Caperucita Trans
El Lobo Feroz acechaba en una encrucijada del camino que atravesaba la espesura del bosque, camuflado tras un grueso tronco. Sabía que Caperucita Roja pasaría por allí camino de la casa de su abuela, y había ideado un plan para devorar a ambas.
Rayaba el mediodía, aunque resultaba difícil calcular la hora al estar el sol cubierto por las espesas copas, cuando avistó en la lejanía una figura que se dirigía hacia allí con paso firme. Debía ser ella ya que iba abrigada con una capa de vivo tono rojo y la cabeza cubierta con una capucha del mismo color, y asimismo sostenía en la mano una cesta de mimbre en la que llevaría la comida a su abuela.
Pero... había algo raro. Pese a que el Lobo tenía ya sus años y sus ojos no eran ya lo que fueran, le chocó el porte de la muchacha, demasiado alto y fornido para lo que él esperaba, así como el ritmo casi militar de sus pisadas. En cualquier caso pronto saldría de dudas, puesto que tendría que pasar forzosamente junto al lugar en el que estaba apostado; tan sólo era cuestión de esperar a que salvara el trecho de camino que los separaba.
No tardó demasiado y, cuando ella pasaba frente al árbol que le servía de escondite, dio un teatral salto plantándose en mitad del camino al tiempo que se preparaba para mostrar un fingido interés por su presencia en un lugar tan apartado y potencialmente peligroso; pero se quedó pasmado al apreciar que el rostro que asomaba bajo la capucha no era el de una muchachita tal como esperara, sino el de un chicarrón de poblada barba.
-Tú... tú no eres Caperucita -logró decir finalmente tras vencer la sorpresa.
-Evidentemente no -respondió el aludido con voz de barítono-. Ella se marchó a vivir con el novio, algo que como te puedes figurar no gustó nada a sus padres, por lo que me pidieron que la sustituyera llevándole la comida a su abuela, que también es la mía. Soy su prime, Caperucite Roje para servirte. Y ahora, ¿serías tan amable de apartarte del camino? Voy juste de tiempo, y no quiero que la comida se enfríe.
-Pero... -balbuceó la fiera, contemplándolo de arriba a abajo.
-Soy trans, a mucha honra -añadió éste dándose por aludido-. ¿No serás un LGTBIfobo?
-¿Yo? ¡No, qué va! -el Lobo no sabía donde meterse-. Simplemente me he sorprendido, ya que esperaba a Caperucita.
-Pues no tienes por qué sorprenderte; el género reside en la cabeza, no en los genitales ni en el aspecto externo. Yo soy como me siento, no como me puedan ver los demás, y sólo un reaccionario intolerante se opondría a nuestra naturaleza.
-Por supuesto, por supuesto... -concedió el corrido cánido al tiempo que se quitaba de en medio.
Caperucite, tras esbozar un gesto de despedida, reanudó su camino perdiéndose en la espesura. El Lobo, cabizbajo, se rascó el peludo cogote en gesto de perplejidad.
-Éramos pocos... -se dijo-. No bastaba con la vieja, un saco de huesos que no sirve ni para caldo, y ahora me quedo además sin el delicioso bocado de la tierna jovencita, porque este bigardo debe de tener la carne más correosa que el cuero; eso sin contar con que según las apariencias no resultaría nada fácil cazarlo, menudos bíceps calzaba el gachó por debajo de la capa. Qué se le va a hacer -suspiró al tiempo que retornaba cabizbajo a su guarida-; está visto que si quiero seguir comiendo, al final no tendré otro remedio que acabar volviéndome vegano. Sic transit...
Publicado el 17-12-2023