La verdadera historia del Ratón Pérez
-Pero hombre, ¿cómo se le ocurrió hacer eso? -recriminó el comisario al detenido.
-Éste, ataviado con un mono de operario, se encogió de hombros.
-Yo me limité a seguir mis instrucciones. Entre los papeles que me requisaron está el parte de trabajo, pueden comprobarlo. Me dijeron que fumigara el edificio y así lo hice; se suponía que los vecinos tenían que estar avisados, pero ésta no era responsabilidad mía. Una vez que estoy allí ya tiene que estar todo listo para que pueda trabajar sin cortapisas ni obstáculos.
-¿Y si alguien se despistara o no quisiera salir de su casa?
-Si lo hubiera visto por supuesto le habría advertido, y también habría avisado a mi jefe, sin empezar hasta que estuviera solucionado. Pero como usted comprenderá, lo que no puedo hacer es ir llamando puerta por puerta por todo el edificio para comprobarlo. Cuando yo llegué ya tenía que estar vacío, y si no fue así a causa de un error estoy seguro que no fue mío.
-En esto no le falta razón -condescendió el policía- en lo que se refiere a los vecinos digamos... normales. El problema fue que además de ellos, que efectivamente habían abandonado sus domicilios para que usted pudiera trabajar sin riesgo, también residía allí el fallecido, al que nadie avisó y tampoco él se enteró lamentablemente de lo que iba a ocurrir.
-¿Y pretenden cargarme con el muerto a mí? -se indignó el obrero-. Yo tampoco lo sabía, ni tenía por qué saberlo.
-Sí, eso también es cierto... y desde luego depuraremos responsabilidades. Pero la ley nos obliga a seguir unos protocolos y, en este caso, tenemos que empezar por el autor material del accidente, es decir, usted. No obstante, quiero dejar bien claro que no está ni detenido ni encausado, sino simplemente investigado. Que llegue o no a ser imputado ya no depende de mí, sino del juez. En cualquier caso, y esto lo digo a título personal, lo que no entiendo es como no pudo usted enterarse de que el fallecido vivía allí, teniendo en cuenta que el acceso a su vivienda estaba perfectamente señalizado y que se trata de un popular museo conocido en toda la ciudad.
-Claro que conocía ese lugar, pero para mí era tan sólo un museo o un reclamo turístico, como prefiera. ¿Cómo iba a pensar que el Ratón Pérez existía de verdad? Hace ya mucho que dejé de ser un crío, y si se me cae un diente o una muela porque los tengo picados o porque me he estampado la cara contra el suelo, desde luego no lo pongo debajo de la almohada esperando que un bicho me lo cambie por dinero.
-Pues por sorprendente que parezca, sí existía... y usted lo mató, inadvertidamente por supuesto, al fumigar su casa museo con él dentro.
-¿Y qué quería que hiciera? Precisamente los roedores estaban en la lista de las plagas a exterminar.
-Pero no ése -suspiró el policía-, y pienso que deberían haberle informado. No, por aquí no creo que vaya a tener usted problemas, salvo las inevitables molestias al verse incurso en un procedimiento judicial. Pero sospecho que puedan venir por otro lado.
-¿Por cuál? -preguntó azorado.
-¿Por cuál va a ser? Las redes sociales están que arden, y por desgracia la cabeza que piden es la suya, no las de los verdaderos culpables. Como se puede imaginar, los energúmenos que las agitan no se suelen caracterizar por su ecuanimidad, sino justo por lo contrario. Y aunque se han tomado medidas para frenar la campaña desatada en contra suya, me temo que no va a resultar fácil acabar con estos disparates, al menos en un plazo inmediato.
-¿Dónde queda entonces la presunción de inocencia?
-A nivel policial o jurídico no tiene por qué preocuparse. A nivel de la calle... ésta es otra historia. Por supuesto le apoyaríamos en caso de que tuviera que defenderse de difamaciones o de cualquier otro tipo de agresión, pero mucho me temo que no resultará fácil, ya que al monstruo de la opinión pública manipulada no hay quien le domeñe una vez desbocado.
El comisario, sin duda, estaba pensando en recientes y no tan recientes linchamientos públicos de personalidades célebres a las que la inquisición insensata de unas masas aguijoneadas por agitadores y populistas profesionales les había arruinado sus vidas, e incluso en ocasiones había acabado con ellas, pese a la inexistencia de pruebas de aquello por lo que les acusaban. Pero por prudencia se abstuvo de decirlo. Al fin y al cabo, sentía compasión por el pobre hombre.
-No se preocupe -le tranquilizó-, todo se irá calmando con el tiempo y los irritados padres que claman ahora porque a sus hijos se les han arrebatado presuntamente la ilusión, pronto se olvidarán de ello para dedicarse a roer otros huesos que le lancen. Lo que sí es importante es que evite entrar en las redes sociales, algo que en cualquier caso es casi una cuestión higiénica, y que no entre al trapo de las provocaciones que se le presenten. Y paciencia, mucha paciencia hasta que se aburran, que se acabarán aburriendo aunque ahora estén pidiendo su cabeza siquiera virtualmente.
-Flaco consuelo -rezongó el aludido-. Pero temo que no me queda otro remedio que hacer lo que usted me indica. Por cierto, ¿tiene hijos?
-Sí -respondió sorprendido el policía-. Chico y chica, pero ya son mayores, así que el problema no les afecta.
-Yo tengo un niño pequeño, y a él sí le afecta, y mucho. Por si fuera poco su madre... -calló a tiempo la indiscreción-. Bueno, que la ha tomado conmigo y con ella mis cuñados, que también tienen hijos en edad de... creer.
-Lo siento, en el ámbito doméstico sí que no podemos hacer nada, aunque intentaremos dar prioridad a su hijo y a sus sobrinos para que sean atendidos por un psicólogo infantil, dado que la lista de espera ha crecido exponencialmente. Tengo entendido que se van a arbitrar medidas para resolver la crisis, pero tardarán algún tiempo en ser efectivas ya que los etólogos afirman que no resultará fácil entrenar a un ratón para que ocupe el lugar del difunto Pérez. Mientras tanto, habrá que capear el temporal lo mejor que se pueda.
Y viendo que su interlocutor se mantenía en silencio ensimismado en sus propios pensamientos, le animó:
-¡Venga, hombre! Verá como las aguas acaban volviendo a su cauce y esos energúmenos se olvidan pronto de usted. Vaya a casa y quédese tranquilo, hemos hablado con su empresa para que le den una baja laboral por ansiedad durante todo el tiempo que sea necesario.
-Entonces, ¿no estoy detenido?
-¡Por supuesto que no! -el policía se incorporó forzándole a hacer lo mismo y, asiéndole amistosamente del brazo, le encaminó hacia la salida-. Tan sólo tiene que estar disponible para el caso de que necesitáramos hablar con usted de nuevo. Ah, eso sí, le ruego que sea discreto y procure no salir de casa más de lo necesario, al menos hasta que se calmen los ánimos; ahora están bastante encrespados y podría tener la mala suerte de tropezar con un salvaje. Si por mí fuera le pondría una escolta policial, pero por desgracia los recortes presupuestarios nos han dejado la plantilla bajo mínimos.
Todavía aturdido, el involuntario ratonicida abandonó la comisaría sumergiéndose en el fárrago de las calles. El comisario, tras comprobar su lento caminar, llamó a un agente sin uniforme que se encontraba en el vestíbulo y le ordenó:
-Síguelo discretamente sin que se entere y cuando llegue a su casa te vuelves. Tú y Peláez tenéis que relevar al turno que vigila la entrada del colegio de los hijos de -dijo el nombre de un conocido político- y no quiero que os retraséis; no sabes como se pone cuando algo no se hace a su gusto.
Publicado el 7-9-2021