Caperucita Cenicienta
Caperucita era una niña muy desgraciada. Huérfana de madre desde su más tierna infancia, su padre se había casado en segundas nupcias con una mujer malvada que la maltrataba junto con sus dos hijas, pues pretendía arrebatarle no sólo el cariño de su padre, sino también la herencia que le correspondía, que no era poca, en beneficio de sus aborrecibles hermanastras.
No contenta con ello, su madrastra la obligaba a vela vestía con ropa vieja y sucia y le obligaba a hacer las tareas más serviles tal como si ella fuera una vulgar criada, mientras sus hermanastras lucían bellos vestidos y su única ocupación era asistir a fiestas en las que intentaban buscar -infructuosamente, ya que ambas eran detestables-, a jóvenes ricos con los que conseguir un matrimonio ventajoso.
La pobre Caperucita sólo encontraba consuelo visitando a su anciana y bondadosa abuela, que por culpa de la pérfida madrastra se había visto obligada a vivir en una humilde cabaña escondida en los más espeso del bosque. El camino era peligroso puesto que por allí rondaba el Lobo Feroz al acecho de presas incautas, pero la niña no se arredraba puesto que temía más a su madrastra y a sus hijas que a las fieras salvajes que allí habitaban.
Así pues, siempre que podía se escabullía de la lúgubre casa que constituía su prisión y, enfundada en una capa de color ceniza de las que usaban las lugareñas, con la caperuza bajada para no ser descubierta por la servidumbre leal a la madrastra, enfilaba la senda que atravesaba el bosque sin arredrarle el riesgo que suponía cruzar aquellos parajes que hasta los más avezados cazadores temían.
Caminaba Caperucita por lo más espeso de la arboleda cuando el pérfido Lobo Feroz, siempre acechante...
-¡Un momento! -le interrumpió el director-. ¿Qué demonios es esto? Está usted mezclando dos cuentos diferentes...
-Lo sé de sobra -reconoció el guionista con gesto contrito-. Pero no se trata de una iniciativa mía, sino de órdenes de arriba. Dicen que los tiempos son malos y que la gente está harta de los cuentos clásicos, por lo que me pidieron que los refundiera porque la audiencia subiría con el aliciente de las versiones nuevas... y de paso, añado yo -confesó-, para ahorrarse dinero, empezando por mis honorarios. ¿Pero qué quiere que haga? Era esto o verme en el paro.
-Pues sí que estamos apañados -rezongó el director-. No sé a dónde vamos a llegar como sigan tan obsesionados con los índices de audiencia. Miedo me da lo que pueda venir. En fin -suspiró-. Continúe con la lectura, ya que usted no tiene la culpa. Veremos lo que podemos hacer, espero que al menos no haya tenido que cambiar también el papel del lobo...
Y viendo la cara de circunstancias de su interlocutor, zanjó:
-Bueno, mejor me callo.
Publicado el 15-6-2020