Mal menor



-¡Padre, padre! -el joven cruzó la cubierta del Arca reclamando la atención del venerable anciano que, acodado en la borda, mantenía la vista fija en el horizonte.

-¡Sem, te he dicho mil veces que no des esos gritos! Los animales se asustan, y si se alborotan mucho pueden crearnos problemas. ¿Quieres que se escapen de sus jaulas y cometan alguna tropelía?

-Discúlpame, pero... es que tenemos problemas.

-¿Qué ocurre ahora? -suspiró Noé, convencido de que ninguna nueva tribulación podría poner todavía más a más prueba su baqueteada paciencia.

-Cam me ha dicho que se están acabando las reservas de alimentos para los animales. Como el viaje está durando más de lo previsto... según dijiste iban a ser sólo cuarenta días y cuarenta noches, más otros ciento cincuenta hasta que descendieran las aguas; pero llevamos ya bastante más, embarrancados en la cima de este monte, y seguimos sin ver llegar el momento de librarnos de ellos. Mientras tanto, hay que seguirles dando de comer todos los días.

-¿Y qué quieres que haga -se defendió su padre- si la dichosa paloma todavía no ha vuelto? ¿Crees que a mí me agrada esta situación?

“Pero tú no tienes que limpiar los establos” -pensó el hijo, sin atreverse a decirlo en voz alta. Pese a ello, insistió:

-Alguna solución habrá que buscar, ya que los animales comienzan a estar hambrientos y tememos que en cualquier momento nos puedan dar un disgusto.

-¿Por qué no les racionáis la comida?

-Eso ya lo hemos hecho, y no podemos racionarla más porque entonces muchos de ellos se morirían de hambre. Además, tememos que los carnívoros se vuelvan tan peligrosos que intenten incluso devorarnos a nosotros. No veas lo excitados que están los tigres, los leones, los leopardos...

-Está bien -le interrumpió su progenitor, poco deseoso de conocer los detalles-. Si las cosas están tan mal como dices, habrá que arbitrar alguna solución de emergencia.

Hizo una pausa aparentando meditar, y dijo al fin:

-Podríamos sacrificar a los dos brontosaurios; así tendríamos carne suficiente para alimentar a las fieras y podríamos utilizar además su pienso para dar de comer a los demás herbívoros.

-Pero padre -objetó Sem-, eso significaría perder una especie viva... y de las importantes. Tú nos dijiste que Yahvé te ordenó preservar a todos los animales, incluso a los impuros...

-Lo sé de sobra, pero qué quieres que haga... -se defendió, molesto, el patriarca- es muy fácil ordenar desde allá arriba sin tener que mancharse las manos. Además, mejor esto a que se nos mueran de inanición la mitad de esos malditos bichos. Anda, busca a tus hermanos y encargaos de ello, yo mientras tanto seguiré pendiente a ver si vuelve de una vez la puñetera paloma.

Obediente, Sem se retiró al interior del arca. Por un lado, refunfuñaba para sus adentros ante la evidencia de que no era precisamente su padre quien se manchaba las manos, sino ellos; pero por otro, se sentía satisfecho de desembarazarse de unos animalotes tan fastidiosos, sobre todo cuando tocaba quitar el estiércol.

Por su parte, Noé volvió a otear el horizonte en busca de la esquiva volátil, al tiempo que reflexionaba acerca de la suerte que habían tenido al no haber logrado encontrar, en los días previos al diluvio, ninguna pareja de tiranosaurios vivos; hubiera podido ser todavía mucho peor, se dijo.


Publicado el 25-12-2016