La verdadera historia de Penélope y Ulises



Cuando Ulises volvió a Ítaca tras muchos años de ausencia, encontró a su esposa Penélope asediada por una pléyade de pretendientes que aspiraban a ocupar su trono, mientras su hijo Telémaco, al que había dejado siendo un niño para marchar a la guerra de Troya y convertido ya en un hombre, retornó de su larga e infructuosa búsqueda por tierras lejanas ayudándole eficazmente a deshacerse de ellos.

Una vez recuperados su reino y su esposa, descubrió con sorpresa que ésta le mostraba orgullosa a su segundo hijo, Telégono, un bigardo quinceañero que le saludó con desgana antes de volver a enfrascarse en sus cosas.

Desconcertado, Ulises comenzó a calcular -con los dedos, ya que las matemáticas nunca se le habían dado demasiado bien- los años que llevaba fuera de casa: diez en la guerra de Troya y otros diez dando tumbos por medio Mediterráneo -bueno, no todo había sido malo durante todo ese tiempo, se dijo esbozando una sonrisa-, veinte en total. Restándoles los nueve meses de un embarazo... no, no le salían las cuentas.

Ulises interrogó con la mirada a Telémaco, escabulléndose éste con un gesto con el que intentaba decirle a mí no me mires, yo no tengo nada que ver en este asunto, por lo que repitió la muda pregunta a su esposa.

Ésta sí le respondió.

-¡Oh, mi héroe! Eres sin duda el más viril de todos los aqueos. Llevaba yo más de cuatro años guardándote mi virtud cuando se me apareció Hermes en sueños para comunicarme que, por decisión del divino Zeus, quedaría embarazada de ti sin necesidad de que yaciéramos juntos, ya que entonces te encontrabas empeñado en la dura tarea de sojuzgar a los pérfidos troyanos. Y así, nueve meses más tarde di a luz a tu segundo hijo, al que llamé Telégono por haber sido engendrado a distancia.

Y haciendo un mohín añadió:

-¿No dudarás de mí, ¡oh, esposo mío!, cuando tú mismo pudiste comprobar con tus propios ojos como rechazaba a los pretendientes que me acosaban, engañándolos con la treta del inacabable tejido.

-Está bien, te creo -zanjó éste, todavía confuso-. He recobrado mi reino y a mi familia, y esto es lo único que en realidad importa.

Dicho lo cual mandó llamar a los fieles Eumeo y Filetio para que le ayudaran a realizar una inspección general de la isla; mucho se temía que habría bastante trabajo que hacer después de tantos años de abandono.

Mientras tanto, Penélope permanecía sumida en sus reflexiones.

-Marcha a ejercer tus responsabilidades, esposo mío, y goza de la fama de ser el más astuto de los aqueos; engañaste a los troyanos y al cíclope Polifemo, pero yo te engañé a ti. ¿Acaso creías que no me iba a enterar de tus asuntos con esas pelanduscas de Calipso, Circe, Nausícaa, y tantas otras? ¡Si hasta pretendiste liarte con las mismísimas sirenas! Así pues te he pagado con tu misma moneda sin que llegaras a sospechar de mi fidelidad, y date por satisfecho de que no haya sido tan promiscua como tú. Y si no llegas a aparecer de repente, me habrías encontrado casada con alguno de los pretendientes a los que asesinaste, así que todavía puedes darte por contento; serían menos fuertes y menos astutos, pero eran más jóvenes, más apuestos y más agradables que tú, viejo chivo.


Publicado el 13-11-2021