Caperucita Dominatrix
-¡Abuelita, abuelita, qué dientes más grandes tienes!
-¡Son para comerte mejor! -exclamó el Lobo Feroz abalanzándose sobre Caperucita.
Ésta, sin amilanarse, dio un paso atrás al tiempo que, con un hábil movimiento de su brazo, se desprendía de la capa roja con la que hasta entonces había estado embozada, desvelando un ajustado atavío de cuero negro profusamente adornado con herrajes metálicos. Unas botas altas, también de cuero y rematadas por unos espectaculares tacones, y unas medias de malla que le cubrían los muslos, completaban su peculiar vestimenta.
-¡Atrás, bestia inmunda! ¡Atrás! -le conminó, al tiempo que fustigaba a la fiera con un látigo que había sacado de la cesta.
El lobo, sumiso, se acurrucó sobre la cama implorándole perdón. Instantes después, la bestia se encontraba boca abajo, atada por las cuatro patas a las esquinas de la cama y con un bozal y un collar ceñido al cuello, mientras su partenaire le azotaba inmisericordemente el lomo como preámbulo a prácticas aún más escabrosas.
-¡Habrase visto! -rezongaba ésta para sus adentros-. Lo que hay que hacer para poder ganarse el sueldo. Como si a mí me apeteciera andar sacudiendo a este imbécil...
-¡Sigue, sigue! -gemía mientras tanto el Lobo Feroz, cada vez más excitado por el castigo.
Publicado el 13-10-2014