Bienvenido a Metrópolis



Estaba parado en una esquina preguntando a un transeúnte por la dirección a la que deseaba ir, cuando vi pasar por la acera opuesta a alguien que me llamó poderosamente la atención. Difícilmente podía pasar desapercibido con su inconfundible malla azul, los rojos pantalones cortos por encima de la malla y las botas y la capa, también rojas; aunque le veía de espaldas, di por supuesto que en el pecho llevaría dibujada la característica S mayúscula.

Sí, no cabía duda de que se trataba de Superman, aunque su lento andar cabizbajo, encorvado y con los hombros hundidos, encajaba mal con la gallarda estampa del superhéroe del que tanto había oído hablar. Sabía que residía en Metrópolis y que allí no era infrecuente verlo, pero me sorprendió sobremanera toparme con él recién llegado a la ciudad -me encontraba apenas a cien metros de la estación de tren- y todavía más encontrarlo en esa actitud de abatimiento.

Hice ademán de preguntar por él a mi interlocutor, pero éste me interrumpió con un gesto imperioso recomendándome silencio. Cuando Superman dobló por una calle transversal y se perdió de vista, me explicó con voz queda:

-Aunque no nos viera, nos habría oído. Y pese a que en una ciudad como Metrópolis sin duda habrá muchos que murmuren, tampoco hay necesidad de amargarle más la vida al pobre hombre, bastante tiene ya encima.

-Yo... no pretendía... -me excusé.

-No tiene usted que disculparse -sonrió afable-. Es nuevo aquí y no conoce la historia. Pero si dispone de tiempo, permítame que se lo explique mientras tomamos un café.

Acepté encantado la propuesta del amable ciudadano exigiendo, eso sí, que fuera yo quien corriera con el pago, y poco después nos encontrábamos cómodamente sentados en una agradable cafetería. Yo le expliqué que procedía de una pequeña ciudad situada en la zona central del país y que había venido a Metrópolis para desempeñar un trabajo, pero como no conocía la ciudad le había parado para preguntarle la dirección de la residencia donde tenía reservada una habitación. Y acto seguido, tal como había prometido, me contó la razón del extraño comportamiento del superhéroe.

-Sucedió hará cosa de un año. El nuevo alcalde de Metrópolis, que no por casualidad -recalcó la palabra- es ese canalla de Lex Luthor, promulgó unas nuevas ordenanzas municipales especialmente pensadas para dificultar que Superman pudiera utilizar sus superpoderes en la ciudad; en especial prohíben tajantemente el vuelo de cualquier aparato no autorizado, y cuando el ingenuo de Superman acudió al ayuntamiento a solicitar la autorización se la denegaron alegando que él no era un aparato, sino un humano, y los humanos no volaban.

-Cosas peores he visto yo hacer a los burócratas -intervine-, así que no me coge de sorpresa. No obstante, Superman tenía otros recursos.

-Por supuesto -suspiró mi nuevo amigo-. Pero Luthor se encargó de recortárselos en su totalidad. Por ejemplo, le multó y le amenazó con arrestarlo si se le pillaba corriendo a mayor velocidad que la permitida para el tráfico, treinta kilómetros por hora como máximo, y lo mismo hizo con sus supersentidos, prohibiéndole su uso con la excusa de que violaban la ley de protección de la intimidad. En la práctica, y ayudado por su equipo de leguleyos, le imposibilitó usar cualquiera de sus superpoderes en la zona sujeta a su jurisdicción.

-¿Y Superman qué hizo?

-Acatarlo, ya que su sentido de respeto a la ley está exacerbado, casi se diría que lo tiene grabado a fuego en su cerebro. Aunque sea implacable con los delincuentes y los supervillanos, jamás se atrevería a infringir una normativa implantada legalmente, por mucho que le perjudicara o pudiera considerarla abusiva o injusta.

-Podría haberse ido a cualquier otra ciudad... el país es muy grande.

-Sí, pero se encuentra demasiado arraigado en Metrópolis y, por las razones que fueran, ni se lo llegó a plantar. Además, aquí es donde vive y trabaja su alter ego Clark Kent -me guiñó un ojo- y él, pese a su innegable inteligencia, todavía está convencido de que nadie en la ciudad conoce su identidad secreta, pese a que es un secreto a voces. En fin -suspiró-, ésta es la razón por la que el pobre superhombre se encuentra tan abatido.

-Pero cuando actúa como Clark Kent -objeté- tiene que camuflar sus superpoderes... la verdad es que no veo la diferencia.

-Así ocurre con aquéllos cuya exhibición resulta evidente, no ya cuando recurre a otros, digamos, pasivos como los supersentidos o la visión de rayos X. Hasta ahora, cuando gracias a estos últimos detectaba que se estaba cometiendo un delito en Metrópolis o en cualquier otro lugar, le bastaba con buscar un lugar discreto para desembarazarse de sus vestiduras normales y, una vez metamorfoseado en Superman, acudir volando al escenario de los hechos para someter a los criminales con sus otros superpoderes. Pero esto ya no puede hacerlo, al menos en Metrópolis, y aunque gracias a sus supersentidos siga descubriendo delitos, cuando quisiera llegar allí ya sería demasiado tarde. ¿No le parece frustrante?

-Desde luego que lo es -reconocí-. Lo que no acabo de entender es por qué no pudo buscar otros caminos que le permitieran sortear las restricciones.

-Lo intentó, ya lo creo que lo intentó... pero no le fue posible luchar contra la hidra burocrática. Primero recurrió a los helicópteros, un medio de transporte caro que no está al alcance de cualquiera, pero al fin y al cabo él no tiene problemas de dinero y tampoco le da el menor valor; le basta con hacer una visita al remoto asteroide que constituye su banco particular para volver con unos cuantos kilos de oro, de platino o de cualquier otro metal valioso.

-Entonces, ¿cuál fue el problema?

-De nuevo las trabas municipales -suspiró-. Aunque ya estaba prohibido, y tenía su lógica, que salvo en caso de emergencia los helicópteros aterrizaran en cualquier lugar que no estuviera autorizado y señalizado, al alcalde le bastó con subir abusivamente las tasas para forzar el cierre de la mayor parte de los helipuertos existentes en la ciudad.

Mi interlocutor hizo una pausa que aprovechó para apurar la taza de café y continuó:

-Entonces optó por los taxis, pero tropezó con los continuos atascos de tráfico y, por si fuera poco, el gremio de taxistas acabó vetándolo ya que acabaron hartos, y no les puedo culpar por ello, de que en su impaciencia por llegar a tiempo acabara haciendo trizas a sus vehículos. Un problema que tiene Superman es que cuando se pone nervioso pierde el control de sus fuerzas, lo cual puede llegar a ser sumamente engorroso cuando con lo que para nosotros sería un leve golpe él acababa atravesando la carrocería con el puño. Así pues usted me dirá... y si encima los seguros se mostraban remisos a cubrir los daños, pues todavía peor.

»Probó entonces con los autobuses o el metro, pero esto resultó todavía peor. En una ocasión se vio retenido en los pasillos por una aglomeración de viajeros y, como tenía prisa, optó por apartarlos para hacerse paso. Aunque intentó hacerlo con suavidad, lo cierto es que colapsó las urgencias de los hospitales próximos con heridos aquejados de fracturas de huesos, esguinces, luxaciones y contusiones varias; por suerte ninguno de los hospitalizados revistió pronóstico grave, pero sirvió para que le prohibieran el acceso al metro y, por si acaso, también a los autobuses.

-Realmente se lo pusieron difícil... -opiné.

-Sí, ya no le quedó otro remedio que conducir él mismo su propio coche; pero se encontró con un problema: carecía de carnet de conducir. Así pues, intentó sacárselo.

-¿Lo consiguió?

-No. Con todos sus superpoderes, se reveló como un completo inútil al volante. Lo único que consiguió fue destrozar varios coches de autoescuelas, lo que le valió un nuevo veto, y desesperar tanto a los profesores como a los examinadores. Así pues, tuvo que renunciar al carnet dándolo por imposible. Y en esas está el pobre hombre, condenado a desplazarse a pie sin ni siquiera poder correr y llegando siempre tarde. Entre esto y las animadversiones que se ha ganado involuntariamente entre amplios sectores de la población, no es de extrañar que se encuentre amargado, y ya ni siquiera su trabajo en el Daily Planet sirve para sacarlo de la depresión. De hecho, ya le han amenazado varias veces con despedirlo.

-Pues vaya plan... al final acabarán aburriéndolo y forzándole a marcharse de Metrópolis.

-Eso es precisamente lo que busca Lex Luthor, y pienso que ésta debe de ser la verdadera razón por la que Superman sigue aferrado a esta desgraciada ciudad. Pero ha tropezado con el peor rival posible incluso para un superhéroe, la burocracia rampante, y mucho me temo que esté sufriendo en toda regla la primera derrota de su vida. Ojalá -suspiró- en las próximas elecciones Lex Luthor fuera derrotado, pero soy bastante escéptico al respecto ya que con su populismo y su demagogia barata tiene obnubilados a la mayoría de los habitantes de Metrópolis, los cuales le seguirían votando, pese a sus flagrantes barrabasadas, sin darse cuenta de que tras sus trucos de prestidigitación tan sólo se esconde el afán por hacerse el amo de la ciudad. Y teniendo que cuenta que el único que podría enfrentarse a él está a punto de tirar la toalla...

-Comprendo -musité.

Y al tiempo que llamaba al camarero para pedirle la cuenta, añadí:

-Y ahora, si me disculpa, tengo que irme antes de que empiecen a echarme de menos en la residencia. Le estoy muy agradecido por su compañía y por lo que me ha contado. Si más adelante quisiera verme, pregunte por mí -le di mi nombre- en -añadí el de mi empresa.

Él se despidió de mí dándome a su vez el suyo, y nos despedimos encaminándose cada cual a su destino. Mientras caminaba hacia la residencia no dejé de darle vueltas a lo que me había dicho, y ya fuera mi imaginación o los tintes lúgubres con los que me había pintado la situación en Metrópolis, lo cierto es que comencé a lamentar haber descartado la otra oferta de trabajo que me llegó a la par que ésta por parte de una empresa situada en el otro extremo del país.

En fin, me dije aceptando lo inevitable; si las cosas me van mal aquí siempre puedo intentarlo en el otro sitio, y si esa plaza ya no estuviera disponible... bien, algo saldrá en algún lado. Al fin y al cabo, Metrópolis no es el ombligo del mundo.


Publicado el 8-8-2021