El hombre invisible... de vez en cuando
El cadáver yacía en el suelo, cubierto por una manta térmica cuyo brillo metálico resaltaba contra el sombrío entorno. Junto a él estaba apostado un policía, mientras sus compañeros bloqueaban los accesos al sórdido callejón. Más allá, en la esquina con la calle principal, las vivas luces del coche patrulla sacudían a ráfagas la oscuridad de la noche.
Un hombre vestido de paisano se acercó al inerte bulto. Se trataba del comisario que, en silencio, alzó un extremo de la manta para dejarlo caer tras unos segundos de atenta inspección.
-Es él, no cabe duda; -musitó, más para sí que para su subordinado- al fin lo atrapamos.
-Pero nos ha costado trabajo. -añadió el policía de uniforme, provocando con su opinión no solicitada un fruncimiento de ceño en su superior.
Éste, finalmente, se relajó, suspirando.
-Sí, nos ha costado trabajo; -reconoció- pero estaba seguro de que tarde o temprano acabaría cayendo en nuestras manos. Y ahí lo tenemos. Nos estuvo burlando durante años amparado en su invisibilidad, hasta que finalmente se relajó lo suficiente como para cometer un error fatal. Tan sólo uno, pero suficiente para nosotros.
-Resulta chocante -se explayó el agente, animado por la locuacidad del comisario- que un hombre tan inteligente y malvado olvidase de repente adoptar precauciones... aunque invisible, no era invulnerable.
-No, el plomo de las balas le afectaba exactamente igual que a cualquier otro mortal. Pero se confió, y ésta fue su perdición. ¡A quién se le ocurre, siendo invisible, comer calamares en su tinta!
Y se marchó cabizbajo, mientras la sirena de la ambulancia que se acercaba anunciaba su fúnebre misión.
Publicado el 9-1-2011