Y Yahvé entregó a Moisés los diez Mandamientos.

Y Moisés bajó del monte Sinaí y llevó los diez Mandamientos a su pueblo.

Y Moisés volvió a subir al Monte Sinaí.

Y Yahvé le preguntó irritado, puesto que le había interrumpido cuando había comenzado a diseñar la creación de un nuevo mundo:

-¿Por qué me interrumpes, Moisés, cuando ya te di los Mandamientos para que los cumpliera tu pueblo?

-Disculpa, Señor, no era mi intención molestarte, pero es que me diste el fichero en formato odt, y nos ha sido imposible abrirlo con nuestros procesadores de texto...

-¡Claro! -exclamó Yahvé-. Esto os pasa por adorar al Becerro de Oro. ¿Por qué -logró contenerse justo antes de mentar a su secular archienemigo- diantre no usáis software libre? ¿Es que mi pueblo elegido no puede migrar al entorno linux, como Dios manda?

-Señor -respondió tímidamente Moisés-, no nos importaría en absoluto hacerlo, pero tememos que esto nos pueda crear problemas de compatibilidad con los documentos que nos envían las tribus vecinas, ya que todas ellas adoran, como tú bien sabes, al Becerro de Oro.

-¿Acaso no valgo yo más que todos los posibles Becerros de Oro? -bramó Yahvé, presa de una justa y divina indignación-. ¿Acaso no es a mí a quienes debéis obedecer y reverenciar, con independencia de lo que hagan esas tribus idólatras a las que yo maldigo?

-Señor, tienes razón, pero...

-No hay excusas que valgan. Os di las Tablas de la Ley en el formato correcto, y así las respetareis si no queréis ser víctimas de mi cólera. Y ahora márchate de aquí y no me vuelvas a molestar más, no sea que me canse y te fulmine con un rayo.

Así lo hizo el cohibido Moisés, al tiempo que consideraba la manera de comunicar a los israelitas el fracaso de su misión.

-Como no sea que el chico de Aarón, que es muy espabilado para estas cosas, sepa buscar por internet la manera de convertir el dichoso fichero... -se decía apesadumbrado mientras descendía por las escarpadas laderas.