La verdadera historia del Arca de Noé III



-¡Padre, padre! -exclamaba el joven, sensiblemente nervioso, dirigiéndose a su progenitor.

-¿Qué quieres, Sem? ¿No ves que estoy trabajando? -respondió Noé con tono irritado al verse interrumpido en plena revisión de la farragosa contabilidad de los animales estabulados en el Arca, la cual no conseguía cuadrar por más que lo intentara.

-Es que... -titubeó el interpelado-. Es que la pareja de cebras se ha escapado. Jafet dejó mal cerrado el portón de su cuadra, y cuando nos quisimos dar cuenta...

-¡Vaya por Yahvé! -exclamó el venerable patriarca mesándose la bíblica barba-. A veces tengo la impresión de que en lugar de ayudarme para lo único que servís es para complicarme la vida. Y claro está, cuando os quisisteis dar cuenta -remedó la frase de su hijo- las puñeteras cebras debían haber cruzado ya el Éufrates. ¿Me equivoco al suponer que ya no hay quien les eche un galgo?

-No, los galgos están bien, en la perrera... -respondió el obtuso Sem sin percatarse de la ironía de su padre-. Han sido sólo las cebras.

“Este hijo mío es idiota -se dijo el desesperado Noé-. Y por si fuera poco -añadió atisbando a través de la ventana del Arca el torvo aspecto de las nubes que oscurecían el cielo- apenas queda tiempo para que empiecen a caer los chuzos de punta”.

-Está bien -suspiró resignándose a lo inevitable-. Tendremos que recurrir al plan B. ¿No habréis soltado todavía a los caballos que sobraban?

-Yo... -el atribulado mocetón no sabía donde meterse-. Cam los sacó ayer del Arca. Como abultaban tanto y comían todavía más... tan sólo nos quedamos con el caballo y la yegua que nos parecieron mejores.

-¿Y los burros? ¿No habréis echado también a los burros excedentes de cupo?

-No, todavía no. Íbamos a hacerlo cuando descubrimos el portón abierto y la cuadra vacía...

Bien, no todo estaba perdido. Así pues, le ordenó:

-Id Cam y tú a la cuadra de los burros y seleccionad otra pareja además de la que vayamos a conservar en el Arca, preferiblemente los más grandes. A éstos los lleváis a la cuadra de las cebras, os aseguráis de cerrarla bien no vuelva a repetirse lo mismo, cogéis dos botes de pintura blanca y negra, una brocha cada uno y les pintáis rayas como si fueran cebras. Es una chapuza, pero no se me ocurre nada mejor. ¿Lo has entendido? No quiero que volváis a meter la pata. Y sobre todo aseguraos de elegir un macho y una hembra, no vayamos a liarla y no puedan crecer y multiplicarse.

Afirmando con una serie de rotundos cabezazos, Sem se dio la vuelta deseoso de largarse de la estancia que su padre utilizaba como despacho, saliendo disparado por la puerta.

-¡Y decidle al cenutrio de Jafet que quiero verlo inmediatamente! -le gritó Noé viendo que su retoño se escabullía a toda velocidad.

No hizo falta que Sem le transmitiera la perentoria orden a su hermano, puesto que éste se presentó de motu propio poco después llevando bajo el brazo a un feo bicho con aspecto de rata pero de un tamaño sensiblemente mayor.

-¿Y ahora, qué tripa se te ha roto a ti?

-Padre, los ornitorrincos...

-¿También se han escapado? Por cierto, tú y yo tenemos que hablar de las cebras.

-No, no se han escapado -musitó Jafet haciendo caso omiso a la amenaza-. Pero es que la ornitorrinca -señaló al animal- ha puesto un huevo.

-¿Y qué? También los ponen las gallinas y nadie se escandaliza por ello.

-¡Pero es que estos bichos tienen pelo y cuatro patas! ¡Son mamíferos! Y los mamíferos no ponen huevos.

-Tampoco acostumbran a tener un pico como los patos -rezongó su padre reprimiendo una mueca de desagrado-. Pero no veo qué importancia pueda tener esto salvo que se trata de un bicho bastante raro. ¿Me vas a salir ahora zoólogo?

-No, padre, no es eso, es que no sé si dejarlos donde estaban, con los demás mamíferos, o llevarlos al corral de las aves aunque no tengan alas.

-Haz lo que te dé la gana, mientras estén bien encerrados y no anden sueltos por ahí, lo demás me importa un pimiento. Así que llévatela, júntala con el macho y con su huevo y déjalos tranquilos. Está a punto de empezar a llover y todavía nos queda mucho por hacer.

Mascullando un breve saludo Jafet emuló a su hermano en la rapidez con que desaparecer de allí, por lo que Noé gritó al vacío:

-¡Y luego hablaremos del asunto de las cebras!

-¡Señor, Señor! -gimió el atribulado patriarca una vez que volvió a quedarse solo-. ¿Por qué me has cargado con esta pesada losa? ¿No podías haberle encomendado esta locura de zoo a otro? Yo me hubiera conformado con una barquita en la que refugiarnos mi familia y yo con suficiente comida para aguantar hasta que terminara el Diluvio y ni un solo animal vivo...

Obviamente, no recibió respuesta alguna.


Publicado el 3-2-2024