Kriptonitis



-Convénzase, señor Kent -insistió el médico-. Sus problemas no tienen nada que ver con ese imaginario mineral procedente de su planeta natal.

-¿Cómo que no? -porfió Superman-. Es de sobra sabido que la kriptonita nos causa serios trastornos a los kriptonianos, y yo nunca me había sentido tan débil y dolorido como ahora.

-Vamos a ver -replicó el galeno armándose de paciencia-. Existen varias poderosas razones para descartar sus sospechas. Primero -enumeró alzando el dedo índice-, porque es virtualmente imposible que un fragmento procedente de la desintegración de su planeta pudiera llegar hasta la Tierra, tanto por cuestiones temporales dada la enorme distancia que nos separa, como por la increíble casualidad de que este fragmento viniera a impactar justo aquí dentro de la vastedad del espacio.

»Segundo -continuó haciendo caso omiso a los intentos del superhéroe por interrumpirle, al tiempo que erguía el dedo corazón-, porque este fragmento tendría que haber caído justo al lado suyo, algo igualmente inverosímil; y de haber ocurrido así, teniendo en cuenta que usted se está moviendo continuamente de un lado para otro, no cabe imaginar que esta piedra le pudiera seguir allá por donde usted fuera manteniéndose siempre dentro de su radio de acción, que tampoco podría ser demasiado amplio. Doy por sentado, claro está, que usted habrá registrado minuciosamente todos los lugares en los que pasa suficiente tiempo, deduzco que sin el menor resultado dadas las circunstancias.

»Y tercero -concluyó con el dedo anular, interpretando como consentimiento el hosco silencio de su interlocutor-, permítame decirle que no me creo en absoluto esa historia de la kriptonita. Dado que según usted procede de su extinto planeta, no resulta verosímil que una sustancia tan nociva hubiera permitido que floreciera su civilización. ¿Imagina usted que si en esas montañas -indicó señalando al apacible paisaje que se veía a través de la ventana- existiera un equivalente terráqueo a la kriptonita yo podría estar sentado tranquilamente aquí?

-Olvida usted -contraatacó el kriptoniano- que en la Tierra existen minerales radiactivos que pueden resultar extremadamente nocivos para aquéllos que se sometan a su irradiación.

-Cierto, pero no como se presentan en la naturaleza; aunque existe una radiactividad natural, ésta es perfectamente soportable para los seres vivos. El peligro está en su almacenamiento y en su manipulación transformándolos en materiales infinitamente más peligrosos.

-¡Pero mi planeta estalló! Esto indica que los materiales iniciales pudieron transmutarse en kriptonita a causa de las excepcionales condiciones físicas que se crearon durante tan catastrófico proceso.

-Pudieron... pero el cúmulo de probabilidades necesario para que un fragmento de kriptonita llegara hasta usted, aquí en la Tierra, es tan ínfimo que la famosa búsqueda de la aguja en el pajar resultaría a su lado un juego de niños. Así que olvídese de los disparates seudocientíficos que idearon sus ignorantes guionistas y haga caso a la ciencia. Desengáñese, señor Kent. No es la kriptonita, real o imaginaria, la causante de sus males.

-¿Cuál es entonces, según usted? -retó Superman con desconfianza.

-Pues algo tan sencillo como la edad. Usted se ha hecho viejo, y como cualquier otra persona ha empezado a padecer achaques.

-¡Yo no soy humano! -exclamó con vehemencia el kriptoniano.

-Lo sé de sobra, recuerde que le hemos hecho infinidad de análisis y pruebas de todo tipo. Su metabolismo es portentoso, por supuesto, e infinitamente superior a la de los mortales corrientes. Pero esto no quiere decir que esté libre de envejecimiento, simplemente el proceso ha sido mucho más lento; pero al final ha llegado. ¿Cuántos años tiene usted?

-No demasiados... -rezongó el superhéroe-. Quizá unos...

-Se lo diré yo -atajó el médico consultando el historial médico-. Casi dos siglos y medio. ¿Le parece poco? Por mucho que haya avanzado la medicina en todos estos años, ningún humano podría aspirar a vivir ni siquiera la mitad de lo que ha vivido usted, y eso que todavía posee una fortaleza equivalente a la de un octogenario bien cuidado. Llevando una vida normal, cuidándose y tomando algunas pastillas todavía le quedaría a usted mucha cuerda; pero si se empeña en seguir volando y haciendo todas esas proezas circenses que tanto desgastan a su organismo, lamentablemente no le puedo garantizar nada. Está en sus manos asumir una vejez tranquila y digna o seguir machacándose hasta que su supercuerpo reviente.

-¿Y qué quiere que haga? Soy un superhéroe, y mi misión es la de proteger al planeta del mal.

-Vuelvo a repetir que la decisión es suya. O se cuida, o a pesar de todos sus superpoderes... Además, ¿a qué viene su empeño en seguir ejerciendo de paladín de la humanidad? Esto se podía entender cuando llegó aquí, ya que fue un pionero, pero ahora los superhéroes son legión, das una patada a una piedra y aparecen de inmediato media docena de ellos empeñados en salvarte incluso de sus propios colegas. ¿Por qué no se retira? Usted ya ha hecho bastante por la humanidad.

-No puedo. Lo mío es como el sacerdocio, un compromiso de por vida. Además -bufó- no puedo consentir que esa plaga de niñatos horteras den semejante mala imagen de la profesión. Alguien tiene que preservar la dignidad del gremio, y tras la muerte de Batman, que como usted sabe era humano y falleció a una edad normal, tan sólo quedo yo como representante de la vieja guardia.

-Pues como siga así la vieja guardia se va a quedar sin representante alguno -ironizó su interlocutor-. Ha de tener presente que, por muy superhumano que usted sea no es en absoluto inmortal, y los síntomas que usted achacaba equivocadamente al efecto de la kriptonita no son sino las primeras muestras de su envejecimiento. Hágame caso; olvídese de su presunta providencialidad y preocúpese por usted mismo, ya que a la hora de la verdad nadie se lo va a agradecer ni se molestará en ayudarle. Eso es todo cuanto le puedo decir.

-Está bien, lo pensaré -rezongó el frustrado superhéroe.

La consulta había terminado. Superman se levantó de su asiento y, tras despedirse, cogió su bastón reforzado -a los normales los hacía añicos en cuanto se apoyaba en ellos- caminando renqueante hacia la puerta.

-Hay que ver en lo que quedamos -se dijo el médico una vez que éste hubo abandonado la consulta-. Ni siquiera los superhéroes se libran de hacerse viejos.

Pero pronto se olvidó de él, centrando su atención en el historial médico de su siguiente paciente.


Publicado el 2-6-2021