El príncipe chasqueado



Embargado por la emoción, el Príncipe Azul se acercó al catafalco donde yacía el cuerpo inerte de la Bella Durmiente. A la luz de la antorcha, única luminaria de la sombría cripta, admiró con embeleso su bello rostro sobre el que no se atisbaba el menor indicio de vida.

Pero ella estaba viva, de eso no le cabía la menor duda, ya que su cuerpo no mostraba el más mínimo signo de deterioro pese al siglo transcurrido desde que la maldición de la pérfida bruja la sumiera en un profundo letargo. El hechizo era poderoso, pero él sabía como conjurarlo. Y estaba dispuesto a hacerlo.

Depositando la antorcha en una argolla de la pared, se inclinó con suavidad apoyando las manos en el borde del lecho y, lentamente, aproximó su rostro al de ella hasta que, tras una breve indecisión, apoyó los labios en la yerta boca acariciándola con un ardoroso beso.

Y el milagro sucedió. De forma suave la hasta entonces imperceptible respiración de la muchacha comenzó a recobrarse, al tiempo que un tenue rubor comenzaba a teñir su pálido rostro. La Bella Durmiente, tal como había sido profetizado, volvía a la vida gracias al tesón y al puro y desinteresado amor de su salvador.

Apenas unos minutos más tarde ésta abría los ojos y, con esfuerzo, se incorporaba del lecho intentando recobrar la lucidez de la que había estado privada durante tantos años.

Pero su reacción no fue la que éste esperaba. Haciendo un gesto de repugnancia retrocedió irritada, al tiempo que le increpaba:

-¿Qué es esto? ¿De dónde viene este asqueroso olor a ajo?

El Príncipe, sorprendido, le respondió:

-Es mi aliento, querida princesa. Una adivina me dijo que el ajo era el único contraveneno capaz de arrancarte de tu sueño, así que mastiqué unos cuantos dientes antes de entrar en la cripta. Y así ha sucedido -concluyó entusiasmado.

-Pues me parece muy bien, pero vaya pestazo que sueltas; creí que se me cortaba la respiración. Jamás en mi vida he soportado el olor a ajo, así que bien podrías haberlo intentado con un antídoto más aromático. Y por favor, aparta la boca de mi cara porque hijo, esto no hay quien lo aguante.

Turbado, ya que era un gran aficionado a los ajos y los comía con fruición, el Príncipe obedeció ayudándola gentilmente a incorporarse. Bella, ya restablecida, le espetó:

-Muchas gracias por tu ayuda, pero puedo valerme por mí misma. Puedes volverte a tu reino; supongo que toda la servidumbre que también fue hechizada habrá despertado a la vez que yo, así que ya no te necesito.

-¡Pero...! -exclamó atónito el chasqueado Príncipe Azul-. ¡Si yo pretendía casarme contigo!

-¿Estás loco? ¿Con esa facha y apestando a ajo como si fueras un miserable aldeano? Ni de coña. Además, por si no lo sabes, yo estaba prometida en secreto con mi novio, el cual decidió acompañarme en mi letargo disfrazándose de servidor del palacio; ahora que ya no viven mis padres, que se oponían a nuestro matrimonio, podremos hacerlo sin ningún impedimento. Por cierto, no creo que tarde mucho en venir a buscarme, y más vale que para entonces ya no estés aquí porque es muy celoso y además bastante bruto.

Más corrido que una mona, el abatido Príncipe Azul recogió su antorcha -que se fastidiara la individua quedándose a oscuras- sin decir una palabra de despedida y desanduvo el camino hasta que, una vez fuera de la cripta, recogió a su caballo y montando en él partió a galope sin dignarse en volver la mirada atrás, dado que era allí donde quedaban sepultadas todas sus esperanzas.

Lo cual fue una lástima porque, una vez roto el hechizo, el áspero bosque se había metamorfoseado en unos lujuriantes jardines al fondo de los cuales se perfilaba la audaz silueta del resurgido castillo, conformando un paisaje realmente digno de admiración.


Publicado el 6-12-2021