Caperucita Fofa



Iba Caperucita por el bosque camino de la casa de su abuelita, cuando de repente le salió al paso el temible Lobo Feroz.

-¿Dónde vas, Caperucita, tan sola por este apartado bosque plagado de peligrosas fieras? -le preguntó la alimaña interponiéndose en el sendero.

-Voy a casa de mi abuelita, a llevarle la merienda -respondió la niña, lamentándose en su fuero interno por haberse dejado olvidado en casa el aerosol de gas pimienta.

-¿Y de dónde vienes? -inquirió de nuevo.

Viendo que ésta no respondía, añadió:

-¿No será, por casualidad, del Burger Shit? ¿O quizá del Pizza Trash?

Aunque Caperucita persistió en su silencio, la fiera supo que había dado en el clavo.

-¡Así estás cada vez más gorda, de tanto comer comida basura! ¿Acaso te has mirado últimamente en el espejo? ¿O es que ni te atreves siquiera? -la espetó-, Porque cada día te vas pareciendo más a una foca. Eso sin contar con que tendrás el colesterol, los triglicéridos, las transaminasas, la glucosa y la tensión arterial por las nubes, así que no te extrañe que cualquier día te pueda dar un jamacuco. ¿Es que no puedes comer algo más sano como fruta, verdura o pescado?

Caperucita no rechistó, pero agachó la cabeza al tiempo que su terso -en realidad hinchado- cutis, incluyendo la doble papada, se teñía de un vívido tono cárdeno.

-Y seguro que también le llevarás a tu abuela esas porquerías ¡Trae aquí! -ordenó al tiempo que le arrebataba de un zarpazo la cesta.

-Me lo temía -rezongó el lobo-. Una Big Caca doble con queso o lo que sea esa cosa amarilla, chorreante de ketchup y mostaza; unas patatas fritas, que además serán transgénicas, rezumando aceite de palma, y para beber una Soja Mola Mil calorías con sabor a barbacoa... ¿es que quieres matar a la pobre vieja?

Y adoptando su expresión más terrorífica, aulló:

-¡Ya estás volviendo a tu casa y preparándole a tu abuela una merienda como Dios manda! Pescado a la plancha, una ensalada, pan candeal, fruta, un yogur semidesnatado y para beber, agua. ¡Ah, y el aceite de la ensalada que sea de oliva, nada de esas guarrerías que tanto te gustan! Y con esto me quedo yo -remachó volcando la cesta y devolviéndosela vacía-, no sea que tengas tentaciones de comértelo por el camino. ¡Venga! -le apremió-, que se hace tarde.

Cuando Caperucita, aterrada, se perdió corriendo y llorando tras un recodo del camino, el Lobo suspiró y, recogiendo las viandas requisadas, se apresuró a devorarlas.

-¡Hay que ver lo bajo que he caído, yo que no hace tanto era el terror del bosque! -se lamentó la fiera tras beberse, a modo de postre, el brebaje camuflado de refresco-. Pero después de una semana sin probar bocado, lo cierto es que la dignidad puede irse tranquilamente a hacer puñetas.

Y exhalando un profundo suspiro, se consoló:

-Sí, ya sé que podría haber devorado a las dos tal como establecía el guión original, pero entre que la vieja es un saco de huesos y la niñata una bola de grasa, la verdad es que no me apetecía lo más mínimo. Esto que me acabo de comer es una porquería, de acuerdo, y además estaba asqueroso, pero al fin y al cabo me ha llenado el estómago. Muy sano no debe de ser, pero por comerlo una vez no creo que me haga demasiado daño. Menos, probablemente, que el que me podría haber hecho comerme a Caperucita, que a saber a qué sabrá después de tantos años cebándose con esta bazofia.

Y encogiéndose filosóficamente de hombros, se internó en la espesura camino de su guarida.


Publicado el 30-6-2015