La verdadera historia de los ladrones de cuerpos



La amenaza llegada del espacio había doblegado a la Tierra. Las mortíferas vainas alienígenas, capaces de replicar a cualquier ser vivo absorbiendo en tan sólo unas horas no sólo su apariencia hasta la última célula, sino también la totalidad de sus recuerdos, se habían extendido por toda la faz del planeta convirtiendo en réplicas perfectas, pero carentes de alma, a cada vez más millones de personas sin que ninguno de los esfuerzos realizados para contenerlas lograra frenar, o tan siquiera retardar, su imparable avance.

La guerra estaba irremisiblemente perdida, y pronto la humanidad se vería reemplazada por esa nueva casta de simulacros capaces de imitar, pero no de crear, de sentir, de amar o de odiar como las verdaderas personas.

El futuro no se podía columbrar más ominoso cuando de pronto, cuando nadie lo esperaba, surgió el milagro que permitió doblegar a los invasores exterminándolos por completo. Y fue Rufus T. Firefly, unánimemente aclamado como héroe mundial, quien logró la proeza cuando ya nadie, salvo él, alentaba la menor esperanza.

Un héroe atípico además, puesto que Rufus T. Firefly no era un militar, ni un estadista, ni un científico; ni tan siquiera era alguien conocido, salvo en su pequeña ciudad, con anterioridad a la invasión de los ladrones de cuerpos. En realidad era tan sólo un modesto empresario cuya pequeña factoría subsistía gracias a la economía local y apenas exportaba sus productos fuera de su propio condado.

Pero el gran Rufus T. Firefly tuvo la suerte de que ésta se encontrara asentada en un recóndito lugar al que las vainas asesinas todavía no habían llegado cuando ya se enseñoreaban de la práctica totalidad del mundo habitado, lo que le permitió alumbrar la genial intuición que permitió aniquilarlas cuando ya todo parecía perdido.

También le ayudó la naturaleza de su empresa. Rufus T. Firefly había nacido y se había criado en una comarca agrícola situada en el corazón de su país, en la cual el tiempo parecía haberse detenido y la industria apenas había osado aparecer, por lo que su espíritu emprendedor se había enfocado años atrás, cuando la fundó, hacia aquello que podía darle mayores beneficios. Así pues, había puesto en marcha una planta envasadora de los excelentes cultivos locales. Concretamente legumbres: hermosos garbanzos, sabrosas judías, nutritivas lentejas, fragantes guisantes, jugosas habas...

Por ello no le resultó difícil adaptar sus instalaciones para procesar las vainas alienígenas, bastó con adaptarlas a su mayor tamaño. Además se hizo rico, puesto que su nueva línea de conservas arrasó en el mercado. Porque las vainas alienígenas, cosechadas antes de experimentar su peculiar metamorfosis, resultaron ser un bocado exquisito.


Publicado el 8-12-2020