La verdadera historia de Prometeo (II)



Tras salvar mil peligros y tramar otros tantos ardides, el audaz Prometeo había conseguido burlar a los dioses robándoles el fuego para entregárselo a los mortales.

Exultante por su proeza, se dirigió al palacio del rey Cebríones, a quien había elegido para hacerle ofrenda de tan preciado don.

Encontró al monarca sentado en la sala del trono y, saludándole alegremente, le ofreció el fuego que conservaba en el interior de una caña hueca.

-¡A buenas horas! -le espetó éste-. Anda, que si hubiéramos estado esperando a que nos lo trajeras, todavía seguiríamos tallando piedras y pintando bisontes en las cuevas.

Dicho lo cual, sacó del bolsillo de la túnica un grueso cigarro que encendió con un mechero de gasolina, aspirando con fruición el humo.

-¡Pues sí que estamos apañados! -rezongó el frustrado semidios arrojando al suelo la caña que pisoteó con furia hasta apagar el fruto de su robo-. Si lo llego a saber, a estos desagradecidos gusanos les había traído el fuego su padre. Ya sólo faltaba que encima me pillaran los dioses y me castigaran por ello.


Publicado el 10-4-2023