La verdadera historia de la escalera de Jacob



Llegando Jacob a cierto lugar se dispuso a hacer noche allí, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso por cabezal, y acostóse allí. Y tuvo un sueño: soñó con una escalera apoyada en tierra cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Y vio que Yahvé estaba sobre ella y le dijo:

-Yo soy Yahvé, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra en que estás acostado te la doy para ti y tu descendencia.

A lo cual Jacob, también en sueños, vio que le respondía:

-Señor, ¿qué es esa escalera cuyo final se pierde en los cielos, y a qué se debe ese continuo trasiego de tus ángeles arriba y abajo?

-¡Ay Jacob! -le respondió Yahvé exhalando un profundo suspiro que hizo retemblar la tierra-. Ésta es la causa de mis desdichas. Se trata, o mejor dicho debería tratarse, de un ascensor espacial1 que encargué para facilitar el trabajo de subir y bajar del cielo a la tierra; se mire como se mire setenta y un millones de codos2 de altura es mucha altura incluso para mí, no te digo ya para mis servidores. Pero tuve la mala suerte de que la empresa quebrara tras haber instalado el satélite geoestacionario y anclarlo en la superficie con los cables, dejándome tirado como una vulgar colilla. Desde entonces ando en pleitos reclamando que terminen lo que falta: las cabinas, los motores y los demás accesorios, o que en su caso me indemnicen para poder encargárselo a otra compañía. Pero ríete tú de la burocracia de los humanos, la nuestra todavía es mucho peor. Llevo toda una eternidad, y no te exagero, con el expediente estancado en los juzgados de allá arriba sin poder hacer nada, porque el juez paralizó las obras hasta que no se resolviera el pleito, y no tiene pintas de resolverse en mucho tiempo...

Jacob no había entendido prácticamente nada de la explicación divina, salvo que el final de la escalera estaba muy, pero que muy lejos, y que sus usuarios tendrían que hacer un enorme esfuerzo cada vez que la utilizaban. No obstante, apuntó ingenuamente:

-Pero los ángeles tienen alas, y pueden volar con ellas...

-¡Ignorante y bárbaro mortal! ¿Cómo osas contradecirme? -fue la iracunda y aplastante respuesta-. Da gracias a que me caes simpático y sobre todo a que os necesito a ti y a tus descendientes para mis planes futuros, que si no...

E interrumpiendo la apenas velada amenaza, añadió en tono conciliador:

-Discúlpame, hijo, pero es que últimamente estoy de los nervios. No, tú no podías saber que allá arriba, durante la mayor parte de la longitud de la escalera, no hay aire y sin aire en el que apoyar sus alas mis ángeles no pueden volar, así que no tienen más remedio que desplazarse usando sus brazos y sus piernas como cualquier mortal. Ciertamente son mucho más resistentes que vosotros, pero todo tiene un límite y los pobres acaban derrengados. Y gracias a que van protegidos por un campo de fuerza que les aísla del vacío y de las radiaciones cósmicas y les permite respirar, todavía podría haber sido peor.

Obviamente Jacob siguió sin entender nada salvo lo de que los ángeles no podían volar, pero decidió ignorar el resto. Al fin y al cabo, a él no le incumbía. Así pues, decidió ir al grano.

-Señor, ¿qué deseas de mí?

-Ya te lo he dicho antes de que nos pusiéramos a divagar sobre el puñetero ascensor orbital, si me atendieras... resumiendo, aunque estoy seguro de que quienes transcriban nuestra conversación se empeñarán en inflarla de retórica, que os entrego esta tierra a ti y a tus descendientes, prometiéndote que os multiplicaréis como el polvo de la tierra y os extenderéis por los cuatro puntos cardinales, siendo vosotros mi pueblo elegido por encima de todos los linajes de la tierra. Estaré siempre contigo aunque no me veas, no te puedes imaginar a qué precio se han puesto los telehologramas, te guardaré por donde quiera que vayas y te devolveré sano y salvo a este solar, no abandonándote hasta que se haya cumplido todo cuanto te he dicho.

Despertó Jacob de su sueño y dijo:

-¡Así pues, está Yahvé en este lugar y yo no lo sabía!

Y asustado añadió:

-¡Qué temible es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!

Levantóse Jacob de madrugada y, tomando la piedra que se había puesto por cabezal, la erigió como estela y derramó aceite sobre ella. Y llamó a aquel lugar Betel, aunque el nombre primitivo de la ciudad era Luz.




1 N. del T.: En realidad para que un ascensor espacial discurriera entre un satélite geosincrónico y la superficie de la Tierra debería estar situado sobre la línea del Ecuador, cosa que no ocurre con el territorio habitado por los antiguos hebreos... pero ya se sabe, para Dios nada es imposible.
2 N. del T.: La altura de una órbita geosincrónica es de 35.785 kilómetros. Aunque la longitud del codo bíblico varía según las fuentes, vendría a equivaler aproximadamente a medio metro.


Publicado el 28-7-2022