Elías y el ángel



Tras su triunfo sobre los sacerdotes idólatras, el profeta Elías hubo de huir de Samaria para evitar la venganza del rey Acab y su cruel esposa Jezabel. Llegó a Berseba, en el reino de Judá, y se adentró en el desierto durante todo un día de camino hasta que, sentándose bajo un árbol, se quedó dormido.

Aunque Elías deseaba la muerte, Yahvé se compadeció de él y le envió un ángel. Éste le despertó y le dijo:

-Levántate y come, porque el camino ha sido demasiado largo para ti.

Elías comió y bebió de la comida que había traído el ángel, y una vez confortado, le preguntó:

-¿Y tú quien eres, que me has auxiliado cuando más lo necesitaba?

-Soy un ángel de Yahvé -le respondió éste-, el cual me ha enviado para que te salvara de la muerte pues es su voluntad que le sigas prestando servicios.

-No puede ser -exclamó incrédulo Elías-. Como todo el mundo sabe los ángeles tienen alas, y yo no veo las tuyas por ningún lado.

-¡Uf, las dichosas alas! -exclamó el ángel frunciendo el ceño-. No me menciones a esos malditos artilugios. ¿Tú sabes lo engorrosas e incómodas que eran? Aparte de que volar con ellas era un auténtico tormento, todavía era peor cuando no las usábamos; apenas podíamos sentarnos y mucho menos tumbarnos, nos estorbaban en cualquier postura, por lo que teníamos que dormir como las gallinas, de pie y apoyados en unos palos. Eso sin contar con los estropicios que montábamos cuando entrábamos en una habitación y al primer movimiento tirábamos con ellas cualquier objeto o se nos enganchaban en los muebles.

Ya, pero sin alas no podréis volar... -objetó dubitativo el profeta.

-Que te crees tú eso. Mira.

El ángel se desabrochó la parte superior de la túnica mostrándole su pecho, lampiño por supuesto, a la par que plano y carente de pezones. Éste estaba ceñido por una banda de tela u otro material similar que sujetaba, justo en el centro, un objeto oblongo del tamaño de un puño, aunque más plano que éste.

-¿Qué es eso?

-El aparato que nos permite volar, un levitador antigravitatorio último modelo. Es infinitamente más versátil que las dichosas alas y, por si fuera poco, aunque apenas estorba nos lo podemos quitar cuando no lo necesitamos, al contrario de las alas que teníamos incrustadas en los omoplatos. Además tampoco suelta plumas, por lo que no tenemos que ir barriéndolas constantemente.

-Ah, ya -en realidad no tenía la menor idea de lo que pudiera ser un levitador antigravitatorio-. Y con ese... lo que sea, voláis.

-Por supuesto que volamos -se ufanó su interlocutor-, y mucho mejor que con las alas, sin necesidad de hacer el ganso intentando mantener el equilibrio. Pero no creas que resultó fácil, la burocracia celestial está tremendamente apegada a las tradiciones más obsoletas y se opone por sistema al menor cambio por justificado que esté. Y como encima no contábamos con el apoyo del jefe, que siempre está a lo suyo desentendiéndose del gobierno de su casa, no veas lo que tuvimos que porfiar para conseguir librarnos de esos malditos artilugios; incluso tuvimos que hacer una huelga de alas caídas para conseguir que nos hicieran caso, pero el esfuerzo mereció finalmente la pena.

-Entiendo. ¿Y ahora, qué pasará conmigo?

-Nada nuevo, mis instrucciones son ordenarte que sigas ejerciendo como profeta de Yahvé. Ahora que estás bien alimentado y descansado deberás volver a Israel para expulsar de su trono a esos reyes inicuos, tras lo cual, en premio a tus servicios, serás conducido al reino celestial. Pero esto ya no es tarea mía, por lo que si me disculpas me marcharé ahora mismo, porque el tráfico aéreo está endemoniado y llevo acumulado ya bastante retraso.

Viendo el profeta que la petición de disculpa era una mera frase de cortesía y el ángel empezaba a elevarse, le agarró de un tobillo y exclamó:

-¡Espera! ¿No podrías llevarme hasta Samaria, o al menos hasta la frontera de Israel, evitándome así el largo y fatigoso camino hasta allí?

-Imposible, chico. Ya me gustaría, pero el levitador no tiene suficiente potencia para cargar con los dos. Así pues, haz el favor de soltarme para que pueda remontar el vuelo.

Obedeció el cariacontecido profeta, principalmente porque el ángel amagaba con darle una patada con el pie que le quedaba libre. Viendo como éste evolucionaba ágilmente en el aire pese a la ausencia de alas y se perdía poco después en la lejanía, rezongó:

-Así cualquiera hace encargos, pero a los pringados siempre nos toca bailar con la más fea. Hale, otra vez a deslomarme andando cuando apenas si me he recuperado de la paliza anterior, mientras ese fulano viaja tan ricamente sin fatigarse lo más mínimo. Así también me hacía ángel yo.

Nota del traductor: Según un manuscrito encontrado recientemente en una cueva del Mar Muerto, cuya verosimilitud ha sido cuestionada por eminentes exégetas, las palabras finales de Elías habrían sido en realidad “Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”.


Publicado el 26-12-2020