Cerdito Rojo



Se encontraba el Lobo Feroz acechando a los incautos viajeros que osaban internarse por el sendero que atravesaba el bosque, cuando vio llegar por él a una figura que le resultó familiar bajo la capa y la caperuza de vivo color rojo.

Así pues, saltó a mitad del camino interceptándole el paso al tiempo que preguntaba con voz fingidamente meliflua:

-¿Dónde vas, Caperucita, por estos parajes tan peligrosos para una niña?

-¿A dónde quieres que vaya, sino a llevarle la comida a ese puñetero vejestorio? -rezongó quien se agazapaba bajo la vestimenta, con una voz chirriante que poco tenía que ver con la que cabía esperar en una muchacha-. ¿Crees que lo hago por gusto en lugar de estar viendo tranquilamente la final de la Liga de Campeones? -concluyó, rematando con un rotundo taco que daba buena muestra de su malhumor.

-Pero tú no eres Caperucita... -musitó, confundida, la fiera.

-¿Acaso lo parezco? -gruñó el recién llegado- Y a mucha honra, sólo faltaría que me compararan con esa mocosa. Pero a la muy imbécil no se le ocurrió otra cosa que coger el sarampión, el médico le dio la baja y ¡hale!, los de arriba echaron mano del primer pringado que tuvo la mala suerte de tropezar con ellos, es decir, yo. ¡Y ni siquiera me pagan las horas extras alegando no sé que cláusula del convenio!

-¿Entonces, quién eres tú?

-Soy uno de los Tres Cerditos -respondió éste echando hacia atrás la capucha y mostrando orgulloso la jeta-. Pero te aseguro que otra vez no me pillan en un marrón, ya sabré escurrir el bulto como lo hicieron mis dos hermanos.

El Lobo estaba desconcertado, pero como astuto que era supo reaccionar con rapidez.

-Vaya mala suerte... -condescendió-. Y dime, ¿cuál de los tres eres tú? ¿El de la choza de paja, el de la cabaña de madera o el de la casa de ladrillos?

-¡Pero bueno, tío! ¿De dónde has salido? -respondió el gorrino-. Hace ya mucho que los tres nos mudamos a un chalet adosado en una urbanización en primera línea de playa; a ver si te crees que íbamos a seguir viviendo en mitad del bosque como unos miserables anacoretas.

-Eso está bien, siempre es bueno mejorar -respondió el taimado cánido-. Así estaréis a salvo de las alimañas que pululan por estos parajes -añadió con total desparpajo.

-Pues sí, sobre todo después del percance que tuvimos con un congénere tuyo, menudo susto que nos llevamos. Y ahora, si me lo permites... -concluyó el Cerdito mostrando su intención de continuar su camino-. Estoy deseando darle su comida a la vieja y volver a casa lo antes posible, no sea que mientras tanto me vuelvan a largar otro muerto.

-Por supuesto... -concedió el Lobo apartándose educadamente a un lado-. Pero dime, ¿cuál es la urbanización en la que vivís? Teniendo en cuenta vuestro buen gusto, estoy seguro de que será muy interesante mudarse allí, al fin y al cabo ya me estoy volviendo viejo y las humedades de mi cueva me traen mártir con el reuma.

-¡Oh, es muy conocida! Se llama La Alegría de la Costa, y son muchos los compañeros nuestros que se han mudado allí -respondió su interlocutor al tiempo que reanudaba el camino-. Blancanieves, la Bella Durmiente, Pinocho, Aladino, Alicia, la propia Caperucita... la verdad es que hay muy buen ambiente y nos lo pasamos estupendamente en el club social, las piscinas, el gimnasio o el campo de golf. ¡Hasta luego! -saludó alzado amistosamente la pezuña antes de perderse de vista tras una revuelta del camino.

-¡Vaya, vaya! -murmuró para sí el Lobo una vez se vio de nuevo solo-. Ya me extrañaba a mí que llevara tanto tiempo sin poder echarme a la boca a un mísero personaje de cuento... y mi primo, el rival de estos tres puercos, me dijo el otro día que a él no le iba mejor. Bien, tendré que ir a buscarlo y proponerle que dejemos de acechar en el bosque, ya que así sólo conseguiremos acabar muriéndonos de hambre. Será mejor que nos asociemos y nos reconvirtamos en asaltadores de casas. Al fin y al cabo entrar en uno de esos adosados no puede ser demasiado complicado, y allí sin duda no nos faltarán presas incautas a las que poder devorar. ¡Sí, es una buena idea! -exclamó ilusionado.

Y silbando entre las fauces -bastante mal, por cierto- la melodía de Mira siempre el lado bueno de la vida de los Monty Phyton, marchó alegre hasta la cercana cueva de su primo para proponerle su plan.


Publicado el 20-8-2016