La verdadera historia del paso del Rubicón



La larga columna del ejército de Julio César serpenteaba por las llanuras situadas al sur del Po de retorno de su patria tras haber ensanchado los límites de Roma con la conquista de las Galias. Pero no era una vuelta triunfal, ya que su general estaba enfrentado con el poderoso Senado, e incluso existía el temor de que pudiera estallar una nueva guerra civil.

Por esta razón el triunfante general pretendía detenerse en la frontera del territorio sometido a la jurisdicción senatorial, marcada por el pequeño riachuelo conocido como Rubicón, sin llegar a invadirlo. Desde allí le bastaría con desplegar sus experimentadas tropas, en una impresionante demostración de fuerza, para convencer a los senadores de la conveniencia de tenerle como aliado y no como enemigo.

De esta manera esperaba poder lograr su objetivo de apoderarse de la urbe sin necesidad de recurrir a la violencia, de la cual le constaba que estaban hastiados ya sus conciudadanos tras el largo período de cruentas guerras civiles que se habían visto obligados a sufrir, casi sin solución de continuidad, durante varias décadas.

El problema era que desconocía el lugar exacto por el que discurría el insignificante Rubicón, razón por la que había recurrido a un guía local que prometió conducirles hasta su orilla.

Llegaron al fin junto a un pequeño curso de agua y Julio César, impaciente, preguntó al guía si se trataba del Rubicón. Éste, tras atisbar los parajes circundantes, respondió de forma negativa:

-No, señor, no es el Rubicón, sino otro riachuelo parecido que discurre paralelo a él algunas millas antes de su curso. Además -remachó a modo de confirmación-, aprecia que en el vado no aparece el miliario que debería señalar el inicio del territorio romano.

Era cierto, así que el general ordenó que sus tropas cruzaran el cauce mientras él permanecía, junto a su estado mayor, apostado en un pequeño otero al lado del camino. Había cruzado ya la mayor parte de su ejército, cuando un centurión llegó corriendo cual alma que lleva el diablo y con el rostro desencajado le espetó:

-¡Señor! ¡Nos hemos equivocado! ¡Este río es realmente el Rubicón!

-¿Qué dices, centurión? El guía nos ha asegurado que... -respondió César al tiempo que veía por el rabillo del ojo cómo éste se escabullía aprovechando la confusión.

-Señor, mandé a unos soldados a explorar la ribera en prevención de que pudiera haber espías apostados, y uno de mis hombres encontró el miliario fronterizo; estaba caído y semioculto por los cañaverales, probablemente lo debió derribar algún carro al pasar por su lado camino del vado.

-¿Estáis seguros? -bramó el general rebelde.

-Totalmente, mi general. La inscripción no dejaba lugar a dudas.

-¿Y por qué, voto a Marte, no lo volvieron a levantar? ¿De qué sirve un miliario caído y escondido, salvo para confundir a los viajeros?

-Mi general -respondió uno de sus lugartenientes-, al pasar por la última aldea oí comentar a unos lugareños algo acerca de una huelga indefinida de los peones camineros, al parecer en protesta porque el Senado les había suprimido la paga extraordinaria de las Saturnales... entonces no le di mayor importancia -concluyó contrito.

-Pues la hemos hecho buena -bufó César-. Todos mis planes se han ido al garete.

-Todavía no, señor -intervino otro de sus subordinados-. Apenas si han terminado de cruzar las tropas, podríamos dar orden de que volvieran atrás...

-Déjalo, Marco, no merece la pena. Estoy convencido de que había espías del Senado en la orilla opuesta, y que ahora mismo deben estar yendo a galope tendido a comunicar en Roma que hemos cruzado el Rubicón. Es inevitable que nos declaren enemigos del Senado y nos proclamen proscritos; ésta era la excusa que estaban esperando, y nosotros hemos mordido el anzuelo como besugos. De nada nos serviría retroceder, salvo para que además nos tildaran de cobardes.

-¿Entonces? -todos los miembros de su estado mayor aguardaban expectantes.

-¡Qué le vamos a hacer! No nos queda otro remedio que improvisar y seguir adelante, y que sea lo que los dioses quieran.

Y espoleando a su caballo, atravesó el Rubicón mascullando entre dientes:

-Alea jacta est.


Publicado el 16-5-2016