La verdadera historia del descubrimiento del vino (I)



Tras el Diluvio, una vez que las tierras estuvieron secas y Yahvé sellara una alianza con Noé, éste se dedicó a labrar la tierra.

Estaba un día realizando las labores del campo cuando vio llegar volando a un ave negra que se posó a su lado. Era el cuervo que soltara en el arca cuando ésta varó en el monte Ararat.

-¡A buenas horas llegas, pajarraco! -le gritó irritado-. ¿Por qué no volviste cuando te solté? Aprende de la paloma...

E hizo ademán de golpearle con la azada, deteniéndose al ver que el pájaro portaba un papel en el pico.

-¡A ver qué traes aquí! Espero que sea lo suficientemente importante para que te perdone la vida.

El animal no se inmutó, ofreciéndoselo dócilmente.

Noé lo desdobló y con dificultad, no en vano tenía 601 años y su vista no era ya la de antes, leyó este mensaje:


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-¡Vaya! -celebró el patriarca enjugándose el sudor del rostro-. Por fin una buena noticia. Ya estaba harto de beber agua, como si no hubiera tenido bastante durante el dichoso Diluvio. ¡Y además está cerca! -exclamó satisfecho tras consultar el plano que venía dibujado en el dorso-. Puedo escaparme hasta allí y volver por la tarde sin que mi mujer se entere.

Y satisfecho de su suerte, arrojó la azada y se encaminó a la tasca. Pero Noé no estaba familiarizado con el vino, pues no lo había bebido nunca, y desconocía sus efectos si se tomaba en exceso. Así pues, regresó embriagado a casa y se acostó desnudo sobre su lecho, donde le encontró su hijo Cam y se burló de su desnudez.

El resto es historia.


Publicado el 29-4-2020