La verdadera historia de la gallina de los huevos de oro



Érase una vez una gallina que un día comenzó a poner huevos de oro. Su dueño, conocedor de la fábula, evitó incurrir en la avaricia de su protagonista y, lejos de matarla intentando obtener el oro que presuntamente albergaba en sus entrañas, la cuidó con mimo alimentándola con el mejor pienso, temeroso de que enfermara y dejara de ponerlos. Gracias a sus cuidados la gallina vivía lozana y feliz y, para satisfacción de su precavido dueño, seguía poniendo sus dorados tesoros que éste vendía discretamente, produciéndole unas ganancias extras que le habían venido muy bien en los difíciles tiempos que por entonces corrían.

Mas un buen día llamaron a la puerta de su casa y, cuando el ufano granjero la abrió, se encontró cara a cara con la torva figura de un hombre vestido de negro que se identificó como inspector de Hacienda. Sacando unos documentos de su negro maletín el visitante le comunicó que, tras haberse realizado un seguimiento de sus gastos e ingresos durante los últimos ejercicios fiscales, se había descubierto que llevaba tiempo vendiendo ciertas cantidades de oro puro de origen desconocido, al tiempo que tampoco constaba justificación alguna en su declaración de la renta del dinero obtenido con esta irregular y no declarada actividad comercial.

El pobre granjero, atribulado y mal fingidor, intentó argüir la excusa de que cavando en el huerto había encontrado enterrada una antigua olla repleta de oro, y que lo había estado vendiendo poco a poco para no incitar a la siempre peligrosa codicia ajena. Mas el inspector no le creyó, mostrándole un fajo de informes en los que, entre otras muchas cosas, se demostraba que, según los análisis realizados, el oro que había vendido no podía provenir en modo alguno ni de monedas ni de joyas antiguas, ya que en la superficie de los huevos dorados se habían encontrado trazas de ADN pertenecientes a la especie Gallus gallus, subespecie domesticus, es decir, a una gallina doméstica, y este ADN había resultado er reciente y sin el menor indicio de haber estado nunca bajo tierra.

Continuó enumerando el inspector una larga lista de presuntos delitos fiscales en los que éste habría incurrido, sumados los cuales podrían suponerle una condena por delito fiscal grave penada con prisión, a la que se sumaría la incautación de todos sus bienes para enjugar la deuda contraída con la Agencia Tributaria, muy abultada por la suma de las correspondientes multas, los recargos de apremio y los intereses de demora. Derrumbado, el granjero confesó entonces toda la verdad, tras lo cual condujo al inspector al gallinero mostrándole la gallina que ponía los huevos de oro y que, dicho sea de paso, en nada se diferenciaba exteriormente de sus congéneres comunes.

De vuelta a la vivienda el inspector sacó del maletín un documento mediante el cual se exoneraba al firmante de toda responsabilidad por los delitos fiscales cometidos, permitiéndosele además disponer libremente de todo el capital y de los bienes obtenidos por la venta de los huevos, siempre y cuando éste entregara voluntariamente al animal y firmara un compromiso de confidencialidad comprometiéndose a no comunicar a nadie la existencia de tan valioso espécimen.

Accedió el granjero, qué remedio le quedaba, realizándose rápidamente la transacción. Marchóse el inspector de la granja con su maletín en una mano y una jaula con la gallina en la otra, dirigiéndose hacia un coche de color negro que le aguardaba aparcado en una esquina.

-¿Qué tal ha ido? -le preguntó el conductor, que había permanecido sentado en su asiento.

-Bien, era un pardillo y no ha costado demasiado trabajo convencerlo... por la cuenta que le traía -gruñó.

-La verdad es que ha sido una suerte que apareciera esta mutación que hace que la gallina concentre en sus huevos el oro que se encuentra disperso en proporciones infinitesimales por todos los lados... -comentó su compañero mientras arrancaba-. Y todavía más que nosotros hayamos podido descubrirla a tiempo.

-Sí, confirmó el inspector. Una vez que se consiga secuenciar el ADN y aislar el gen portador de la mutación, será relativamente fácil desarrollar una línea genética en la que todas las hembras de la especie convenientemente tratadas adquieran esta cualidad y se la transmitan a sus descendientes; al fin y al cabo, cosas más difíciles se han hecho con ratones. Entonces se las podrá criar industrialmente y obtener unas cantidades importantes de oro.

-Me temo que harán falta muchos kilos de oro, y por lo tanto muchas gallinas ponedoras, para poder enjugar el déficit del Estado tal como pretenden los de arriba -añadió pesimista el conductor al tiempo que enfilaba la calzada. Dichosos los tiempos en los que bastaba con subir los impuestos...

-Menos da una piedra -suspiró el inspector contemplando pensativo la jaula donde la gallina, ajena a su destino, se dedicaba a picotear tranquilamente en el comedero-. Pero no dejo de sentirme incómodo por habérsela arrebatado a ese pobre hombre de una manera tan artera, prácticamente a cambio de nada y poco menos que engañándole, puesto que un abogado medianamente hábil nos habría desbaratado el plan o, cuanto menos, lo habría logrado retrasar durante años, con lo cual mientras tanto se habría muerto la gallina saliendo perdiendo todos.

-Esto ya lo hemos discutido, era una cuestión de estado y si hubiéramos ido por las claras, requisándosela alegando interés científico o algo similar, e incluso si se la hubiéramos comprado a un precio generoso, habría sido imposible mantener el secreto... y éste es fundamental para los planes del Ministerio, sobre todo teniendo en cuenta lo difícil que resulta incrementar la recaudación de impuestos con esta puñetera crisis. Eso sin contar con que los servicios de espionaje de otros países, incluyendo los de nuestros propios aliados, intentarían apoderarse del pobre bicho por todos los medios posibles. Créeme, ésta era la mejor solución, y el granjero mantendrá la boca cerrada porque nada da más pánico en este país que una inspección de Hacienda -concluyó cínicamente.

-Supongo que tendrás razón; pero me pregunto cómo demonios se podrá seguir ocultando una vez que las granjas estén en plena producción, con tantas gallinas sin que salga a la venta ni un solo huevo... de los normales, claro.

-Bueno, eso no es problema nuestro; ya se les ocurrirá algo a esos genios que cobran tanto por asesorar a los políticos. Trolas más gordas han colado sin que la gente se inmutara siquiera. Nosotros entregamos la gallina y volvemos a dedicarnos a cazar evasores fiscales, que es lo por lo que nos pagan.

-Pues sí.

Y enfilaron camino de la delegación de Hacienda con la satisfacción del deber cumplido.


Publicado el 1-5-2018