La verdadera historia del monstruo de Frankenstein
-¿Nombre? -solicitó el empleado, parapetado tras su ventanilla, en tono displicente.
-Yo... -dudó el interpelado rascándose la coronilla en un intento reflejo de acelerar sus perezosos circuitos neuronales-. Mi creador me llamaba Criatura.
-¿Criatura? -le espetó al tiempo que garrapateaba con desgana en el formulario-. Pues sí que se esmeró -añadió para sus adentros.
-¿Apellidos?
-Uh... -otro férreo esfuerzo mental-. Fran... Frankenstein -logró articular finalmente.
-¿Fran Frankenstein?
-No, sólo Frankenstein.
-¿Y el segundo?
El pobre tardó un tiempo en comprender la pregunta.
-No... no tengo. De donde procedo sólo se usa uno.
-Está bien -rezongó el oficinista, frustrado por tener que dejar una casilla en blanco-. ¿Fecha y lugar de nacimiento?
-Hace mucho tiempo, no me acuerdo -gimió-. Era un pueblo pequeño, en las montañas...
-Es necesario reflejar estos datos -sonrió torvamente el plumilla olfateando la sangre-. Si no recuerda estos datos, deberá traer un certificado de nacimiento.
-¿Cómo quiere que lo traiga si yo no nací de la forma habitual? -protestó indignado el hombretón-. ¡Si ni siquiera soy real, sino un ser imaginario ideado por una escritora!
-Para mí usted es completamente real, y de hecho sus gestos me están empezando a resultar preocupantes -respondió impertérrito el chupatintas al tiempo que palpaba con disimulo el botón de alarma oculto bajo su mesa.
-¡Tanto da! -exclamó desesperado conteniendo a duras penas un amago de estrellar su enorme puño en la mampara-. ¡Esto es el Club de los Monstruos, yo soy un monstruo y estoy solicitando que se me admita como socio! ¡Los monstruos no solemos tener partida de nacimiento ni zarandajas por el estilo! ¡Simplemente nos imaginaron nuestros creadores!
-Lo sé de sobra, pero su condición no le exime de cumplir los trámites establecidos por los estatutos de la institución -se regodeó el bergante-. Todos los socios lo han hecho sin excepción, y como usted comprenderá no puede saltárselos.
Hecho una furia, el Monstruo de Frankenstein empezó a dar patadas en el suelo con sus zapatones.
-¿Acaso no me conoce?
-Por supuesto que le conozco, es usted muy popular. Pero esto no cambia nada, las reglas son las reglas.
-¿Pretende convencerme de que gente como Drácula, la Momia, el Hombre Lobo, Cthulhu o Freddy Krueger, que me consta son todos ocios del Club, fueron capaces de traerle un certificado de nacimiento? ¿Me toma por tonto?
-No a ambas preguntas. Pero sí lo hicieron de una manera equivalente y contemplada en los estatutos.
-¿Cuál? -imploró el desesperado solicitante.
-Aportando un ejemplar del libro, película o equivalente en cualquier otro formato en el que aparecieron por vez primera...
-¡Bah, eso es fácil! -exclamó con un suspiro de satisfacción.
-En su primera edición o bien una copia maestra, según el caso -añadió taimadamente su némesis-. No se aceptarán ediciones o versiones posteriores en éste o cualquier otro formato. Artículo II, apartado 7º, subapartado c) del Reglamento del Club de los Monstruos. Si lo desea, le puedo proporcionar una copia.
-¡...! -el pobre monstruo se había quedado sin habla.
-Permítame que le ayude, ya que le veo un tanto desorientado -remachó el muy hipócrita-. En su caso se trataría de la edición de Londres del 1 de enero de 1818 de Frankenstein o El moderno Prometeo; no serviría ninguna otra.
-Eso... eso estará en alguna biblioteca, supongo -balbuceó inseguro.
-Por supuesto -el ladino covachuelista se frotaba mentalmente las manos-. Pero dudo que se lo presten.
-¿Que me lo presten?
-Sí, que se lo presten, Según el artículo II, apartado 7º, subapartado c bis) del Reglamento, el documento original ha de ser entregado en mano, junto con una copia en formato físico o digital, para que ésta pueda ser compulsada y archivada, hecho lo cual se le devolverá al solicitante. Usted, a su vez, podrá reintegrarlo a la biblioteca o archivo de donde proceda. El problema es que los bibliotecarios suelen ser muy reacios a permitir que los libros antiguos salgan de sus bibliotecas -concluyó con un fingido tono quejumbroso.
-Pues ya me dirá -la dura mollera del Monstruo de Frankenstein le impedía apercibirse de la burla.
-Ahí no puedo ayudarle, puesto que podría ser considerado favoritismo y denunciado por otros solicitantes en una situación similar a la suya. La ley me obliga a dar un trato equitativo a todos ustedes.
Y viendo que el puño del gigante comenzaba a trazar molinetes, añadió:
-Lo que sí puede hacer es preguntar a los socios como lo hicieron; espere afuera a que salgan del Club para volver a sus casas, aquí no está permitida la estancia salvo el tiempo necesario para realizar los trámites. Y si me lo permite, le ruego que no me entretenga más, puesto que tengo mucho trabajo pendiente. Le atenderé encantado cuando vuelva con el libro.
Todavía resonaban los furibundos pasos de Frankenstein al abandonar éste la oficina, cuando su rival dio rienda suelta a su satisfacción con unas ruidosas carcajadas.
-¡Monstruos a mí! -exclamaba exultante-. ¡Para monstruo yo, el Burócrata Implacable! ¡Tendrían que hacerme presidente del Club, ya que valgo más que todos esos patanes juntos para aterrorizar a la gente!
Para celebrarlo, colgó en la ventanilla el cartel de Vuelvo en diez minutos y se fue a disfrutar de su bien ganada media hora del bocadillo; calculó que serían unas tres horas, ya que pretendía contárselo con pelos y señales a sus compañeros y sobre todo al creído del negociado de Evaluaciones y Homologaciones para que rabiara el muy imbécil, y eso llevaría su tiempo. ¡Él sí que sabía torearlos, por muy monstruos temibles que fueran!
Publicado el 14-11-2024