Caperucita Licántropa



-¡Abuelita, abuelita, qué dientes más grandes tienes!

-¡Son para comerte mejor! -exclamó el Lobo Feroz abalanzándose sobre la desprevenida Caperucita.

La niña, terriblemente asustada, dio un salto hacia atrás cayéndosele la capucha que hasta entonces había llevado echada sobre la cabeza. Este gesto, aparentemente trivial, tuvo la virtud de detener a la bestia justo cuando iba a clavar las fauces en su indefensa víctima.

Perplejo, observó el rostro de la muchacha, que no era humano pero tampoco lobuno... o era ambas cosas a la vez. Con un escalofrío, recordó que era noche de luna llena.

-Tú... -exclamó perplejo-. Tú... eres...

-Una licántropa -explicó Caperucita, temblando de terror-. Éste es mi secreto.

El lobo, pensativo, consideró lo difícil que resultaba encontrar hembras de su especie a causa de la feroz persecución sufrida de manos de los humanos a lo largo de los siglos. Así pues, deponiendo su expresión feroz y esbozando lo que pretendía ser una sonrisa, peguntó:

-Y tú, Caperucita, ¿estudias o trabajas?


Publicado el 8-10-2014