiado, mi versión es completamente original.
Yo sabía perfectamente lo que mi amigo entendía por inspirar, lo que no le había impedido convertirse en uno de los autores más famosos de todo el sector; pero, claro está, no iba a denunciar su afición al saqueo de clásicos olvidados, primero por amistad y segundo porque era su agente literario... y la comisión por la venta de sus libros constituía mi principal fuente de ingresos.
Además, para qué negarlo, ningún daño hacía a los autores vivos, ni a los herederos de aquéllos que todavía generaban derechos de autor, ya que siempre se inspiraba en textos suficientemente antiguos y tranquilizadoramente olvidados, cuyos autores originales no iban evidentemente a protestar. Eso sí no los copiaba, en este detalle era sincero, sino que con gran habilidad sabía adaptarlos, dándoles su toque personal, para hacerlos accesibles -y apetecibles- a los poco exigentes lectores actuales.
Bien mirado gracias a él estas vetustas historias gozaban de una segunda vida literaria por más que,-nadie es perfecto, Krull olvidara compartir la gloria, siquiera de forma simbólica, con sus difuntos mentores.
-Es demasiado largo para poderlo leer ahora -me disculpé, aceptando tácitamente su explicación-. ¿No podrías resumírmelo en pocas palabras?
-Está bien -suspiró abatiendo los tentáculos superiores con resignación-. Se trata de un robot que vive en un apartado y atrasado planeta. Lleva allí una vida tranquila y aburrida, y se entretiene leyendo novelas de ciencia ficción. ¿Sabes a qué me refiero?
Asentí.
-Te has inspirado ya en varias de ellas -respondí mordaz-. Eran antiguos libros que hablaban de viajes espaciales, imperios galácticos y cosas así... escritos por lo general en planetas que todavía no habían desarrollado la navegación interestelar ni, en ocasiones, tan siquiera la interplanetaria. Pero los supiste aprovechar bastante bien.
Krull hizo caso omiso de la pulla.
-Resulta que el robot lee tantas novelas que se acaba creyendo lo que se relata en ellas. Se vuelve loco y...
-Un momento -le interrumpí-. ¿Cómo puede volverse loco un robot? Si se desajusta su cerebro positrónico se le manda al taller y...
-Es que en ese planeta los robots han logrado emanciparse convirtiéndose en ciudadanos. ¿Te gusta mi innovación? -sonrió cromáticamente-. Así pues no hay nadie que le pueda mandar al taller, y como él no es consciente de que está loco...
-Bien, el escritor eres tú -concedí con reluctancia; por mucho que me costara reconocerlo, el muy puñetero tenía un instinto infalible para ofrecer a los lectores justo aquello que éstos querían leer-. Continúa.
-El caso es que cree ser uno de esos héroes fantásticos que surcan el universo combatiendo contra emperadores malvados y rescatando doncellas de las garras de espantosos monstruos...
No pude evitar que la risa pusiera a reventar todos mis cromatóforos. Tan sólo en las regiones más bárbaras y atrasadas de la galaxia se sigue dando importancia a la forma física, ya que la diversidad de razas, morfologías y metabolismos era tan enorme a lo largo y ancho de la galaxia que el concepto de monstruo ha quedado reducido desde hace mucho a un olvidado arcaísmo.
-Por supuesto el recurso a los monstruos es deliberado -explicó adivinando mis pensamientos-. Ten en cuenta que quiero resaltar lo absurda y ridícula que es su locura, precisamente es ahí donde radica la gracia de la novela.
Me limité a adoptar un color neutro, guardándome para mí la duda de si esa idea era original suya o si se la habría inspirado también su anónimo e involuntario colaborador.
-Funcionará -me tranquilizó. Y lo malo era que solía llevar razón-. Así pues, se equipa con unas antiguas armas de sus antepasados que encuentra olvidadas en el desván de su residencia, rescata un decrépito yate hiperespacial que estaba a punto de ser desguazado, y se lanza adesfacer entuertos por los planetas vecinos. Lo de desfacer entuertos -aclaró sin que yo se lo preguntara- se me ha ocurrido a mí, ya que le da un toque antiguo bastante original. Claro está -continuó- que lo único que consigue es meter el tentáculo una y otra vez acabando en las situaciones más peregrinas, pero el pobre robot loco no es consciente de que se están riendo y se aprovechan de él, por lo que sigue adelante convencido de que está salvando al universo.
-¿Y no hay nadie de su entorno -la palabra familia, aun dentro de la enorme diversidad de formas que adopta este concepto social en las diferentes culturas galácticas, no me pareció correcta para aplicársela a un robot- capaz de impedirle que cometa esos disparates?
-Sí, claro que los hay, pero no pueden evitar que se escape de su planeta y dé rienda suelta a sus locuras; al final le acabarán encontrando y llevándole de vuelta a su planeta, por supuesto, pero mientras tanto se verá inmerso en muchas aventuras, más que nada porque si no, no habría novela. Pero -su piel adoptó un tono exageradamente formal- tampoco estoy dispuesto a contarte ahora todo, porque quiero que lo leas.
-Lo leeré por completo, no te preocupes; sabes que siempre lo hago. Lo que me choca es que pueda ir solo, vagando de planeta en planeta, sin nadie que lo defienda de las consecuencias de su locura.
-Es que no está solo; el argumento es mucho más complejo que lo que te estoy contando, pero como te empeñaste... -me recriminó tentacular y cromáticamente.
-Déjame adivinar. Lleva un compañero que le sirve de contrapunto e intenta evitar en lo posible sus descalabros... los de ambos.
-Así es -respondió satisfecho-. Se trata de un rústico, otro arcaísmo que he inventado, de pocas luces pero a su manera muy pragmático, al que seduce con promesas de poder y riquezas que, claro está, nunca va a conseguir. Imagínate que incluso llega a prometerle el cargo de gobernador de algún planeta. También he intercalado episodios cortos en la narración principal, para darle así mayor riqueza y profundidad.
-La verdad es que tal como lo cuentas promete -en realidad no era toda la verdad de lo que pasaba por mi mente en aquellos momentos, pero tampoco quería precipitarme antes de haber leído el libro-. Déjame un tiempo para que lo lea y te cuento.
El resto es historia. Pese a mis dudas -no me refiero a las iniciales, sino a las posteriores- acabé recomendando su publicación, más por temor a que el irascible Krull se enfadara y acabara llevando el libro, y con él todos los posteriores, a otro agente literario -que sin duda le recibiría con los tentáculos, seudópodos, pedúnculos, palpos, antenas o cualquier otro tipo de extremidades abiertos-, que por verdadero convencimiento de que fuera tener éxito.
Por suerte para mí me equivoqué por completo y la disparatada historia del robot loco que recorre el universo desfaciendo entuertos -es curioso como esta extraña frase ha cuajado en el lenguaje popular- ha llegado a ser, como es de sobra sabido, uno de los mayores éxitos literarios de la galaxia de todos los tiempos de los que existe registro. Gracias a ello Krull se ha convertido en uno de los especímenes más acaudalados de la mitad de los sectores galácticos, y merced a mi comisión habitual tampoco me ha ido a mí nada mal.
Aunque más de una vez he estado tentado de retirarme, finalmente decidí mantenerme en mi puesto algún tiempo más... al menos hasta que Krull termine la segunda parte del libro que actualmente está escribiendo; siempre y cuando, claro está, no decida escribir también una tercera.
Publicado el 28-11-2019