La verdadera historia de David y Goliat



David, pese a su juventud y a ser un simple pastor, avanzó con resolución por el campo de batalla, sin más arma que su honda y un puñado de guijarros, buscando enfrentarse a Goliat, el temible filisteo que tenía aterrorizados a todos los guerreros de su pueblo.

Para sorpresa suya quien le plantó cara no fue el gigantesco enemigo, sino una figura corcovada y grotesca que le saludó con una mueca con pretensiones de sonrisa en su repulsivo rostro.

-¿Quién eres? -le preguntó perplejo-. ¿Dónde está Goliat?

-¿El grandullón? -respondió el intruso, haciendo caso omiso a su primera pregunta-. Mucho presumir de fortaleza, pero luego va el muy imbécil y coge una neumonía por bañarse en agua helada. ¿Dónde va a estar, sino en el hospital? Por eso no ha podido venir a defender el pabellón filisteo.

-Pe... pero... -balbuceó el israelita-. Tú no...

-Sí, ya lo sé, yo no doy la talla, como por lo demás resulta evidente -rió sardónicamente el suplente, estirando cuanto pudo su contrahecha figura-. Pero qué quieres, los señoritos de la sección de Personal no fueron capaces de encontrar un sustituto de su categoría. Sansón, a raíz de que Dalila le cortara el cabello, se convirtió al budismo recluyéndose en un monasterio tibetano. Hércules está atareado con uno de sus trabajos, sin duda el más esforzado de todos puesto que le ha tocado lidiar con los inspectores de la Agencia Tributaria. Polifemo se encuentra en tratamiento oftalmológico para recuperarse de la jugarreta que le gastó Ulises. Aquiles está convaleciente de una operación en el talón. Con Conan tampoco se pudo contar porque se había ido a Hollywood para rodar una película, y Ursus y Maciste están jubilados y dicen que no quieren saber nada de estas movidas... total, que entre pitos y flautas resultó que en toda la plantilla no había ningún gigantón ni ningún forzudo disponible.

-¡Pero tú estás jorobado! -exclamó finalmente David, sin percatarse de que estaba incurriendo en una grave incorrección política- ¿Cómo voy a luchar contigo?

-Lamento mucho no estar a tu altura como rival, pero resulta que entre todas esas bajas, los que estaban de vacaciones y los liberados sindicales, yo era el único que estaba disponible en ese momento -el chepudo calló ladinamente que en su elección había tenido mucho que ver la política de cuotas para minorías impuesta por los sindicatos-. Por cierto, me llamo Quasimodo, para servirte. Y no te dejes engañar por las apariencias, llevo toda mi vida trabajando como campanero en una catedral, y de torpe no tengo nada.

-Me da igual. No pienso combatir.

En realidad David temía que, en caso de resultar vencedor, se viera obligado a cargar con esa espantosa cabeza, digna émula de las gárgolas que adornaban las torres donde habitaba su propietario, algo que le repugnaba incluso cuando le convirtiera en el campeón de Israel. Quasimodo, a su vez, barajó la posibilidad de denunciarlo acusándole de discriminación corporal, pero en realidad tampoco tenía demasiadas ganas de meterse en complicaciones de vida. Así pues, guiñándole el único ojo bueno y esbozando lo que para él era el equivalente a una sonrisa, le dijo:

-Oye, David, tú pareces un buen chico y me fastidiaría mucho tener que pelear contigo. ¡Que se maten ellos! ¿Qué te parece si les dan morcillas a todos estos -hizo un gesto con las manos abarcando a ambos ejércitos- y nos vamos a tomar unas cañas? Conozco un chiringuito donde ponen unas tapas que están de vicio.

Tras una breve vacilación el israelita optó por aceptar la propuesta de su nuevo amigo y, cogidos ambos del brazo, abandonaron el campo de batalla dejando a sus respectivos camaradas con dos palmos de narices.


Publicado el 20-4-2016