Manjar de dioses



La inesperada invitación de mi antiguo amigo Spurr para que visitara su granja me suscitó sensaciones encontradas. Por un lado me alegraba su triunfo como empresario, que le había llevado a gestionar una de las principales compañías de elaboración y venta de alimentos ultraestelares, pero por otro no puedo decir que me apeteciera ver a esos inocentes animales cuyo destino no era otro que el sacrificio y el despiece para deleite de nuestros paladares.

Conste que yo soy el primero en degustar con placer estas delicatessen gastronómicas, y por supuesto nada tengo que ver con los exaltados que rechazan comer alimentos obtenidos de seres sintientes -como si fuéramos autótrofos- procedentes de otros planetas ¡e incluso del nuestro!, ni con aquéllos no menos radicales empeñados en denunciar la presunta explotación de los recursos naturales de otros mundos menos agotados que los de Xilio; pero si bien no siento el menor escrúpulo a la hora de comer alimentos elaborados a partir de ingredientes de origen alógeno -en realidad lo único que me frena es su elevado precio-, prefiero no pensar, ni mucho menos ver, en sus precedentes vivos con independencia de que su naturaleza sea animal, vegetal o cualquier otro posible estado intermedio.

Spurr había iniciado su carrera empresarial con un modesto negocio de importación y venta de productos exóticos, especializándose en los alimentos y sus derivados a raíz del descubrimiento del Mundo de Joor que, como es sabido, facilitó la llegada de un importante flujo de carne procedente de los excedentes de población animal que fue preciso erradicar para poder recuperar el equilibrio ecológico del planeta, gravemente alterado por el desaforado crecimiento demográfico de la especie dominante, aunque pronto pasó a criarlos en Xilio con éxito.

Justo esto era lo que quería enseñarme. Finalmente accedí, al fin y al cabo yo también tenía curiosidad, con la condición de visitar los criaderos y las naves de engorde pero no el matadero ni la sala de despiece; no soy remilgado, pero hay espectáculos que no me atraen en absoluto. Él se rió de mis escrúpulos, pero accedió a ello. Así pues, el día convenido fue a buscarme personalmente a mi modesta residencia -los profesores no nos hacemos ricos trabajando- en su flamante deslizador deportivo conducido por él mismo.

-Me alegra que finalmente hayas aceptado venir -fue su cordial saludo-, te aseguro que me encuentro mucho más a gusto contigo que con toda esa camarilla de aduladores agobiándome continuamente. Por cínico que te pueda parecer, envidio tu vida tranquila.

Estoy convencido de que no era consciente de los inconvenientes de la profesión docente, pero entendí lo que quería decirme y estuve de acuerdo con él. Desde luego no me atraía su vertiginoso ritmo de vida ni siquiera a cambio de todos sus millones.

El viaje hasta su factoría no fue largo, principalmente porque su lujoso deslizador disfrutaba de un permiso especial que le permitía utilizar pasillos aéreos reservados que estaban cerrados para el común de los mortales, condenados a padecer los inconvenientes de los habituales atascos. Mientras volábamos conectó el piloto automático pese a que, según me dijo, habitualmente conducía en manual, y estuvimos rememorando nuestros viejos tiempos de estudiantes cuando ambos estábamos lejos de sospechar lo que nos depararía el destino y la manera en que divergieron nuestras respectivas carreras profesionales. Aunque la relación se fue debilitando con el paso del tiempo a causa de nuestros dispares caminos, siempre se mantuvo latente nuestra antigua y franca amistad pese a que fueran tan pocas las ocasiones que tuvimos para ejercerla antes de que nuestros contactos acabaran diluyéndose hasta desaparecer por completo.

-Lamento sinceramente haberte tenido tan abandonado durante estas últimas órbitas -se justificó innecesariamente cuando estábamos llegando a nuestro destino-, pero créeme que no ha sido por voluntad, o mejor dicho por falta de voluntad mía; la gestión de mis negocios me ha tenido tan absorbido que apenas he podido atender a mi vida personal. Ahora que tanto la granja como la planta transformadora y la filial de distribución están más asentadas espero poder dedicarme algo más a mí mismo... y a recuperar mis antiguas amistades -concluyó enfático.

Le respondí que me alegraba y que contara conmigo, pese a que en realidad era bastante escéptico sobre el futuro de nuestra relación de amistad, dado que la distancia que nos separaba era inmensa en todos los sentidos; no obstante apreciaba y agradecía su gesto con independencia de que estuviera convencido de que lo más probable sería que la iniciativa no tuviera continuidad más allá de algún que otro gesto formal.

El aterrizaje del deslizador tuvo la virtud de devolvernos a la realidad. Spurr contaba, huelga decirlo, con una plaza de aparcamiento propia lo suficientemente amplia como para suscitarme envidia al compararla con el exiguo rectángulo en el que mi modesto deslizador se veía literalmente embutido entre los de mis vecinos. Además estaba situada, en clara muestra de autoridad, justo frente a la puerta principal del imponente edificio en el que se encontraban las oficinas de su emporio comercial.

Nos apeamos y, cruzando apenas unos plizs, entramos en el lujoso vestíbulo, montamos en el levitador y subimos hasta la última planta sin que Spurr prestara mayor atención a las muestras de afectación, casi de servilismo, de los empleados con los que nos cruzamos en el camino..

-Tengo en la planta baja un despacho institucional especialmente diseñado para apabullar a los visitantes; pero como tu visita no es ni institucional ni comercial -explicó mi amigo agitando con gesto divertido los quelíceros- prefiero llevarte a mi modesto refugio, que es donde me encuentro realmente cómodo sin necesidad de tanta parafernalia.

Para sus parámetros sería modesto, pero calculé que tendría al menos ciento cincuenta o doscientos plizs cuadrados repartidos entre varias habitaciones amuebladas sin lujo, pero equipadas con todo tipo de comodidades. En el amplio salón un imponente ventanal se abría a la fachada principal permitiendo gozar de unas espléndidas vistas, mientras por la parte trasera una puerta daba acceso a una plataforma de aterrizaje en la que estaba posado un deslizador menos llamativo que el que nos había traído hasta allí, pero en modo alguno corriente. Era evidente que a mi amigo le gustaba vivir bien; y le alababa el gusto.

Me condujo no al salón sino a una sala contigua, mitad despacho mitad biblioteca, invitándome a percharme en uno de los dos cómodos trapecios mientras él se repantigaba en el otro desparramando los tentáculos con gesto indolente. Sin cambiar de postura llamó a un robot camarero que me dio a elegir entre un selecto grupo de bebidas con aspecto de costar cada una de ellas un pedúnculo ocular. Y desde luego, la que yo elegí estaba exquisita.

Pero temo que me estoy extendiendo en divagaciones que poco tienen que ver con el objeto de mi visita. Baste con decir que hablamos distendidamente durante un buen rato, él más que yo, antes de que, tras echar un vistazo al reloj, me propuso empezar la visita antes de que se hiciera demasiado tarde.

Así pues abandonamos su cómodo apartamento descendiendo hasta el vestíbulo del edificio, que abandonamos montándonos en un pequeño vehículo conducido en esta ocasión por un silencioso conductor. Aunque la distancia a recorrer no era excesiva, Spurr se había justificado previamente explicándome la importancia de mantener su estatus, y ejercerlo, de cara a sus empleados.

El recinto albergaba no sólo las dependencias administrativas de la compañía, sino también las granjas y las salas de sacrificio y procesado del ganado ya que, según él, era preferible tenerlo todo a tentáculo evitando así posibles problemas de logística. Y, respetando mis escrúpulos, me llevó directamente a la granja.

Mientras tanto, no paraba de darme explicaciones.

-La principal causa de mi éxito fue darme cuenta a tiempo de que no merecía la pena importar la carne de los especímenes abatidos por los controladores de población de la reserva natural establecida en el Mundo de Joor; llegó a ser tan abundante que su precio cayó en picado a causa del exceso de oferta, y además en muchas ocasiones su calidad dejaba bastante que desear. Por ello me planteé convertirme en propietario de mi propio ganado, importando una partida de machos y hembras reproductores que fueron el origen de la actual cabaña. Esto me permitió criarlos en unas condiciones controladas más favorables para ellos que las de sus congéneres salvajes, lo que redundó en una mejora notable de los productos finales... y de su precio de mercado. Muchos de los que en su día me tildaron de loco hoy se están tirando de los téntáculos -gorgojeó-, y si bien es cierto que corrí un riesgo notable, ya que un fracaso hubiera supuesto mi ruina, por fortuna triunfé; y en definitiva esto es lo único que al final acaba importando -concluyó ufano.

Asentí silencioso, a sabiendas de que mi espíritu empresarial, o emprendedor tal como ahora les ha dado en denominarlo a los políticos, era virtualmente nulo; lo cual no me impedía admirar el arrojo de mi antiguo compañero.

-¿Y no te acabaron imitando? -pregunté al cabo, aunque sabía de sobra que además de su marca había otras en el mercado, si bien ésta seguía siendo puntera.

-Por supuesto; era de esperar y contaba con ello. Pero había cobrado una ventaja sobre mis competidores que supe mantener... hasta hoy. Lograda una calidad comercial difícil de superar incluso para mí, me bastó con mantener una política comercial adecuada; para ello tengo contratados a los mejores gestores y técnicos de venta. Me cuestan caros, pero merece la pena y, con los sueldos que les pago, evito que tengan la tentación de pasarse a la competencia.

Entre tanto habíamos llegado a nuestro destino. El silencioso conductor posó el deslizador y, tras apearse, nos abrió las respectivas puertas a Spurr y a mí. Según pude apreciar, nos encontrábamos frente a una nave de diseño funcional y gran tamaño tras la cual se avistaban varios barracones.

-Bienvenido a Joorlandia -saludó jocosamente al tiempo que con un gesto teatral abría la puerta y se apartaba para dejarme paso.

Bromas aparte, ésta había sido otra muestra de su genio comercial. Joor era el nombre del explorador que había descubierto el planeta, quedando como su denominación oficiosa al tiempo que el explorador pasaba a formar parte de la nómina de empleados de Spurr, embolsándose una jugosa cantidad -al menos eso se decía- a cambio de cederle su uso como marca comercial y los derechos de imagen para promocionar sus productos.

Incluso yo, totalmente indiferente a todo cuanto pudiera tener relación con el ámbito económico y empresarial, había acabado siguiendo con interés la enconada guerra jurídica que sus competidores desataron contra Spurr y sus productos marca Joor, alegando que no se podía registrar comercialmente el nombre de un planeta y todavía menos monopolizarlo. Pero sus abogados, y aquí tampoco había escatimado en medios materiales, lograron demostrar que en realidad el sistema de donde era originario el ganado figuraba en los catálogos estelares con unas asépticas siglas que a efectos legales constituían su denominación oficial, cosa que no ocurría con el apodo coloquial -así lo denominaron- usado en la jerga astronáutica. Además, añadían éstos, la marca no se refería ni al planeta ni a su sistema estelar, sino al nombre del astronauta que casualmente los había descubierto, el cual había cedido sus derechos de explotación a la empresa demandada. De hecho era socio minoritario, con el mínimo de acciones necesarias a su nombre para poderlo justificar legalmente.

Y como la ley sí permitía registrar nombres propios como marcas, los demandantes acabaron con los tentáculos enredados sin poder conseguir nada a favor suyo.

Pero me estoy dispersando. Nos habíamos quedado entrando en la nave. Su interior carecía de lujos, al fin y al cabo era una simple instalación ganadera y no la sede institucional de la empresa, pero no de comodidades tanto para los empleados como para el propio ganado. Spurr no me había mentido, ninguno de sus trabajadores tenía aspecto de estar descontento.

Fuimos recibidos por el capataz, el cual tras los saludos de rigor nos pidió que le acompañáramos. Spurr, olvidándose de su locuacidad, le cedió la iniciativa, pese a que con toda probabilidad conocía tanto o mejor que su empleado lo que iban a mostrarme.

-Ésta es la zona de estabulación y cría -explicó éste-. Aquí -señaló con el tentáculo unos corrales a los cuales nos acercamos- están las hembras fértiles, y en los de más allá mantenemos a las preñadas y a las recién paridas.

-¿Preñadas? -me sorprendí; me sonaba el término de haberlo estudiado en las clases de biología, pero de eso hacía mucho tiempo y no recordaba bien su significado.

-En efecto -intervino Spurr respondiendo a mi mudo gesto de ignorancia-; estos animales son vivíparos, una rareza de la naturaleza que sólo se da en algunos planetas y ni siquiera en la totalidad de su fauna. No ponen huevos como suele ser normal, sino que la hembra retiene al embrión en un órgano especializado del interior de su cuerpo hasta que éste está lo suficientemente desarrollado para ser expulsado al exterior.

Picado por la curiosidad me asomé al corral, fijando mis pedúnculos oculares en ellas. Conocía el aspecto de estos exóticos animales ya que han sido profusamente reproducidos en los medios de comunicación, con su simetría bilateral y la disfuncional distribución de su anatomía externa empezando por sus dos únicos ojos ¡y los dos mirando hacia delante, sin visión trasera ni apenas lateral! incrustados en la cabeza en lugar de encontrarse al final de pedúnculos. El cuerpo, oblongo, contaba tan sólo con dos miembros superiores prensiles y otros dos inferiores motores, todos ellos semirrígidos ya que, a diferencia de nuestros flexibles tentáculos, disfrutaban de movilidad reducida, dado que únicamente podían flexionarse en determinados puntos y sólo de forma parcial.

-Extraños, ¿verdad? -intervino mi amigo-. La evolución resulta a veces bromista; y si te sorprende su aspecto exterior, no veas ya su anatomía interna. El cerebro, el órgano más importante, se encuentra en la parte superior de la cabeza en lugar de estar convenientemente protegido en el interior del cuerpo. Tampoco están separados el aparato respiratorio y el tramo inicial del digestivo, que comparten la cavidad inicial, y lo mismo ocurre con el aparato reproductor y el excretor. ¿Quieres creer que sólo tienen un corazón? Pese a ello, son biológicamente viables.

-Sí lo son -terció el capataz recobrando el protagonismo-, pero a un precio muy alto. Su metabolismo es despilfarrado, ya que mantiene una temperatura corporal constante, lo que les obliga a consumir grandes cantidades de alimentos sólo para mantenerse con vida. Esto hace que sus enfermedades y sus trastornos metabólicos sean frecuentes y por si fuera poco acorta notablemente sus vidas.

-A ello se suma -remachó Spurr- su escasa fertilidad, muy inferior a la de nuestros ovíparos e incluso a la nuestra misma. Las hembras suelen tener una única cría, raramente dos o más, y entre el período de la gestación y el de la crianza, ya que además nacen completamente indefensos, transcurre una fracción significativa de su vida fértil antes de poder hacerlo de nuevo. En consecuencia, cada hembra sólo es capaz de tener un número limitado de crías antes de que su aparato reproductor pierda su funcionalidad.

-Lo que no entiendo -objeté- es cómo con esas condiciones tan desfavorables llegaron a convertirse en una plaga para su propio planeta.

-Es sencillo -respondió el empleado-. En su hábitat eran la especie dominante y no tenían más enemigo natural que ellos mismos; pese a su baja tasa de natalidad y su corta esperanza de vida, no existía ningún obstáculo que los frenara. La reproducción de cualquier especie, con independencia de su prolificidad, sigue siempre una progresión geométrica, y si ésta no se limita acabará tarde o temprano derivando en superpoblación, que es lo que sucedió. Por fortuna ahora estamos nosotros para impedirlo, me refiero claro está a los agentes ecológicos encargados de controlar su número manteniéndolo en una cantidad viable y evitando que vuelvan a reproducirse de manera incontrolada. Por supuesto, aquí las mantenemos apartadas de los machos salvo cuando está programada una fecundación.

-Entiendo... musité viendo como haraganeaban con actitud indiferente.

-Sigamos -propuso el capataz-. Ahora iremos a la sala de parto y crianza. Llamamos así -me explicó ante mi gesto de extrañeza- al proceso de expulsión de la cría recién nacida... el equivalente a romper el cascarón.

Entramos a continuación en una nueva nave cerrada y climatizada -no había, a diferencia de la anterior, ventilación natural- para preservar, según me dijeron, a las delicadas crías. En una sección se encontraban las hembras preñadas con la parte inferior del cuerpo grotescamente hinchada, supuse que por tener todavía a su hijo dentro. A diferencia de las anteriores, éstas yacían inmóviles como si este complicado proceso ¡con lo fácil que es poner huevos! hubiera agotado la totalidad de sus fuerzas.

Al otro lado estaban las recién paridas, sujetando estrechamente a sus pequeñas y repulsivas crías. Pude observar con asombro que éstas se aferraban, con lo que supuse sería la boca, a una de las protuberancias que la madre tenía en la parte frontal de su cuerpo. Ya las había apreciado en las otras hembras, pero ignoraba cual podía ser su misión.

-Veo que le llama la atención la alimentación de las crías -pedipalpeó divertido el capataz-. También se trata de un caso singular del planeta de Joor, aunque no es ésta la única especie que lo utiliza. Las hembras segregan, a través de unas glándulas externas, un líquido que sirve de alimento a las crías hasta que éstas pueden comer el pienso normal.

-Analizamos ese líquido -intervino Spurr-; resultó ser rico en nutrientes, principalmente azúcares y proteínas junto con otros interesantes componentes minoritarios. Las hembras dejan de segregarlo pasado cierto tiempo salvo que vuelvan a tener una cría, por lo que desarrollamos una técnica de estimulación mediante hormonas y medicamentos que permite mantenerlo de forma indefinida. Aunque en estado natural no es compatible con nuestras enzimas digestivas, tras ser sometido a determinados tratamientos se convierte en un ingrediente útil para la elaboración de algunos de nuestros productos. Por esta razón separamos parte de las hembras y las dedicamos a producir el líquido sin necesidad de que queden preñadas de nuevo.

De allí pasamos a la sección de engorde, donde todas las cabezas eran crías en diferentes fases de crecimiento. No había adultos, y no necesité preguntar por la razón de esta ausencia.

Por último, nos dirigimos a la nave donde estaban encerrados los sementales. Mientras cruzábamos el espacio que mediaba entre ambos recintos, mis dos acompañantes me fueron informando de los pormenores.

-Otra diferencia fundamental entre nuestra empresa y las de la competencia -era Spurr quien hablaba- consiste en que ellas suelen recurrir a la inseminación artificial, mientras nosotros siempre hemos preferido el método tradicional; eso sí, seleccionando cuidadosamente a los machos cuando éstos entran en la pubertad. Así nos garantizamos las mejores castas, al tiempo que preservamos una diversidad genética superior a la que se alcanza con un número reducido de sementales, por muy excepcionales que éstos sean. Resulta costoso no sólo por tener que mantener y alimentar a todos esos machos sin ningún otro provecho, sino porque además, al no estar castrados, suelen ser bastante más violentos; pero a la vista de los resultados merece la pena el esfuerzo.

-Tampoco es tan difícil manejarlos -intervino el capataz-; sólo hay que saber hacerlo. A diferencia de los especímenes salvajes recién traídos de su planeta una cuidada selección, así como la correspondiente doma, han hecho que estos machos, aun conservando sus instintos, sean perfectamente manejables. Eso sí hay que mantenerlos aislados para evitar peleas, y también tenemos que tener cuidado para que no dañen a las hembras o a nosotros.

Al entrar en el recinto un penetrante olor hirió mi sentido olfativo. No puedo decir que fuera desagradable, aunque sí extraño y fuerte. Evidentemente provenía de los animales, pese a la de ventilación parecía funcionar correctamente.

-Sí, huelen bastante -me explicaron- a pesar de que los lavamos y limpiamos sus jaulas con frecuencia; nosotros ya estamos acostumbrados, pero a las visitas siempre les sorprende cuando entran aquí.

Haciendo caso omiso del olor, me acerqué a una de las jaulas para observar de cerca al macho adulto que se encontraba recluido en su interior. Aunque no me era posible interpretar su lenguaje corporal, era evidente que me recibía con hostilidad.

-Tenga cuidado -me advirtió el capataz-. Aunque no puede hacerle daño ya que el campo eléctrico perimetral impide que saque las extremidades de la jaula, es probable que intente asustarlo.

Y lo intentó, gesticulando y emitiendo extraños sonidos por el orificio bucal pese a que ya me había apartado. En cualquier caso, había visto lo suficiente. Así lo entendieron mis anfitriones, invitándome a abandonar el desagradable recinto.

-De vez en cuando importamos algunos sementales, y también hembras vivas, para refrescar el patrimonio genético -me explicó mi amigo mientras salíamos, sin duda con ánimo de hacerme olvidar el mal momento que había pasado-. Claro está que siguen siendo salvajes y tenemos que tener mucho cuidado al mezclarlos con nuestro ganado, pero esto nos permite sacar al mercado productos premium que tienen buena acogida y dan prestigio a la marca.

Se detuvo en mitad de la explanada y me preguntó:

-¿Has cambiado de opinión respecto al matadero y las salas de despiece y procesado? Te aseguro que es todo muy aséptico, el proceso está completamente automatizado y no supone trauma alguno verlo. Además, los animales no sufren.

Negué con los pedúnculos, por lo que no insistió y nos encaminamos a la salida.

-La tienda al menos sí querrás verla... más que como punto de venta está pensada para exposición de nuestro catálogo de productos, aunque evidentemente también se pueden comprar. Todas las visitas organizadas terminan allí, más como método de promoción que por beneficio económico. Tenemos también una sección de degustación, y me gustaría que probaras alguna de nuestras especialidades de gama alta que son difíciles de encontrar en el mercado. Estás invitado, por supuesto -concluyó pedipalpeante.

Acepté, primero porque no quería parecer grosero después de mi rechazo a ver el matadero, y segundo porque sentía curiosidad y, ¿por qué no reconocerlo?, porque me apetecía probar esas delicatessen que me había prometido.

Realmente estaban muy buenas, aunque dudaba que mereciera la pena pagar por ellas el dinero que seguramente costaban; aunque estos escrúpulos no contarían para los ricachos para los que estaban pensadas. Mientras las saboreábamos -él y yo, el capataz había vuelto a su trabajo- regadas con un excelente pkull gran reserva que no se quedaba atrás en categoría, retomamos nuestra interrumpida conversación.

-Realmente me sorprende -decía yo- que de unos animales tan... repulsivos puedan obtenerse estas delicias.

-Así es, pero no creas que es sencillo; hay detrás mucha investigación y también mucho arte. Vender la carne sin más es sencillo, son muchos los que lo hacen, pero elaborarla como lo hacemos nosotros no está al alcance de cualquiera -respondió orgulloso.

-Dime -cambié de tema intentando refrescar mis olvidados conocimientos de biología-, ¿cómo es que alimentos procedentes de planetas tan diferentes pueden ser compatibles con nuestro metabolismo? Esto es algo que siempre me ha extrañado.

-No andas descaminado. Aunque la base química de la vida es casi siempre la misma salvo en contadas excepciones, la complejidad de los procesos metabólicos levanta barreras entre nosotros y los animales o las plantas alienígenas. Ten en cuenta que basta con que una enzima o una proteína varíen mínimamente para que no seamos capaces de digerir estos alimentos o, en el peor de los casos, nos resulten tóxicos; de hecho, son muy pocos los que podemos comer directamente. Por esta razón deben ser tratados de manera adecuada, según su procedencia, para que resulten no sólo inocuos, sino también nutritivos y por supuesto agradables de sabor.

Hizo una pausa para ingurgitar un trago de pkull y continuó:

-Aunque quede mal decirlo, puedo asegurarte que en mi etapa de importador desarrollé una notable habilidad para procesar los alimentos alienígenas. Estos métodos son un verdadero arte que no está al alcance de cualquiera, por lo que los resultados, aun partiendo del mismo ingrediente, pueden acabar siendo dispares, y es aquí donde radica la diferencia entre un buen producto y otro mediocre.

Nueva pausa, en esta ocasión para tomar un canapé de ahumado.

-Pese a que mis productos eran por lo general mejores que los de la competencia, cuando empecé a criar mi propio ganado decidí dar un paso más. Recluté a los mejores xenobioquímicos que pude encontrar y les pedí que convirtieran el proceso de compatibilización in vitro en otro in vivo, de manera que la carne de las reses sacrificadas fuera asimilable para nuestros organismos sin necesidad de maceración posterior alguna.

-¿Y lo consiguieron?

-Lo consiguieron -respondió satisfecho-. Costó trabajo y hubo que superar muchas dificultades, pero finalmente se logró. Gracias a una combinación de ingeniería genética, tratamientos hormonales y piensos especialmente tratados, pudimos prescindir de las manipulaciones posteriores que, quieras o no, siempre suponen una pérdida en las propiedades organolépticas. Asimismo, la experiencia lograda nos permitió ampliar nuestra gama de productos incluso a los procedentes de los híbridos de ganado con especímenes salvajes de los que antes te hablé. Por cierto, estás saboreando los resultados.

Que eran excelentes, reconocí paladinamente.

-Quisiera comentarte otra cosa -me atreví finalmente a planteárselo.

-Tú dirás...

-Vaya por delante que no comparto en absoluto sus planteamientos, pero ¿qué opinas de esos grupos animalistas que tanta lata dan con el para ellos injustificable expolio de planetas vírgenes e incluso, como es el caso del Mundo de Joor, de la caza y crianza de seres presuntamente inteligentes para utilizarlos como alimento? Tengo entendido que tus empresas son uno de sus blancos preferidos.

-Así es -suspiró haciendo resonar profundamente sus espiráculos-. Incordian más que un enjambre de phyrículas enfurecidas, pero al igual que ocurre con ellas su capacidad de hacerme daño es muy limitada, por no decir nula; pero he de reconocer que resultan molestos.

-Pero han promovido una campaña de boicot a productos procedentes de animales alienígenas...

-¿Y tú crees que les están haciendo caso? Además sus posibles seguidores, aparte de pocos, no suelen ser hum... digámoslo con sinceridad lo suficientemente pudientes como para poder comprar mis productos, mientras mis potenciales clientes dudo mucho que les presten la más mínima atención. Ten en cuenta que mi marca, aunque es de las más si no la más conocida, no supone un volumen importante en el total de la oferta de estos alimentos, yo produzco calidad pero no cantidad. Así que, en el fondo, a quienes pueden perjudicar más es a los vendedores de sucedáneos mediocres, no a mí. Pero insisto, molestan. En cualquier caso, lo mejor es dejar que se acaben cansando sin caer en sus burdas provocaciones.

-Pero hay un partido que defiende la prohibición...

-¿Te refieres a los alienistas? No sólo son minoritarios, sino que no cuentan con el menor apoyo parlamentario. Constituyen la fracción folklórica de la política, y es bueno que sea así. Mientras estén ocupados en estas nimiedades no se preocuparán por otras cosas. Eso sí, no les entra en el cerebro que la cría en cautividad aporta tan sólo una mínima parte de la producción total, la mayoría proviene del propio planeta y no de cazas indiscriminadas o furtivas, sino de los clareos programados para reducir y controlar la superpoblación. En el fondo les estamos haciendo un favor al evitar que se ahoguen en su propia porquería, como estaba a punto de ocurrir si no hubiéramos llegado a tiempo, pero estos cazurros no son conscientes de ello o, más probablemente prefieren ignorarlo para no perjudicar a sus mercenarios intereses políticos.

-Opino igual que tú, pero dejando aparte a estos exaltados también hay quienes, desde unos planteamientos más digamos... intelectuales denuncian las granjas aduciendo que no es justo criar animales de origen salvaje para comérnoslos.

Spurr tardó en contestar, aprovechando la interrupción para ingerir un par de canapés y apurar el pkull, por lo que pidió al solícito camarero un nuevo envase, en esta ocasión de zwist. Era evidente que se encontraba incómodo, pero ya fuera por educación o bien por autocontrol, me respondió en tono comedido.

-Vamos a ver. Es cierto que estos animales son inteligentes, lo cual no tiene nada de particular porque en mayor o menor medida todos lo son. Hasta un mísero zzumbuc es inteligente a su modo, y a nadie le incomoda matarlo para evitar que le pique.

-Pero...

-Sé a qué te refieres -me interrumpió-. Estos individuos que van de intelectuales aunque lo más habitual es que no lo sean, en realidad a lo que pretenden referirse no es a la inteligencia, sino al raciocinio. Tú, yo, el conjunto de la población de Xilio... bueno, no todos, somos seres racionales. Algunas especies alienígenas lo son también, incluso los desagradables y repulsivos sadritas. Y te puedo asegurar que a mí jamás se me ocurriría convertirlos en alimentos ni, mucho menos, comérmelos.

-Entonces, ¿consideras que los jooritas no son racionales?

-Eso no lo digo yo, eso lo dictaminó el propio Ministerio de Medio Espacial, el único organismo con potestad legal para pronunciarse en un sentido o en el contrario. Cierto es que cuando se les descubrió tenían cierta estructura social e incluso disponían de una tosca tecnología, pero no hace falta salirnos de nuestro propio planeta para encontrar casos similares a los que nadie en su sano juicio atribuiría la condición de especie sapiente. ¿En qué se diferencian?

-Disculpa que insista, pero te aseguro que no pretendo criticarte sino justo lo contrario -porfié-. Aceptando todo esto, y aceptando también que el control de la población joorita era no sólo necesario, sino incluso beneficioso para ellos, ¿cómo justificarías tú, en caso de que te atacaran por ese flanco, su crianza en cautividad? Desde mi punto de vista, lo considero un posible punto débil.

-No legalmente, te lo aseguro; nunca he escatimado a la hora de disponer de la mejor asesoría jurídica posible. Claro está que podrían cambiar la ley, pero no lo creo probable; incluso si los alienistas llegaran al poder, cosa que dudo, estoy seguro de que se olvidarían de estas tonterías. Pero te respondo: si comparas la vida de mis reses con la de sus congéneres salvajes, podrás comprobar que viven mucho mejor y están mucho más cuidadas que ellos. ¿Sabes cómo era su vida en Joor cuando llegaron nuestros exploradores? Estaban a punto de cargarse el planeta. ¿Sabes cómo viven ahora incluso después de las labores de limpieza que todavía no han acabado? Y no se les puede ayudar, ni mucho menos domesticar, puesto que al estar protegidos por la Ley de Planetas Naturales está terminantemente prohibido interferir en su vida salvo en lo relativo al control de la población, que no es poco.

»Además, como ya te dije antes, yo he conseguido aplacar en gran medida sus violentos instintos atávicos responsables de los daños que durante multitud de generaciones estuvieron infligiendo a su planeta. Son muchos los veterinarios y los etólogos que han venido a estudiarlos, ya que si se encontrara una manera de reducir, siquiera en parte, su agresividad innata incluso hacia los miembros de su propia especie, es posible que mis métodos se pudieran aplicar a gran escala en la población salvaje.

-Eso no lo sabía...

-No es ningún secreto, está publicado en revistas especializadas, pero tampoco interesaba demasiado darle divulgación, sobre todo porque estoy seguro de que llegar a conocimiento del gran público saltarían inmediatamente los tocatentáculos de siempre. En especial -vaciló- por el tema del idioma.

-¿Tienen un idioma? -me sorprendí.

-También lo tienen los brris y nadie les considera inteligentes -respondió arqueando los tentáculos superiores en muestra de indiferencia-. Sí, lo tienen si por tal entendemos un tosco medio de comunicación, repito lo mismo que te decía respecto a la inteligencia; en sí mismo no dice nada. Su idioma, si es que se le puede considerar como tal, se reduce a un conjunto de sonidos expelidos por el aparato respiratorio, sin que exista la menor comunicación directa entre cerebros. En este aspecto son completamente mudos. ¿Es éste un signo de raciocinio? En la opinión de los lingüistas no, y en la del Ministerio de Medio Espacial, que es la única que realmente importa, tampoco.

-Entonces, ¿cuál es el problema?

-Una de las vías seguidas para su domesticación, o su apaciguamiento si lo prefieres, consistió en inhibir artificialmente el uso de su idioma, en el convencimiento de que al no poder comunicarse, aunque fuera a ese nivel tan primitivo, lograríamos reducir su agresividad... y así ocurrió tras las oportunas modificaciones genéticas y hormonales. Nuestro ganado, a excepción de los sementales pero en ellos es necesario mantener el atavismo, es completamente pacífico e incapaz de comportarse con violencia. ¿Te parece poco logro?

Yo no estaba del todo seguro, pero preferí no contradecirle. Al fin y al cabo se había portado muy bien conmigo sin ninguna contrapartida por mi parte, y le estaba agradecido por ello. Así pues intenté derivar la conversación hasta otros derroteros menos controvertidos, pero fue él quien la llevó a su término.

-Ya que hemos hablado de su idioma, aunque yo prefiero considerarlo un mero método de comunicación, te contaré una anécdota. Ellos, me refiero claro está a los salvajes, tienen un término para denominar a su planeta, lo que no deja de ser un hecho peculiar aunque se limite a un simple sonido gutural e incluso, aunque los xenólogos no se ponen de acuerdo, algún tipo de grafía primitiva.

-¿Sí? -el proyectil había dado en el blanco-. No sabía nada de eso.

-Por supuesto que no, éste es un dato conocido tan sólo por los estudiosos, aunque se trata tan sólo de un detalle curioso. Evidentemente no es el pensamos, ni Mundo de Joor ni por supuesto el oficial que figura en los catálogos.

-¿De cuál se trata? -pregunté con sincero interés.

-Bien, resulta difícil de transcribir ya que carece de las modulaciones de nuestro idioma, y tampoco posee los matices que permite la comunicación telepática. Insisto, no creo que podamos considerarlo idioma. Pero de manera aproximada suena algo así como Terr, Trra, Tier... en un principio pensé utilizarlo como marca para mis productos, pero luego me decanté por el de Joor. Él está satisfecho, yo también y todos contentos.

A partir de ese momento la conversación languideció hasta que excusándose en compromisos ineludibles se despidió de mí y, tras regalarme un lote de sus productos más selectos, puso a mi disposición un deslizador con conductor -en esta ocasión no me acompañó- para llevarme a casa.

Huelga decir que antes de separarnos volvimos a reiterar solemnes promesas de volvernos a ver cuando sus obligaciones -las mías eran prácticamente inexistentes- se lo permitieran. Huelga decir también que, tres órbitas largas después, no ha vuelto a llamarme.


Publicado el 19-10-2022