Blancanieves y los siete pitufos



Entró Blancanieves en el camerino y su sorpresa fue mayúscula al encontrar allí, en lugar de sus compañeros de reparto, a unos minúsculos personajes de apenas quince centímetros de estatura, intenso color azul y tocados con unos ridículos gorros frigios.

-¿Pero quiénes sois vosotros? -les espetó irritada-. ¿Qué hacéis aquí?

-Somos pitufos -respondió con dignidad el que parecía ser el jefe, ya que era el único que tenía barba e iba vestido con pantalones y gorro rojos en lugar de blancos-. Y a partir de ahora seremos tus partenaires en el cuento.

-¿Estáis chiflados? ¿Dónde están los enanitos? Apenas faltan diez minutos para empezar...

-Hablamos en serio -porfió su interlocutor-. La productora decidió ahorrar en gastos de personal y los prejubiló aprovechando una oferta del gobierno. En su lugar nos contrató como autónomos a nosotros, y como somos pequeños cobramos bastante menos por cabeza... por lo cual, para compensar, propusimos que fuéramos catorce, o como poco diez; pero se cerraron en banda, así que en siete nos hemos quedado. Pero como somos muchos, más de un centenar, nos iremos turnando periódicamente. Bueno, se irán turnando ellos; yo sólo he venido aquí para ultimar los detalles y firmar los contratos, no me puedo ausentar demasiado tiempo de la Aldea Pitufa.

-Pues sí que estamos apañados -se dijo la muchacha-. ¿Qué voy a hacer yo con estas ridículas cucarachas azules?

Y ya en voz alta, se dirigió a ellos:

-Está bien, si tenemos que trabajar juntos, trabajaremos. Supongo que os habréis aprendido bien el guión...

Las miradas con las que la fulminaron hubieran podido volatilizar piedras. ¡Cuestionar la capacidad de unos profesionales como ellos! ¿Acaso ser monstruosamente grande -para su escala- ya la convertía en mejor actriz? Pero ellos también callaron por prudencia.

En ese momento se encendió el aviso de llamaba al plató, por lo que todos ellos se apresuraron a dirigirse allí dejando de lado las suspicacias mutuas. Eso sí, Blancanieves procuró no pisar inadvertidamente a ninguno.

Además, tenía la mente ocupada en otro tema que le preocupaba bastante más.

-Los muy cerdos se han desembarazado de los enanitos, y eso que les pagaban una miseria. ¿Serán capaces de hacer lo mismo conmigo? El otro día vi a la miserable de Caperucita entrando sigilosamente en el despacho del productor jefe, anda que no se le nota que vendería su alma al diablo con tal de quitarme el papel. Pero no, no se atreverán a tanto, yo soy la estrella indiscutible del cuento... espero.


Publicado el 7-3-2023