La verdadera historia de Belerofonte y Pegaso (II)



Belerofonte estaba preocupado. Ióbates, rey de Licia, le había encargado la difícil misión de aniquilar a la Quimera, el espantoso monstruo que asolaba su reino, lo cual equivalía a una muerte segura. Por suerte Belerofonte, bienquisto de los dioses, había obtenido de éstos la promesa de que podría contar con el auxilio de Pegaso, el fabuloso caballo alado brotado de la sangre de Medusa cuando ésta fue decapitada por Perseo.

Jinete en Pegaso Belerofonte estaba seguro de que lograría vencer al monstruo, pero antes debería capturarlo y domarlo ya que era célebre su carácter indómito. Por fortuna, para ello contaba con una brida de oro que le entregó la propia Atenea, única manera de domeñar al irreductible animal.

Tras una larga búsqueda Belerofonte encontró a Pegaso junto a la fuente de Pirene, cercana a la ciudad de Corinto. El héroe se acercó cauteloso al equino procurando pasar desapercibido hasta poderlo embridar y, una vez que pudo contemplarlo en detalle, su perplejidad no tuvo límites. Porque si bien su cuerpo era el de un hermoso alazán y sus alas, majestuosas, semejaban las de un águila gigantesca, ahí acababa todo parecido con la imagen que de éste tenía. Donde deberían haber estado el cuello y la cabeza se alzaba un torso humano, convirtiéndolo en un centauro alado al cual, a modo de remate, le brotaba en mitad de la frente un recto cuerno de al menos un metro de longitud.

Belerofonte se quedó parado, indeciso apenas a unos metros de la criatura, la cual volvió la cabeza observándole con curiosidad. Finalmente, fue ésta quien rompió el mutuo silencio dirigiéndose a él.

-Vaya, tú debes ser Belerofonte; me dijeron que vendrías a buscarme.

Y viendo que éste hacía ademán de retroceder, continuó:

-No te asustes, no todos los centauros somos enemigos de los humanos. No pretendo hacerte el menor daño, y además vamos a ser colegas en la tarea de exterminar a ese mal bicho que tanto daño está haciendo.

Y uniendo la acción a la palabra trotó hacia el héroe, que permanecía tieso como un palo en mitad del camino, y le tendió amistosamente la mano.

-Yo... -exclamó éste, intentando salir de su estupor al tiempo que la estrechaba con desgana-. Me habían dicho...

-Sí, sé lo que te habían dicho. Y también sé -añadió con un punto de amargura- que te parezco un monstruo. De hecho soy una aberración de la naturaleza.

-Hombre, yo...

-No tienes que disculparte, conozco de sobra la impresión que produzco entre quienes me contemplan por primera vez; pero por desgracia es algo que no puedo evitar. Y todo por culpa de un maldito ayudante de Hefesto al que allá arriba, en el laboratorio de ingeniería genética del Olimpo, se le antojó ponerse a jugar a escondidas mezclando varios patrones genéticos distintos. Al parecer quería ensayar creando un híbrido de todos los seres equinos que había archivados en los bancos de genes, y el resultado fui yo: un PCU o, si prefieres el nombre completo con el que me bautizó semejante cretino, un pegasoide centauriano uniastado... aunque como comprenderás, como el nombrecito se las traía pronto empezaron a llamarme Paco.

-Vaya, lo siento...

-No te preocupes, es algo que ya no tiene remedio. Por supuesto al fulano le echaron a patadas del laboratorio, y no le mandaron derecho al Tártaro por temor a que una vez allí se dedicara a crear mostruitos por encargo de las divinidades infernales; bastantes engendros tenemos ya sueltos por el mundo, empezando por la dichosa Quimera, como para andarles mandando ayuda. Según tengo entendido ahora se encarga de la limpieza del Olimpo, que no veas como se ponen las estancias después de las orgías de los dioses.

-¿Y tú? -logró articular al fin el campeón corintio.

-En un principio no sabían que hacer conmigo, así que me mantuvieron oculto en el laboratorio; no les apetecía que anduviera suelto por ahí, ya que pensaban que les daría mala imagen. Pero las cosas cambiaron cuando recibieron el encargo de crear a Pegaso; con la crisis los recortes de presupuesto han sido brutales, el Instituto no tenía un dracma y a alguien se le ocurrió la idea de que podrían ahorrarse el dineral que hubiera costado el dichoso caballo alado aprovechando que ya tenían a quien podía servir para esos menesteres... es decir, yo. Así pues, aquí estoy para servirte -concluyó, haciendo una reverencia a modo de los caballos domados.

-Pero...

-Sí, ya lo sé, no soy lo que esperabas -reconoció el locuaz Paco-. Pero chico, míralo por el lado bueno. Soy capaz de volar y galopar tan bien o mejor que el verdadero Pegaso, y además tengo dos brazos con los que te podré ayudar a matar a la Quimera. Y como último recurso queda esto -señaló con la mano a su largo cuerno-, con el cual soy capaz de ensartar a quien se me ponga por delante como si fuera una aceituna. Créeme, no te arrepentirás de mi compañía.

-Bueno -se resignó-, supongo que todo saldrá bien...

-¡Por supuesto, colega! -exclamó el centauro con optimismo-. Pero venga, no perdamos tiempo; Lidia está muy lejos y tenemos que cruzar todo el Egeo antes de que se haga de noche. Monta y agárrate fuerte, que vamos para allá.

Así lo hizo el admirado Belerofonte mientras Paco, tras un rápido galope para tomar impulso, se despegaba del suelo agitando las alas.

-¿Sabes? -dijo Paco a su jinete mientras tomaban altura-. Presiento que éste es el comienzo de una hermosa amistad. Es una lástima, y no te lo tomes a mal, que no seas una joven virginal, pero bueno, nadie es perfecto.


Publicado el 13-9-2016