Caperucita Enamorada



Cruzaba Caperucita Roja el bosque camino de la casa de su abuelita, cuando al atravesar una de las zonas donde mayor era la espesura oyó que detrás de los recios árboles alguien pronunciaba en voz queda su nombre.

Intrigada abandonó el sendero descubriendo, oculto tras un grueso tronco, al Lobo Feroz. Éste, al verla, se acercó a ella lamiéndole cariñosamente las manos.

-¿Qué haces tú aquí? -preguntó azorada al tiempo que respondía al saludo acariciándole tras las hirsutas orejas.

-No podía estar sin verte, cariño -respondió él agitando la cola con alegría-. Supe que ibas a pasar por aquí, así que decidí esperarte.

-¿Estás loco? ¿Acaso no sabes que mi padre ha contratado a varios cazadores para que hagan una batida en tu busca?

Y a modo de respuesta, el seco sonido de un escopetazo retumbó entre los árboles sobresaltando a ambos.

-¡Bah, están lejos! -le tranquilizó la fiera estrechando a la niña contra su cuerpo-. Se habrán topado con un ciervo o un jabalí y lo han convertido en su cena.

-Sí, pero si tropiezas con ellos estás listo; han recibido instrucciones de abatirte a tiros en cuanto te vean sin la menor advertencia previa, Y yo... y yo... sollozó la muchacha- lo sentiría durante toda mi vida.

-¡Qué buena eres, Caperucita! -sonrió el lobo conforme lo permitía la anatomía de sus fauces-. ¡Y cuánto te quiero!

-Yo también te quiero, lobito, por eso no deseo que te pase nada malo; y aquí estás en peligro. Te advertí que huyeras del bosque y te pusieras a salvo en las montañas.

-¡Eso supondría nuestra separación, algo que para mí sería peor que la muerte! -protestó el cánido.

-A mí también me duele mucho tenernos que separar -suspiró ella-, pero hemos de ser prácticos. Mi padre se niega en redondo a aceptar nuestro amor, y está dispuesto a impedirlo incluso a costa de tu propia vida. Así pues, lo más prudente es que pongas tierra por medio.

-¿Hasta cuándo? -gimió.

-Hasta que yo sea mayor de edad. Entonces podré marcharme de casa y buscarte. Una vez juntos y sin que nadie pueda separarnos, nos iremos a vivir a algún lugar lo suficientemente alejado como para que no puedan llegar hasta allí las largas manos de mi progenitor. Nada me importará entonces si puedo compartir mi vida contigo.

-¡Pero faltan casi dos años! ¡No aguantaré la espera!

-Será extremadamente duro también para mí, pero no nos queda otro remedio.

-Sí, supongo que eso será lo mejor -recapacitó-... pero, ¿por qué me tiene tanta inquina tu padre?

-Él dice que no puede consentir que su hija conviva con una alimaña peligrosa, y que hará todo cuanto sea posible por evitarlo.

-¿Peligroso yo? -gimió el pobre lobo-. Si jamás he hecho daño a nadie, ni mucho menos te lo haría a ti; incluso me volví vegano, por lo que sólo como alimentos vegetales.

-Pienso igual que tú, pero eso no nos soluciona el problema. Mi padre es un racista irreductible, y nunca consentiría que yo me casara con alguien de una raza distinta a la mía... cuanto menos tratándose de otra especie como es nuestro caso; aunque en el fondo lo que te condena ante sus ojos es que seas pobre. Por desgracia tiene a su favor las leyes, que por muy obsoletas que estén os siguen catalogando como alimañas y fomentan vuestro exterminio, por más que en toda la comarca seas el único superviviente de tu estirpe.

-¡Eso no es justo! -protestó el enamorado elevando la voz hasta convertirla casi en un aullido.

-No, no lo es -corroboró ella al tiempo que le hacía gestos para que no gritara-. Aún más, es una infamia. Pero como es de todo punto imposible hacerle cambiar de opinión, la única solución que nos queda es la que te he dicho: márchate lo suficientemente lejos para ponerte a salvo y en cuanto pueda abandonar la casa de mis padres sin que éstos me reclamen a la justicia me reuniré contigo. Y ahora tengo que dejarte, la arpía de mi abuela me espía y si tardo demasiado en llegar a su casa sospecharía y se lo diría a mi padre.

En ese momento un segundo disparo sacudió el silencio del bosque, esta vez mucho más cercano que el anterior.

-¡Vete! -exclamó ella con el rostro demudado-. Vete por tu vida y por nuestro futuro.

El lobo no se hizo esperar y, tras lamerle la mejilla a modo de tierna despedida, se escabulló entre la espesura como alma que lleva el diablo. Por fortuna conocía los vericuetos del bosque mucho mejor que los cazadores, por lo que éstos tenían muy pocas posibilidades de alcanzarlo.

Caperucita, tras aguardar un tiempo para recuperar la compostura, se limpió cuidadosamente la cara y las manos con un pañuelo humedecido -los sabuesos de los cazadores tenían un olfato muy fino y podrían oler en ella el rastro del lobo- que posteriormente arrojó a una papelera, y volvió al sendero fingiendo una tranquilidad que no sentía en absoluto.

-¡Pobrecito mío! -decía para sí-. Lo mal que lo está pasando por mi culpa... y eso que no le he querido contar todo para evitar preocuparle todavía más... si se llega a enterar de que mi padre se ha empeñado en casarme con el Príncipe Azul... o al menos de eso presume, aunque para mí que ése de príncipe tiene poco y de buscavidas mucho... maldita la hora en la que apareció por el pueblo diciendo que iba buscando a no sé quien que estaba dormida para despertarla con un beso... y el ingenuo de mi padre se tragó la trola de la realeza y le intentó convencer para que me cortejara, diciéndole que para qué buscar a una dormida si yo estaba bien despierta, y que me daría una buena dote siempre y cuando me casara con quien él dispusiera... está claro que de verdad buscaba era agarrar un buen partido, como si un príncipe de verdad fuera a fijarse en la hija de unos aldeanos por mucho que éstos tuvieran el riñón bien cubierto... y lo malo es que el fulano no vio con malos ojos la propuesta y ha empezado a rondarme de una manera que no me gusta nada... menos mal que es tan torpe que hasta ahora no me ha costado mucho trabajo esquivarlo, pero no sé cuanto tiempo podré aguantar sin tener que quitármelo de encima... y entonces mi padre me la liará parda... ¿por qué no seré ya mayor de edad, para poder mandar a todos a freír espárragos y a ese relamido imbécil a buscar a su bella durmiente al cuento donde el aire da la vuelta?

Rezongando y cada vez más sofocada, Caperucita siguió su camino por el bosque preguntándose una y otra vez por qué razón no se podía casar una con quien le apeteciera, aun cuando se tratara de un lobo pobre.


Publicado el 2-10-2021