Hematofagia



Había empezado a recoger el género para cerrar la carnicería cuando entró el desconocido. Era alto, delgado y de rostro afilado con una palidez mortecina. Pero lo que más le llamó la atención fue su anticuada vestimenta propia de una película ambientada en la belle époque. Aunque un cliente era siempre un cliente...

-Buenas tardes, señor, ¿qué desea?

-¿Tiene usted morcillas?

-Por supuesto. ¿Las quiere de cebolla, de arroz, asturianas...?

-Me da igual siempre que no lleven ajo. Me sienta mal, ¿sabe usted?

-No se preocupe, las mías son las tradicionales de toda la vida. ¿Cuántas quiere?

-¿Podrían ser treinta kilos?

-¿Treinta kilos? -el carnicero le miró perplejo-. Lo siento, me temo que no queden tantas, he vendido bastantes a lo largo del día. Si quiere, le puedo dar todas las que me quedan y mañana, a lo mucho pasado por la mañana, le podré proporcionar el resto. Puede pasarse por aquí o, si me da su teléfono, le avisaría para que viniera a buscarlas.

-No es necesario, Déme las que tenga y resérveme las que falten.

-Perfecto -el carnicero procedió a pesarlas-. Son algo más de diez kilos, se las pongo a diez euros el kilo, en total lo dejaremos en cien euros. ¿Desea algo más?

-No, muchas gracias -respondió el comprador pagando el importe.

-Si es mucho peso para usted, podría enviárselas a su domicilio mañana por la mañana.

-Gracias de nuevo, tengo mi carruaje en la puerta.

-Si no le importa dejarme su nombre para apartarlas...

-Me llamo Drácula, Conde Vlad Drácula para servirle -dijo éste al tiempo que inclinaba el cuerpo ceremoniosamente tal como si se encontrara en una recepción real..

-¡Oh, no se asuste! -añadió al ver la cara de sorpresa del comerciante-. Le aseguro que deseo causarle el menor daño. ¿Cree usted que le estaría comprando morcillas si mi verdadera intención fuera morderle en la yugular? -concluyó con una sonrisa que, no obstante, perfiló sus afilados colmillos.

-Yo... no era eso -balbuceó el carnicero sin mucha convicción-. Lo que ocurre, es que siempre le había tomado a usted por un personaje imaginario. Ya sabe...

-Claro que lo sé -suspiró el vampiro-. Demasiado bien, por desgracia. La culpa de todo la tuvo ese maldito Bram Stoker que tanto me difamó en su novela. Pero no fue esto lo malo, al menos en este país muy poca gente la ha llegado a leer. Lo peor fueron las innumerables películas, a cada cual más aberrante, que hicieron basadas en ella, por lo normal tomando tan sólo los detalles más escabrosos a la par que añadiendo otros nuevos, todavía peores, de su propia cosecha. Y éstas sí que calaron en el imaginario popular, convirtiéndome en el arquetipo de uno de los más repulsivos monstruos de película. Monstruo yo... cuando los verdaderos chupadores de sangre eran ellos. ¿Sabe que ni siquiera me beneficié con un solo céntimo por derechos de imagen?

-Tiene usted razón, todos son iguales -contemporizó el carnicero sin poder ocultar su inquietud.

-He de reconocer que en mi juventud pude hacer cosas de las que ahora me arrepiento, pero eran otros tiempos... -Drácula se mostraba dispuesto a seguir pegando la hebra para desahogarse-. Hace mucho que no pruebo la sangre humana, aunque he de reconocer que mi cambio de dieta no se debió únicamente a cuestiones éticas o al riesgo de practicar una actividad prohibida que tan cara les acabó costando a muchos congéneres míos; también tuvo mucho que ver la cada vez peor calidad de la sangre disponible. ¿Quiere creer que acabé infectado con varias enfermedades de transmisión sanguínea, el colesterol se me puso por las nubes e incluso padecí intoxicaciones por el alcohol o las drogas que habían consumido mis... proveedores? Y menos mal que mi naturaleza no es como la de ustedes los mortales, pero aunque mi vida no corriera peligro todos estos trastornos me resultaban extremadamente desagradables.

-Lo entiendo...

-Mi médico me recomendó que cambiara de dieta, pero en mi caso no era tan sencillo hacerlo puesto que mi metabolismo digestivo depende forzosamente de la sangre y sus derivados. En un principio probé a comprarla en los bancos de sangre, pero tropecé con el inconveniente de que en muchos países, como ocurre aquí, estaba prohibido comerciar con ella, y donde sí se puede comprar no resultaba de fiar por razones obvias, dado que quienes recurren a venderla pueden padecer enfermedades contagiosas.

-Así pues...

-Se lo puede imaginar -respondió Drácula esbozando una triste sonrisa-. Las morcillas no dejan de ser un sucedáneo y no tienen ni de lejos el mismo sabor, lo cual no deja de ser un fastidio para un paladar delicado como el mío; pero qué se le va a hacer, al menos son seguras ya que han pasado por los pertinentes controles sanitarios. En fin, no le molesto más, volveré pasado mañana a por las restantes.

-A partir de las nueve de la mañana, que es cuando abro, las tendrá usted a su disposición.

-¡Oh, lo siento! No podré venir hasta esta hora, ya anochecido. Como supongo que sabrá, también padezco una grave intolerancia a la luz solar.

-No se preocupe, aquí las tendrá guardadas.

-Gracias. Ahora en invierno no tengo problemas para moverme por la calle, pero en verano me resulta mucho más dificultoso poderme ajustar al horario comercial, sobre todo a partir del dichoso cambio al horario de verano. ¿No podrían dejarnos tranquilos de una vez?

-Cuando llegue el momento buscaremos la manera de solucionarlo; si usted no puede venir, yo me encargaré de hacérselas llegar.

-Muchas gracias de nuevo, y hasta pasado mañana -repitió su anacrónico saludo y, cogiendo las dos pesadas bolsas, abandonó el establecimiento.

Olvidando las prisas por cerrar, el propietario del establecimiento cogió el teléfono y marcó un número.

-Paco, soy Luis, el carnicero de la calle del Agapornis. Oye, me he quedado sin género antes de tiempo. ¿Podrías adelantar el reparto y mandarme más morcillas mañana mismo?

- (...)

-Las de siempre no, ésas son pocas. Pongamos el doble. O mejor el triple, si pudiera ser.

- (...)

-Es que he tenido una venta excepcional y, según todos los indicios, he encontrado un buen cliente. Si consigo retenerlo, estos pedidos serán habituales.

- (...)

-No, no es un bar, ni tampoco un restaurante. Es... bueno, resulta complicado explicarlo por teléfono. Te lo contaré cuando nos veamos. Y ahora te dejo porque tengo que cerrar, no sea que venga alguien a entretenerme a última hora pidiéndome cuarto kilo de falda o cualquier otra miseria por el estilo. Un saludo.


Publicado el 7-11-2024