¡Descubierto!



Como todas las mañanas, Clark Kent llegó a la redacción del Daily Planet. Apenas había franqueado el umbral cuando Jimmy, el conserje, le entregó una carta.

-Esto es para ti, la acaban de traer -le explicó innecesariamente, puesto que en el sobre aparecían su nombre y la dirección del periódico.

Mascullando unas escuetas “gracias” recogió la carta y se dirigió a su mesa, no sin echarle antes una mirada a través del sobre mediante su visión de rayos X.

Se trataba de una petición del comisario de policía del distrito para que se presentara en su despacho ese mismo día, ya que tenía que comentarle un asunto importante. Un tanto sorprendido, puesto que cuando la policía solicitaba ayuda al Daily Planet solía dirigirse al director, y no a los redactores, se sentó en su mesa, abrió el sobre y fingió que leía la misiva.

Hecho esto se levantó y se la enseñó al redactor jefe.

-Me citan para dentro de dos horas, y la comisaría está a casi una de camino -le explicó para justificar su ausencia-. He pensado en ir andando, y así puedo darme un paseo para ver si cazo alguna noticia.

-Como prefieras -rezongó éste -. No creo que te echemos de menos.

Haciendo caso omiso del irónico comentario, abandonó la redacción dando un largo rodeo para matar el tiempo que le sobraba. Por fortuna Metrópolis estaba tranquila y no se vio enfrentado al dilema de tener que elegir entre la cita y la prevención de un delito.

Finalmente llegó a la comisaría con puntualidad prusiana, se identificó y fue conducido al despacho del comisario jefe.

-¡Bienvenido, mister Kent! -le saludó éste en tono afable-. Siéntese, por favor -invitó mostrándole la silla que se encontraba frente a la suya, al otro lado de la mesa.

Hizo una pausa mientras el periodista se acomodaba y acto seguido le explicó las razones por las que le había llamado.

-Quería hablar con usted de un tema... delicado, mister Kent. ¿O debería decir Superman?

La pregunta cayó como una bomba. Superman/Clark Kent no tuvo necesidad alguna de fingir sorpresa, puesto que le había pillado completamente desprevenido. Pero supo reaccionar haciendo gala de sus nervios de acero.

-¿Cómo ha dicho? Le agradezco la comparación, pero ya quisiera yo poder emularlo. Sólo soy un modesto periodista, aunque en ocasiones he tenido la suerte de ser testigo de alguna de sus hazañas, por lo que puedo presumir de que algo sí que le conozco... como la mayor parte de los habitantes de Metrópolis.

Su interlocutor esbozó una sonrisa irónica, se retrepó en su asiento y continuó:

-Discúlpeme mi brusquedad, pero me gusta ir al grano. Sabemos que usted es Superman, y que Clark Kent es sólo una tapadera para ocultar su verdadera personalidad, así que le ruego que no se moleste en intentar ocultarlo. Tenemos pruebas sobradas de ello, y confío en que usted no tenga usted la tentación de usar sus superpoderes. Ha entrado en este despacho como Clark Kent y, como puede comprobar, no tendría manera de justificar su salida como Superman, ya que son muchos los testigos que lo han presenciado. Así pues, le ruego que nos dejemos de fingimientos y nos centremos en el tema que nos ocupa.

-Está bien -suspiró el kriptoniano-. ¿Qué es lo que desea?

-En primer lugar, garantizarle que no tenemos la menor intención de desvelar su secreto. De hecho, somos muy pocos dentro de la policía los que lo conocemos, y no deseamos que se propague ni siquiera dentro del cuerpo. Y tampoco queremos perjudicarle, puesto que somos conscientes de los grandes beneficios que acarrea su lucha contra el crimen y la delincuencia.

-Ahora soy yo quien le pide que vaya al grano -le interrumpió el Hombre de Acero-. ¿Para qué me ha llamado? O mejor dicho, respóndame antes: ¿Cómo han logrado descubrir mi verdadera identidad?

El comisario sonrió y le respondió a su vez con otra pregunta.

-¿Cree usted que cambiando sus mallas de colores por un traje anodino, variando el peinado, poniéndose unas gafas y modificando ligeramente la expresión facial y el tono de voz bastaría para pasar desapercibido incluso ante los mejores fisonomistas?

-¿Qué tiene de malo mi disfraz? -el inesperado sesgo de la conversación le había pillado desprevenido-. Llevo muchos años en Metrópolis y jamás nadie me había descubierto... hasta ahora -concluyó malhumorado.

-Tiene usted toda la razón -concedió el policía-. Realmente resulta inexplicable que bastara con esos retoques superficiales para cambiar por completo de personalidad sin que nadie se percatara del parecido. Pero qué quiere usted... éstos fueron los designios de los guionistas que gobiernan a su antojo nuestras vidas, los cuales no tuvieron el menor empacho en sacarse de la manga una historia tan absurda como si nosotros, aunque simples personajes de cómic, fuéramos imbéciles.

-Esto no responde a mi pregunta.

-No se impaciente, por favor. Era necesaria esta explicación previa antes de continuar adelante. Como le acabo de decir, un capricho de los sucesivos guionistas que pergeñan nuestras historias nos impuso esta ceguera que a usted le permite moverse sin problemas con su doble identidad; y no es esto lo peor, sino que los policías, además de quedar como unos cretinos, nos vemos imposibilitados también, por exigencias del guión, de tratar como se merece a los delincuentes y criminales de toda laya, empezando por ese canalla de Lex Luthor... por más que seamos personajes de ficción, también tenemos nuestro orgullo profesional.

El comisario exhaló un hondo suspiro y prosiguió:

-En fin, esto no tiene que ver con el tema que le ha traído a usted aquí. Pese a que también nosotros estábamos limitados por estos condicionantes, no dejábamos por ello de ser policías... así que investigamos. Y ya que no podíamos hacerlo recurriendo a las evidencias más palpables, frente a las que estábamos ciegos, recurrimos a pistas más indirectas.

-No le entiendo.

-Le resultará sencillo cuando termine de explicarme. Había algo que no nos cuadraba, así que empezamos a atar cabos. Para empezar, resultaba llamativo que jamás se viera juntas a sus dos identidades: estaba Superman, o estaba Clark Kent, pero siempre por separado. Aun más, cuando Clark Kent se enteraba de que algún supervillano andaba haciendo de las suyas, automáticamente desaparecía y justo después llegaba su alter ego kriptoniano. Y viceversa, una vez resuelto el problema era Superman el que se hacía mutis por el foro llegando, siempre tarde, el despistado Clark Kent, el cual solía ser víctima de las broncas del redactor jefe por no estar nunca a tiempo en el escenario del crimen, perdiendo así la oportunidad de hacer un buen reportaje.

»Y, reconozcámoslo -añadió el comisario abortando la réplica de su interlocutor-, usted como periodista no vale un pimiento. ¿Cuántos reportajes importantes ha hecho en todos los años que lleva en la redacción? De hecho, tan sólo se explica que no le hayan despedido hace mucho del Daily Planet por la consabida mano negra de los guionistas, ya que éstos no se podían permitir el lujo de quedarse sin personaje.

-Mi trabajo como periodista es sólo una tapadera -gruñó amoscado el superhombre-. Mi verdadera identidad es la de Superman. Pero como los terrestres son tan desconfiados, sobre todo frente a quienes son superiores a ellos, me vi en la necesidad de camuflarme. ¡Ya me gustaría a mí no tener que representar esta pantomima!

-Lo entiendo, y créame que me solidarizo con usted. Pero permítame continuar. Aunque llamativa, esta circunstancia no era suficiente, aunque sí nos sirvió para empezar a tirar del hilo. Así pues, buscamos otras pruebas. Y las encontramos en sus trajes.

-¿En mis trajes?

-Sí, en sus trajes. Y más concretamente en los de Clark Kent, que son ropas terrestres corrientes, no como sus indestructibles mallas kriptonianas.

-No le comprendo.

-Es sencillo -sonrió el comisario-. Otra de las manías de los guionistas y de los dibujantes es la de representarle metamorfoseándose de Clark Kent en Superman mediante el expeditivo método de rasgar su camisa y se supone que también desembarazándose del resto de su ropa terrestre, aunque solían resolverlo con una elipsis dibujándole en la siguiente viñeta ya ataviado con sus mallas -el policía tuvo que morderse la lengua para no añadir el adjetivo ridículas- de colores... con lo cual no nos resultó difícil hacernos con algunas de sus prendas desechadas, ya que con las prisas usted no se molestaba en guardarlas. Por cierto se ve que lo de la moda no va con usted puesto que siempre viste trajes idénticos, lo que facilitó nuestro trabajo y todavía más cuando localizamos donde los compraba; nos quedamos sorprendidos al descubrir cuanto se gasta usted en vestuario.

-No me lo recuerde; por eso recurro a la ropa barata. Eso sí, reconozco que dejarla tirada por cualquier sitio ha sido un error por mi parte -rezongó Superman-. Debería haberla recogido cuando me la quitaba; pero entre las prisas y mi superfuerza solía quedar destrozada, por lo que me limitaba a desentenderme de ella.

-No se recrimine usted, éste es otro de los escandalosos gazapos de los chapuzas de nuestros creadores. Pero al parecer nadie se percataba de ello, ni siquiera los ingenuos lectores que daban por buenas cuantas trolas les colaban; sólo nosotros, los policías, caímos en la cuenta. Y de paso hicimos nuestras propias indagaciones, aprovechando el terreno libre que nos dejaban los guiones. Con tanta ropa, por muy destrozada que estuviera, a nuestra disposición pudimos disponer de la suficiente para encontrar en ella restos biológicos con los que hacer unos análisis del ADN de Clark Kent.

-¿Y?

-Como cabía esperar, no era humano. De hecho, los genetistas a los que recurrimos se volvieron locos intentando analizar los resultados. Pero esto no nos importaba, no queríamos descifrar el ADN de los kriptonianos sino simplemente tener la certeza de que Clark Kent no era originario de nuestro planeta. ¿Y de dónde podía ser? No había muchas posibilidades, ya que por fortuna en nuestro universo literario no menudean los extraterrestres. Sumadas todas las evidencias, la única conclusión posible fue que Clark Kent y Superman eran en realidad la misma persona.

-Les felicito por su perspicacia -respondió Superman en tono mordaz. Pero aparte de la satisfacción intelectual por haber resuelto un problema, dado que usted mismo ha dicho que no pretendían divulgar mi secreto... ¿qué es lo que pretende contándomelo? ¿O es que hay algo más en la recámara?

-Lo hay, por desgracia -reconoció él atribulado policía-. Reconozco que nuestro móvil inicial fue tan sólo el prurito profesional, sin que tuviéramos la menor intención de ir más allá y ni tan siquiera de advertirle que habíamos descubierto su superchería, que por otro lado comprendemos. Pero hace unos días nos encargaron que le hicieramos llegar un requerimiento judicial. Esto era algo que no podíamos eludir, y créame que somos los primeros en lamentarlo.

-¿Requerimiento judicial? ¿Contra quién? ¿Contra Clark Kent?

El comisario negó con la cabeza.

-Ojalá hubiera sido así; lo habríamos solucionado de una manera discreta. Además, su alter ego es un ciudadano norteamericano y está sujeto a la ley como cualquier otro. No, iba dirigido a Superman. Y como no había manera de someterle a la jurisdicción ordinaria, tras muchas dudas decidimos recurrir a usted... bueno, a Clark Kent. Espero, eso sí, que podamos resolver el entuerto de una manera discreta y satisfactoria para ambas partes.

-Eso espero yo también -el kriptoniano se envaró-. Pero necesito conocer los detalles.

-¡Oh, aquí tiene el requerimiento -respondió su interlocutor sacando un sobre del cajón de su mesa-. Pero si quiere se lo resumo. Su labor en defensa de la ley y el orden y en contra de los criminales es por supuesto muy loable y digna de agradecimiento. Pero en ocasiones sus métodos, aunque efectivos, han resultado ser un tanto... bruscos y han causado daños a propiedades particulares. El requerimiento incluye como anexo un listado de las reclamaciones económicas que, por perjuicios causados a sus bienes, ha interpuesto un grupo de ciudadanos contra Superman.

-Entiendo... -musitó éste fijándose en el montante total de la reclamación por daños y perjuicios-. Sinceramente, nunca pensé que mi labor en defensa de los ciudadanos pudiera causar tan cuantiosos daños colaterales... ni -remachó con sorna- que me fueran a pasar factura por ellos, cuando tantos beneficios se me deben.

-Tiene usted razón -el comisario sudaba, y no precisamente porque hiciera calor en el despacho-. Pero ya sabe como es la gente, egoísta e ingrata frente a todo lo bueno que se pueda haber hecho por ellos. Y, puesto que este documento ha llegado por vía judicial, yo no puedo hacer nada por evitarlo. Eso sí no se trata de una querella penal, sino de una simple demanda por responsabilidad civil frente a unos perjuicios económicos.

-Voy a hacerle una pregunta -sonrió pícaramente el superhombre-. La reclamación está dirigida a Superman, no a Clark Kent. Y oficialmente es este último quien se encuentra ante usted, por lo que al tratarse de una persona distinta yo no tendría por qué hacerme cargo de ella. A no ser, claro está, que usted o alguno de sus compañeros revelen que ambos somos el mismo. En cuyo caso, desaparecido mi secreto, a lo mejor optaba por marcharme de Metrópolis, e incluso del planeta, asentándome en algún otro lugar que resulte más acogedor.

-¡Oh, por favor, no malinterprete mis palabras! -rogó, aterrorizado, el policía-. Nada más lejos de mi... de nuestra intención que perjudicarle en lo más mínimo. Lo que sí se nos ocurrió fue que quizá usted podría acceder a un acuerdo amistoso... como Superman, claro está, no como Clark Kent.

-Está bien -condescendió el superhéroe-. Aunque para mí ha supuesto una profunda decepción tamaño desagradecimiento, entiendo que la gran mayoría de la gente no tiene la culpa, por lo que no debe pagar las consecuencias de mi enfado. Pagaré la cantidad requerida entregándola, si usted está de acuerdo, en esta misma comisaría, y vendré vestido de Superman para evitar suspicacias. Espero que con esto sea suficiente, y espero también que se me dé un recibo. Una cosa más -añadió interrumpiendo los zalameros agradecimientos del comisario- ¿La quiere en dólares, en otra divisa o en oro? Y ante su muda aquiescencia concluyó-. Si no les importa, para mí será más cómodo hacerlo con oro de veinticuatro quilates.

Dicho lo cual se despidió abandonando la comisaría. Mientras volvía a la redacción fue dándole vueltas a la excusa que daría para justificar la visita; últimamente algunos compañeros, y en especial Lois Lane, se estaban volviendo demasiado curiosos y, visto el precedente de los policías, no deseaba en modo alguno que su secreto pasara a ser conocido por todavía más personas.

Asimismo, se dijo, tendría que acercarse al remoto asteroide que constituía su banco particular gracias a los enormes filones de oro que afloraban en su superficie, por lo que sólo tenía que llegar y cogerlo. Podría obtenerlo sin moverse de la Tierra transmutando cualquier otro metal, como por ejemplo plomo, gracias a sus superpoderes, pero ese método era más engorroso y al fin y al cabo le apetecía darse una vuelta por el Sistema Solar para despejarse de la rutina diaria... como periodista y como superhéroe.


Publicado el 21-4-2021