La verdadera historia de los Reyes Magos (I)
Después de un largo y fatigoso viaje, los tres Magos llegados desde el lejano Oriente habían llegado al fin a su destino. La mágica estrella que les guiara durante toda la travesía brillaba ahora fulgurante en el cénit, marcando inequívocamente a una modesta vivienda ubicada a las afueras de la ciudad de Belén.
Los Magos entraron en la casa descubriendo que en ella se resguardaba un matrimonio, él maduro, ella casi una niña, junto con un recién nacido. Entonces supieron por inspiración divina que ese niño era el Mesías al que tan afanosamente habían estado buscando y, llenos de alegría, se postraron ante él rindiéndole homenaje.
Uno de ellos, el que atendía al nombre de Melchor, se dirigió al padre y, en nombre suyo y en el de sus compañeros, le dirigió estas palabras:
-Padre -obvió educadamente lo de putativo- del divino Mesías, traíamos desde nuestras lejanas tierras unos ricos presentes que ofrecer al Salvador, oro yo e incienso y mirra mis compañeros; pero los impíos aduaneros del rey Herodes nos los requisaron en la frontera alegando que estaba prohibido introducir contrabando. Prometieron que nos los devolverían cuando abandonáramos el reino, pero ignoran que hemos sido advertidos en sueños para que nos marchemos de incógnito, ya que las intenciones del rey son malvadas; por lo cual -suspiró resignado-, mucho me temo que nuestros presentes acabarán engrosando el tesoro del tirano.
Hizo una pausa y continuó:
-Así pues, ante la imposibilidad de entregároslos, os rogamos que aceptéis esta humilde compensación.
Y sacando del interior de su túnica un talonario y una pluma, garabateó una cifra y una firma en un cheque que arrancó y entregó a su interlocutor.
-Está extendido al portador para evitar que podáis tener problemas con Herodes, y lo podréis cobrar en cualquier sucursal del Banco de Fenicia. Y ahora, si nos disculpáis, hemos de partir antes de que los espías del rey puedan localizarnos.
Y partieron sin demora, dejando al perplejo José con el cheque en la mano.
-¿Dónde demonios voy a poder cobrar esto? -se preguntaba éste mientras les veía alejarse jinetes en sus camellos-. De aquí a Egipto no vamos a parar en ninguna ciudad importante, y a saber si podremos encontrar allí una sucursal de este puñetero banco... ¡A que me tocará ir hasta Alejandría, maldita sea!
Y guardándoselo en la túnica se volvió hacia su esposa para apremiarla en los preparativos del viaje; el Ángel del Señor le había dicho que se pusieran en marcha de inmediato, y todavía quedaban muchas cosas por hacer.
Publicado el 18-4-2015