La verdadera historia del Increíble Hulk



Tras casi dos horas de aguantar pacientemente en la cola, buena parte de ellas en la calle bajo la lluvia, pese a haber solicitado una cita previa, el sufrido ciudadano se encontró al fin frente a la ventanilla. Explicó lo que deseaba y presentó el fajo de papeles que tanto trabajo le había costado recopilar, preguntándose si había servido para algo la informatización de la administración pública cuando en la práctica seguía funcionando igual o peor que en los lejanos tiempos de Larra.

El funcionario los revisó con gesto profesional y, seleccionando varios de ellos, se los devolvió al tiempo que le explicaba:

-Lo siento, pero hay algunos documentos incorrectos. O bien no corresponden a los formularios concretos, o bien están mal rellenados. Además, las convalidaciones no son válidas porque no se ajustan a la nueva normativa. Ah, y este certificado ha caducado. Me temo que tendrá que rehacerlos. Mejor le devuelvo todo, aunque por separado, y me lo vuelve a traer cuando ya esté subsanado todo.

-Pero... -objetó la víctima de burocratitis en tono compungido-. Sus compañeros me dijeron que todo estaba bien, y en cuanto al certificado caducado se debe a que tardé varias semanas en conseguir una cita previa, y no me la dieron hasta pasados tres meses. No es culpa mía que caducara.

-Lo lamento mucho, pero no puedo tramitar su solicitud si ésta no se ajusta a la forma, y no lo está. Tendrá que volver a los organismos que le expidieron los documentos, o acceder por vía telemática, para subsanar los errores y volver aquí con ellos.

El funcionario se interrumpió:

-Señor Banner, ¿qué le ocurre? ¿Se siente mal? Se le está hinchando todo el cuerpo, y la cara se le ha puesto verde. ¿Por qué me mira así? Yo no... ¡Socorro, que alguien me ayude!


Publicado el 19-10-2021