La verdadera historia de los Reyes Magos (II)
Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del Oriente a Jerusalén unos magos, diciendo:
-¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el Oriente, y venimos a adorarle.
Y he aquí la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegando a Belén se detuvo sobre donde estaba el niño. Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo.
Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.
Una vez hubieron partido camino de sus lejanas tierras, José espetó a María:
-Valientes miserables están hechos estos magos; con el pisto que se daban de richachos y vaya birria de regalos que nos han traído. Pase lo del oro siempre y cuando no se enteren los de Hacienda, que menudos son los publicanos, pero ¿para qué demonios queremos estas porquerías del incienso y la mirra? ¿No podían haberse estirado con una tableta o un teléfono móvil en condiciones? Así habría podido ver la final del campeonato entre el Jerusalén y el Damasco sin tener que ir a la taberna, que luego me gruñes cuando vuelvo, y también me hubiera servido para entretenerme en el viaje a Egipto. Pero no, ni siquiera una triste videoconsola...
-Calla, José, no seas desagradecido -le reprochó su mujer-. Ellos no tenían obligación de regalarnos nada, así que confórmate con ese oro que nos servirá para vivir una temporada; dicen que en Egipto los precios están por las nubes. En cuanto al incienso y la mirra, ¿por qué no los aprovechas para hacer con ellos un sahumerio, a ver si conseguimos quitarnos de encima este pestazo a establo?
Publicado el 29-12-2018