Pedro y el lobo (o peor todavía)
Érase una vez un pequeño pastor llamado Pedro, que cuidaba a sus ovejas en el campo. Y como se aburría viéndolas pastar, se le ocurrió una manera de divertirse gastando una broma a los aldeanos del lugar. Sin pensárselo dos veces, se acercó a los campos donde éstos trabajaban y gritó despavorido:
-¡Socorro! ¡El lobo! ¡Que viene el lobo!
Los lugareños abandonaron inmediatamente sus trabajos y, esgrimiendo los aperos y todo cuanto pudiera ser utilizado como improvisada arma, echaron a correr en auxilio del zagal. Cual sería su sorpresa al descubrir que el ganado pastaba tranquilamente y el terrible lobo no aparecía por ningún lado, tratándose tan sólo de una burla de Pedro. Así pues, se marcharon malhumorados.
Pero a Pedro le había gustado su travesura, por lo que se le ocurrió repetirla. A la mañana siguiente, cuando los labradores se dedicaban pacíficamente a sus quehaceres, volvió a gritar todavía más fuerte:
-¡Socorro! ¡El lobo! ¡Que viene el lobo!
Pese a lo ocurrido la víspera la gente del pueblo, al oír los gritos desesperados de Pedro, volvieron a echar a correr creyendo que en esta ocasión su petición de ayuda era cierta y el lobo, realmente, estaba atacando a sus indefensas ovejas.
Pero no. El lobo no había aparecido tampoco en esta ocasión y Pedro se revolcaba por el suelo riéndose a mandíbula batiente de sus chasqueados vecinos, los cuales se enfadaron tremendamente con el bromista.
Unos días después Pedro volvió con sus ovejas al mismo campo. Todavía se reía de los ingenuos aldeanos cuando descubrió una ominosa figura que ascendía por el sendero bloqueando cualquier posible intento de fuga.
Paralizado por el terror, el imprudente pastor comenzó a pedir ayuda con todas sus fuerzas:
-¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Que viene! ¡Que ya está aquí! ¡Que se va a llevar a mis ovejas!
Pero esta vez los aldeanos, escarmentados por sus burlas anteriores, no le hicieron el menor caso y siguieron a lo suyo como si nada hubiera ocurrido. De esta manera, el gran depredador pudo acercarse impunemente hasta donde los pacíficos animales pastaban inconscientes del peligro, sin que Pedro pudiera hacer nada por evitarlo.
Ha pasado algún tiempo desde que Pedro recibiera la visita del inspector de Hacienda. Al pastor, tras haber sido apercibido de que no había hecho ninguna declaración de la renta durante los últimos cinco años -en realidad eran varios más, pero para su fortuna las anteriores habían quedado prescritas-, le habían aplicado una declaración paralela, con los oportunos recargos y multas correspondientes conforme a la legislación vigente. Y, puesto que carecía de suficientes fondos bancarios o bienes raíces para enjugar la cuantiosa deuda, Hacienda se había cobrado en especie incautándole la totalidad del rebaño sin dejarle ni una sola oveja... un trastorno mucho mayor, sin duda, de que le hubiera causado un verdadero Canis lupus, se dijo con amargura mientras hacía un hatillo con sus escasos enseres, preparándose para emigrar a Alemania... o a donde pudiera empezar una nueva vida.
Publicado el 24-1-2011