La verdadera historia del Portal de Belén



Aquella noche de invierno, inusitadamente fría para Palestina, una familia se refugiaba bajo el paupérrimo abrigo de un establo abandonado y en ruinas. En su interior un niño recién nacido yacía, envuelto en trapos, en la sucia paja de un pesebre, calentado tan sólo por el aliento de una mula y un buey tumbados mansamente a su lado.

Su joven madre, casi una niña, le atendía lo mejor que podía débil todavía por el esfuerzo del parto, mientras su padre o quien pasaba por tal, un venerable varón entrado ya en la madurez, dialogaba en voz baja con unos pastores que se habían acercado hasta allí tras enterarse del nacimiento.

La súbita llegada de unos soldados del rey Herodes vino a interrumpir bruscamente la reunión.

-¿Qué deseáis? -preguntó intranquilo el esposo al tiempo que protegía con su cuerpo el paso al mísero refugio.

-Venimos a por los animales -respondió con arrogancia el que mandaba el pelotón.

-¿Por qué? No nos molestan...

-¿Acaso son vuestros? -le espetó el soldado.

-No, ya estaban aquí cuando llegamos. Pero... le dan calor al niño -imploró humildemente el santo varón.

-Eso no es problema nuestro -zanjó brutalmente su interlocutor-. Están abandonados, y eso es lo único que nos importa. Tenemos órdenes de llevarlos al centro de acogida de animales de Jerusalén. Si sus dueños no los reclaman en el plazo de tiempo establecido serán vendidos o sacrificados, pero no pueden andar sueltos por ahí.

-Está bien -se resignó el hombre-. Cumplid con vuestra obligación.

Así lo hicieron éstos, dejando abandonada a la familia. Pero no habían acabado las visitas, ya que poco después un nuevo pelotón de soldados llegaba hasta el establo.

-¿Qué deseáis? -preguntó de nuevo el esposo.

-Venimos a desalojaros del este edificio -fue la respuesta de quien comandaba la tropa-. El rey Herodes no tolera que los vagabundos ocupen viviendas que no sean de su propiedad.

-Pero nosotros no somos vagabundos... -objetó en vano el padre putativo- Vivimos en Nazaret, y allí me gano honradamente la vida como carpintero. Vinimos a Belén a causa del censo y, aunque teníamos dinero para pagar el hospedaje, todas las posadas estaban llenas y nos tuvimos que refugiar aquí, ya que mi esposa estaba a punto de dar a luz.

-Eso no es problema nuestro -le espetó el militar repitiendo sin saberlo las palabras de su compañero-. Mis órdenes son desalojaros, así que tenéis que abandonar este lugar ahora mismo.

-Está bien -respondió el interpelado con mansedumbre-. Así lo haremos.

Algunas horas más tarde, cuando ya alboreaba el día, llegaron al establo tres personajes de noble aspecto. Iban ataviados con lujosos ropajes, cabalgaban en camellos ricamente enjaezados y les acompañaba un nutrido séquito de criados.

Pero el establo estaba vacío, y nadie de los alrededores supo darles noticias de sus efímeros ocupantes.

-¿Y ahora qué hacemos? -preguntó uno de ellos, de piel negra como el ébano, a sus compañeros.

-Pues no lo sé... -respondió uno de ellos, un venerable anciano de luenga barba blanca- Hasta llegar aquí nos guió la estrella, pero ahora ya es de día y no se la puede ver...

-¿Y si volvemos al palacio de Herodes y le preguntamos de nuevo? -sugirió el tercero, de poblada barba negra- Si no él, al menos alguien de su corte, o de su servidumbre, podría darnos algún tipo de noticias al respecto...

-No creo que sea una buena idea -objetó el subsahariano-. No pareció estar muy entusiasmado con la idea cuando se lo contamos, y si os he de ser sincero no me fío un pelo de él. A saber lo que podrá estar maquinando.

-Pues tú dirás...

-¿Por qué no buscamos a un recién nacido por los alrededores? Según dijeron los pastores, no pueden andar demasiado lejos.

-¿Con todo el lío que hay montado por culpa del censo imperial? -le rebatió el de la barba blanca- Seguro que sólo en la ciudad de Belén hay recién nacidos a docenas. ¿Cómo saber cuál de ellos es el que buscamos?

-Fácil -apuntó el barbinegro-. Entreguemos los presentes a los padres del primero que encontremos. No creo que la cosa cambie demasiado, y así podremos volver a nuestros reinos lo antes posible; en lo que a mí respecta mi ausencia ya se prolonga demasiado tiempo, y la verdad es que no me fío demasiado del ambicioso de mi primo.

-Yo he dejado sola a mi esposa... -añadió el negro.

-Y yo he dejado el reino en manos de mi senescal -concluyó el anciano.

-En resumen, que a los tres nos corre prisa estar de vuelta lo antes posible -zanjó el promotor de la idea- ¿Os parece bien mi propuesta?

Y ante la aceptación de sus dos compañeros, así lo hicieron.


Publicado el 5-12-2012