Caperucita Interracial



Marchaba Caperucita por el camino que atravesaba el bosque, cuando le salió al encuentro el Lobo Feroz.

-¿A dónde vas Caperucita, sin compañía alguna, por estos peligrosos andurriales? -le preguntó la pérfida fiera con fingida amabilidad.

-Voy a casa de mi abuelita -respondió la niña con candidez-, que vive en una casita al otro extremo del bosque, para llevarle las viandas que para ella ha preparado mi madre.

-¿Tu abuela? -se sorprendió el cánido-. ¿Es tu abuela esa vieja bruja? Y no vive en una casita, sino en una hedionda pocilga. Grima me da acercarme siquiera por allí.

-Pero es mi abuelita... -protestó Caperucita haciendo un mohín-. Y es muy bondadosa.

-Será contigo, porque lo que es con los demás... -bufó el lobo-. A mí casi me ensarta con una horca, y eso que sólo pasaba por allí camino de mi guarida sin meterme con nadie; y no se puede decir que sus vecinos le tengan mucho cariño; al contrario, está peleada con todos.

-Me da igual lo que pienses de ella; mi mamá me mandó que le llevara la comida y yo lo hago. Si no te importa quitarte de en medio...

-Escucha, Caperucita -dijo el lobo tras rascarse la crespa pelambrera de la cabeza con una zarpa-. Te propongo algo mejor. ¿Por qué no te olvidas del esperpento de tu abuela y te vienes conmigo? Mi cueva es cómoda y acogedora, y te puedo invitar a una comida que sin duda será mucho mejor que las bazofias que guisa tu abuela, que sólo de olerlas a distancia ya te provocan náuseas.

Aunque la muchacha abrió la boca para rechazar vehementemente la invitación, volvió a cerrarla mientras se lo pensaba mejor. Ciertamente la comida de su abuela era repelente, y bien pensado tampoco le caía bien con sus manías. De hecho, siempre que su madre le mandaba con ella intentaba escabullirse y, si no le quedaba otro remedio, accedía a regañadientes deseando que llegara el momento de volver a casa.

Por otro lado el Lobo, pese a su mala y probablemente inmerecida fama -no por algo estaba prohibida su caza-, tenía un buen tipo, se dijo mientras le miraba de arriba abajo con ojos inquisidores. Ciertamente no era de su propia especie y eso siempre creaba rechazo, pero ¿no le decían en el colegio que había que evitar el racismo y que todos éramos iguales con independencia de las diferencias que pudiera haber de etnia, color, cultura, religión... o pelaje, añadió de motu propio admirando su tupida y bien cuidado piel.

-¿Por qué no? -respondió-. Al fin y al cabo, nunca me he acabado de creer que en realidad pudieras ser tan malo. ¿Vamos?

Y se aferró a su brazo -habíamos olvidado advertir que en cuentos como éste los lobos son siempre bípedos-, brincando contenta hasta la cercana bifurcación, donde ambos tomaron el sendero que les llevaría hasta hasta la residencia de su amable anfitrión.

-Presiento que éste es el comienzo de una hermosa amistad -le dijo a su nuevo amigo.


Publicado el 24-9-2021