La verdadera historia del Juicio de Salomón (III)
Vinieron por entonces al rey y se presentaron ante él dos mujeres. Dijo una de ellas:
-Escucha, mi señor. Yo moraba con esta mujer en la misma casa y allí di a luz a un niño. A los tres días dio también ella a luz un niño. Habitábamos juntas, y ningún extraño había entrado en la casa, no había allí más que las dos. El hijo de esta mujer murió una noche por haberse ella acostado sobre él; y ella, levantándose en medio de la noche, me quitó de mi lado a mi hijo, mientras dormía, y lo puso a su lado, dejando al mío a su hijo muerto. Cuando yo me levanté por la mañana para dar el pecho a mi hijo, hállele muerto; mas, mirándole atentamente a la mañana, vi que no era el que yo había parido.
La otra mujer dijo:
-No; mi hijo es el que vive; es el tuyo el que ha muerto.
Y la primera replicaba:
-No; tu hijo es el muerto, y el mío el vivo.
Y así disputaban en presencia del rey.
Tomó entonces el rey la palabra y dijo:
-Que se presente el galeno de palacio.
Llegó el médico, cargando con su instrumental, y él le ordenó:
-Tómales una muestra de sangre al niño y a las dos mujeres y analiza el ADN de los tres para comprobar cual de ellas es la madre.
Pero el gran visir del reino se interpuso entre él y el monarca, interpelándole con estas palabras:
-Mi señor, esto no es lo que está escrito en los libros.
-¿En qué libros? -le increpó malhumorado.
-¿En cuáles va a ser? En los Libros Sagrados, todavía sin escribir, que ensalzarán tu sabiduría por los siglos de los siglos. Según éstos, tú averiguarás quien es la verdadera madre ordenando repartir a la criatura entre las dos reclamantes. Y para ello necesitarás una espada; toma la mía, que está bien templada y afilada, con la que resultará fácil cortar en dos su frágil cuerpo.
Salomón le miró ceñudo y, dándole un papirotazo, bramó iracundo:
-¡Quita de en medio, carcamal, y deja actuar el médico! ¿Acaso ves bien que, pese a los avances de la medicina actual, siga representando esa pantomima absurda? ¿Qué pensarían de nosotros en el futuro si siguiéramos ciñéndonos a ese guión anacrónico, por más que la sangre no llegue al río? Galeno, obedece mi orden. Y tú -increpó al cohibido visir-, como oses seguir contradiciéndome, te despojaré de tu cargo y te arrojaré a una mazmorra cargado de cadenas. ¡Vete ahora antes de que me arrepienta!
El aludido bajó humildemente la cabeza escabulléndose hasta la puerta sin atreverse a dar la espalda al gran monarca, lo que en su azoramiento le costó dar un par de tropezones antes de que consiguiera abandonar la sala del trono.
Mientras el médico tomaba en silencio las muestras a las cohibidas mujeres y al berreante crío, al que como era de suponer no le agradó lo más mínimo recibir el pinchazo, Salomón se sentó triunfante en el trono proclamando en un tono de voz que no admitía réplicas:
-Sabed todos vosotros, como lo sabrán también cuantos lean mis hazañas en los Libros Sagrados que según ese timorato se escribirán para enaltecer mi figura, que mi sabiduría será alabada por recurrir a una técnica científica que permitirá saber con exactitud y precisión cual de las dos dice la verdad y cual miente, sin necesidad de artimaña alguna digna de un folletín barato pero no de la crónica de un gran rey. ¡Ah, y que alguien saque de aquí a ese maldito crío, que me está crispando los nervios con sus berridos!
Y todos los presentes alabaron la gran sabiduría del rey Salomón.
Publicado el 9-2-2025