La verdadera historia del Juicio de Salomón (I)
Vinieron por entonces al rey y se presentaron ante él dos mujeres. Dijo una de ellas:
-Escucha, mi señor. Yo moraba con esta mujer en la misma casa y allí di a luz a un niño. A los tres días dio también ella a luz un niño. Habitábamos juntas, y ningún extraño había entrado en la casa, no había allí más que las dos. El hijo de esta mujer murió una noche por haberse ella acostado sobre él; y ella, levantándose en medio de la noche, me quitó de mi lado a mi hijo, mientras dormía, y lo puso a su lado, dejando al mío a su hijo muerto. Cuando yo me levanté por la mañana para dar el pecho a mi hijo, hállele muerto; mas, mirándole atentamente a la mañana, vi que no era el que yo había parido.
La otra mujer dijo:
-No; mi hijo es el que vive; es el tuyo el que ha muerto.
Y la primera replicaba:
-No; tu hijo es el muerto, y el mío el vivo.
Y así disputaban en presencia del rey.
Tomó entonces el rey la palabra:
-La una dice: Mi hijo es el que vive, el tuyo ha muerto; y la otra dice: No, es el tuyo el que ha muerto, y el mío vive.
Y añadió:
-Traedme una espada.
Trajeron al rey la espada, y él dijo:
-Partid por el medio al niño vivo, y dad la mitad de él a la una y la otra mitad a la otra.
Entonces la primera de las dos mujeres dijo al rey:
-¡Oh señor!, dale a esa el niño, pero vivo; que no le maten.
Mientras la otra decía:
-¡Ah, no! No estoy dispuesta a cargar con ese engorro mientras esta se libra de la carga de criarlo. Que se lo den a ella.
Y antes de que el sabio Salomón pudiera dictar sentencia, ambas comenzaron a pelear con gran furia, revolcándose por el suelo y arrancándose pedazos de los vestidos y mechones de los cabellos. Tuvo la guardia del rey que separarlas y expulsarlas del palacio, y no fue hasta que no se restableció la calma cuando el niño objeto de la disputa, que había sido abandonado por las dos mujeres y olvidado por todos, comenzó a llorar con ese chillido agudo que tiene la virtud de taladrar los oídos.
El gran Salomón, que hasta ese momento no se había percatado del hecho, se incorporó de su trono para ordenar que lo retiraran, ya que perturbaba su sosiego; pero antes de que pudiera llamar al jefe de la guardia, llegó hasta su nariz un penetrante olor que le hizo fruncir el ceño con desagrado.
-¡Y encima se ha cagado, el muy...! ¡A ver! ¿Es que nadie se puede llevar de aquí a este incordio? -exclamó, profundamente irritado.
Publicado el 18-12-2014