Racismo



-Hija, comprendo tus sentimientos, pero eso que pretendes no puede ser.

-¿Por qué no puede ser? -protestó la joven-. Hilias es un buen chico, no sé qué puedes tener en contra suya. Además tenemos mucho en común, nos entendemos y nos queremos.

-Praséome, sé sensata. No es de los nuestros, pertenece a otra raza. No es bueno que las razas se mezclen. Recuerda la guerra que sostuvimos con los lapitas, en la que fuimos diezmados y expulsados de nuestras tierras ancestrales.

-¿Y qué? -porfió la tenaz centáuride-. No es un lapita, ni tan siquiera un humano, y desciende directamente del honrado Pegaso, con cuya estirpe jamás hemos tenido el menor problema.

-Pero entre ellos y nosotros hay muchas diferencias, hija mía. Y tu madre opina lo mismo. ¿Acaso no hay jóvenes centauros en los que fijarte, que has tenido que encapricharte de un... -se interrumpió a tiempo- ser con el que no tenemos nada en común?

-¿Cómo que no? Es cuadrúpedo como nosotros.

-Sí, pero tiene cabeza de caballo en lugar de torso humano, careces de manos... y además es alado. ¿Te tengo que recordar que tú no puedes volar?

-Para el amor no hay barreras. No volaré, pero él me acariciará tiernamente con sus alas.

-Ni siquiera habla...

-No necesita hablar para transmitirme sus sentimientos, a diferencia de esos cretinos que me propones que por mucho que hablen son incapaces de decir nada mínimamente coherente.

-No podréis tener hijos...

-¿Cómo que no? Con el beneplácito de los dioses todo es posible. ¿No tuvo Pasifae al Minotauro con el Toro de Creta? ¿No tuvieron Hermes y Afrodita a Hermafrodito? ¿No descendemos nosotros mismos del lapita Ixión y de la ninfa Nefele, a la que el divino Zeus creó de las nubes? ¿Por qué no podríamos tener Hilias y yo un bello centaurito alado?

Su padre pensó que también podrían tener como descendencia un centauro sin alas y con cabeza equina, pero prudentemente calló sus temores.

-Hija, sé razonable. Yo me comprometo a buscarte un joven centauro capaz de satisfacer tus inquietudes, pero por favor, olvídate del pegaso. Somos muy pocos los de nuestra especie, y es nuestro deber perpetuarla.

-Rotundamente no.

-Está bien -suspiró el viejo centauro-. Tú lo has querido. Te prohíbo que vuelvas a ver a ese individuo, y si persistes en tu empeño te encerraré en un lugar al que él no pueda acceder ni siquiera volando.

-Eso lo veremos -retó la centáuride pateando furiosa el suelo con sus cuatro cascos.


Publicado el 26-4-2023