El undécimo Mandamiento



Y dijo Dios a Moisés:

-Yo, Yahvé, que os saqué de la servidumbre de Egipto, os entrego estos Mandamientos para que obedezcáis y respetéis mi Ley:

-Primero, no adorarás a dioses ajenos.

(...)

-Décimo, no codiciarás los bienes ajenos.

-Undécimo...

-Disculpa, Señor -exclamó Moisés, presa de una gran agitación.

-¿Cómo osas tú, mísero mortal, interrumpir a tu Dios? -tronó iracundo Yahvé-. ¿Acaso pretendes que te fulmine con mi poder?

-¡Oh, no, señor! -gimió el infeliz prosternándose todavía más-. Perdona mi atrevimiento, pero yo tan sólo quería indicarte que mi pueblo, lamentablemente, es analfabeto...

-¿Y...?

-Pues que los pobres tan sólo saben contar hasta diez... con los dedos de las dos manos. Y tú ibas ya por el undécimo Mandamiento...

-Está bien -concedió Dios reprimiendo su malestar-. Lo dejaremos en diez. Al fin y al cabo el resto no eran demasiado importantes.

Y así, Dios entregó a Moisés dos tablas de piedra escritas con su propio dedo.

Descendió Moisés del monte Sinaí para reunirse con su pueblo, mientras Dios se retiraba al cielo al tiempo que rezongaba:

-Diez dedos... ¡inútiles! Para la próxima Creación ya me cuidaré yo de que tengan al menos veinte, por mucho que dejen de estar hechos a mi imagen y semejanza. Por lo menos, así me ahorraré problemas.


Publicado el 22-6-2015