Si bebes...
-Doctor, no aguanto más. Daría mi alma, si la tuviera, por volver a ser una persona normal.
-Señor conde, entiendo perfectamente como se siente usted, pero por desgracia nadie, o casi nadie, suele ser dueño de su destino. Así pues, no nos queda más remedio, nos guste o no, que resignarnos y asumir lo que nos depare del destino.
-Eso queda muy bonito dicho así -rezongó el paciente-. Pero convendrá usted en que ser un monstruo supone tener que pagar un precio exageradamente alto por esa resignación que usted predica.
-Mi querido Vlad, sabe usted que no resulta educado utilizar la palabra monstruo para referirse a cualquiera de los residentes en este refugio, ni siquiera aplicándoselo usted mismo. Si llegamos aquí huyendo de los prejuicios criminales de la chusma hacia todos aquellos que eran diferentes, flaco favor nos haríamos cayendo en sus propias trampas retóricas.
-Monstruo, diferente... -se burló el aristócrata balcánico-. En la práctica poco importan las palabras; por mucho que las cambiemos, nunca lograremos modificar los hechos.
-¿Se siente usted un monstruo? -contraatacó el galeno-. ¿Alguien repulsivo y merecedor, por ello, de ser exterminado? En ese caso quizá debiera haberse quedado allá abajo, a merced de esos salvajes...
-¿Para que me clavaran una estaca afilada en el corazón en cuanto me pillaran inerme en el interior de mi ataúd? Por supuesto que no. Pese a todo, todavía tengo cierto apego a mi vida... a mi no vida -se corrigió-. ¿Acaso le parece tan extraño, herr Frankenstein?
-Desde luego que no, señor conde; doy por supuesto que, por encima de todas nuestras diferencias, físicas o mentales, siempre nos unirá el instinto de conservación... precisamente por eso es por lo que todos nosotros estamos aquí.
Hizo una pausa y continuó:
-Lo que no acabo de comprender, es que reniegue usted de su condición de vampiro. Aquí está a salvo y entre amigos, y lo que usted considera equivocadamente su monstruosidad no es diferente, en la práctica, de las distintas singularidades de cualquiera de nuestros compañeros.
-De todos... excepto de usted -replicó Drácula con tono mordaz.
-¿Lo dice porque, desde un criterio estrictamente anatómico y fisiológico, yo soy un humano vulgar? -suspiró Víctor Frankenstein bajando la mirada-. Mi querido amigo, no se deje engañar usted por las apariencias. De poco sirve que mi cuerpo sea completamente normal según los criterios humanos si para la mayor parte de mis congéneres soy tan monstruo o más que cualquiera de ustedes. Porque, según su hipócrita moral, mi pecado es todavía peor al haber burlado los designios divinos osando crear vida a partir de la muerte.
-Tampoco es que sea para tanto, teniendo en cuenta que las dotes intelectuales de ese zote que creó no son precisamente su rasgo más destacado -contemporizó el vampiro. Y, dándose cuenta de su error, rectificó-. Bueno, discúlpeme, no pretendía herir su sensibilidad cuestionando su valía científica...
-No se preocupe, no soy tan susceptible, y además no le falta razón al considerar mi experimento como un fracaso. Además -sonrió-, estamos entre amigos. Sí, es cierto, mi criatura no resultó ser precisamente un dechado de virtudes, y desde luego no descuella por su inteligencia; pero su mera existencia, y el hecho de que los ignorantes campesinos lo consideraran inmediatamente como un monstruo, bastó para convertirme en un proscrito, hasta el punto de confundir mi apellido con él. Y por si fuera poco, el muy ingrato renegó también de mí cuando me negué a conseguirle una compañera; ¿para qué la querría, además, cuando yo no me había molestado en proporcionarle un aparato reproductor funcional?
-En cualquier caso -concedió el antiguo aristócrata valaco-, lo cierto es que usted está aquí con nosotros, lo que le convierte en uno más de los nuestros.
-Le agradezco esa deferencia, señor conde, pero si no le importa desearía que dejáramos de hablar de mí y retomáramos el tema que le ha traído hasta aquí -repuso Víctor Frankenstein haciendo un gesto de impaciencia con la mano-. Su depresión, o lo que usted considera como tal.
-¿Cree que exagero?
-No, en absoluto. Me consta su sinceridad. Pero pienso que usted se equivoca, y que en realidad no tiene motivos graves para estar deprimido. Y si me apura -añadió, impidiendo que éste le replicara-, le diré que pienso que es usted uno de los más privilegiados, si no el que más, de todos los que formamos parte de nuestra pequeña y heterogénea colonia.
-¡Qué me dice! -se sorprendió el vampiro olvidándose de su abortada protesta-. ¡Que yo...! ¡Usted bromea!
-No puedo hablar más en serio. Usted es un aristócrata, todo un caballero... y obvio lo de inmortal porque aquí todos, incluso yo vete a saber por qué razón, de uno u otro modo lo somos. Si me pidieran que le definiera con adjetivos, todos ellos habrían de ser elogiosos. Sin embargo, nuestros pobres compañeros...
-Empiezo a sospechar por donde quiere ir usted...
-No es ningún secreto -concedió Frankenstein mostrándole las palmas de las manos-. Ahí tiene a mi pobre criatura, vagando cual alma en pena en busca de su inexistente compañera sin ser consciente siquiera de que poco o nada podría hacer con ella en caso de que la encontrara... ya que su cociente intelectual es el equivalente al de un cretino.
Hizo una pausa un tanto teatral, y continuó:
-¿Y qué me dice del hombre lobo, con su horrible naturaleza semianimal? ¿O de la momia, varios miles de años encerrada en un sarcófago olvidado en la cámara interior de una pirámide, que ahora no inspira terror sino lástima, con sus vendajes mortuorios podridos y cayéndosele en pedazos?
-Bueno, visto así...
Pero Frankenstein estaba ya lanzado y hubiera resultado extremadamente difícil refrenar su fogosidad dialéctica.
-Por no hablar ya de los patéticos zombies, a los que lo que se les cae a pedazos es su propio y putrefacto cuerpo... y ahí tiene también al desdichado Hombre Elefante, cuyas deformidades siguen repeliéndonos incluso a nosotros a pesar de la dulzura de su carácter. Podría seguir enumerando a seres como los ogros, los orcos o los trolls, perseguidos con saña durante siglos y exterminados sin piedad cuando tenían la desgracia de caer en manos de sus perseguidores; o a las brujas, las pocas supervivientes de las hogueras que pudieron refugiarse aquí.
-Ya, pero no todos son tan monstruosos. Erik, por ejemplo...
-¿El Fantasma de la Ópera? Cierto, es elegante y caballeroso, todo un dandi... mientras no se quita la máscara.
-¿Y el Hombre invisible?
-Otro caballero... si no fuera por la desconfianza que genera el hecho de que pueda estar a tu lado, espiándote, sin que tú seas consciente de ello. Y conste que sólo estamos hablando de los residentes en nuestro refugio, tengo entendido que la colonia de monstruos mitológicos que, según dicen, existe en algún otro universo paralelo al nuestro y al del mundo real, es todavía peor; sólo tiene que consultar un diccionario de mitología griega para comprobarlo: Cerbero, el Minotauro, la Hidra de Lerna, Medusa y sus hermanas las Gorgonas, Equidna, Tifón, Quimera, la Esfinge, Escila, Caribdis, las Arpías, los Grifos, el Basilisco, Ceto, Ladón... y estamos hablando tan sólo de los monstruos griegos, imagínese si tenemos también en cuenta además a los de otras mitologías, incluyendo los procedentes del ámbito de los superhéroes como Hulk, Bestia o la Cosa...
-De acuerdo -concedió Drácula-. Admito que mi situación sea, desde un punto de vista objetivo, bastante más afortunada que la del resto de mis compañeros, tal como acaba de afirmar usted... pero eso no quiere decir que no tenga también mis propios problemas. Y sin pretender en modo alguno compararlos con los de los demás, ni mucho menos menospreciar a nadie, lo cierto es que me están causando una turbación muy considerable.
-Está bien -suspiró el doctor Frankenstein que, pese a distar mucho de ser un psiquiatra, lo cierto era que le habían convertido de facto en el psicoanalista de su pequeña comunidad-. Le escucho.
-Todo radica en mi régimen hematófago -confesó el vampiro con un hilo de voz, tal como si se avergonzara de ello.
-¿Con la sangre? -la sorpresa del cirujano era auténtica.
Y ante el mudo asentimiento de su interlocutor, continuó:
-¿Qué le ocurre? ¿Acaso carece de suficiente comida?
-¡Oh, no! Al contrario. Desde que vivo aquí, me resulta más fácil que nunca. Gracias al truco de saltar a mi antojo de un universo a otro, puedo visitar la Tierra cuando quiera y donde quiera; tras haber cazado a mi víctima, me limito a esfumarme tranquilamente sin que nadie pueda echarme el guante. Se acabaron los tiempos de incertidumbre en los que siempre corría el riesgo de ser atrapado mientras descansaba en la cripta durante las horas diurnas.
-Entonces... no lo entiendo.
-Lo que ocurre -confesó Drácula-, es que no deseo seguir alimentándome de sangre.
-No lo entiendo... -repitió mecánicamente Frankenstein-. Usted es un vampiro, y los vampiros siempre...
-¡Ya lo sé, maldita sea! -explotó el conde-. Ésta es precisamente mi tragedia. He intentado sustituir la sangre por todo tipo de líquidos nutritivos: leche, zumo de frutas, extractos vegetales, refrescos con y sin alcohol, vino, cerveza, caldos, purés... hasta con orujo gallego. Imagínese hasta donde llegó mi desesperación que incluso llegué a probar con colonia e incluso con champú, que dicho sea de paso resultó ser un magnífico purgante. Pero se ve que mi maldito metabolismo tan sólo funciona bien con sangre fresca, preferiblemente humana.
-Era de esperar -respondió el doctor haciendo un gesto de incredulidad-. Por eso es usted un vampiro. No chupa sangre por maldad ni por perversión como creen quienes tan aventuradamente les tildan de monstruos, sino por pura necesidad al igual que cualquier depredador devora la carne de sus presas. Quizá pudiera usted subsistir durante algún tiempo, en caso de necesidad, con sangre preparada para las transfusiones e incluso con plasma sanguíneo, pero supongo que a la larga su cuerpo se resentiría por la falta de determinados nutrientes. Pero dígame, ¿a qué viene ahora ese repentino afán de sustituir la sangre por cualquier otro alimento? ¿Acaso ha empezado a sentir remordimientos por tener que matar a sus víctimas?
-¡Oh, no! En absoluto. Bueno, no más que los que pudiera sentir un león tras cazar a una cebra, o un tiburón al engullir un atún.
-Entonces... ¿de qué se trata?
El conde bajó la vista al suelo y, cual chiquillo cogido en falta, confesó entre turbado y avergonzado:
-No puedo comer sangre porque me lo prohíbe mi religión.
-¿Quéeeee? -la súbita aparición de Belcebú entre lenguas de fuego y densas humaredas de azufre no hubiera sorprendido tanto al pragmático cirujano-. ¿Religión? ¿Qué religión?
-¿Cuál va a ser? -musitó Drácula con un hilo de voz-. La única verdadera. Hace meses, durante una de mis periódicas visitas a la Tierra con objeto ¡ejem! de buscar mi sustento, tuve la inmensa suerte de encontrarme con la Revelación.
-¿Revelación? ¿De qué? -Frankenstein cada vez entendía menos.
-Me refiero a que alcancé el privilegio de ser acogido entre los elegidos por el Señor.
-No estará intentando decirme que ha sido captado por una secta...
-¿Secta? Esa es la forma despectiva con la que los gentiles nos insultan a los siervos de Jehová.
Al oír la palabra Jehová un engranaje saltó al fin en la mente del médico.
-¿Se ha convertido en testigo de Jehová? ¿Lo dice en serio?
-Entiéndalo así si quiere; lo cierto es que, gracias a Su auxilio, he conseguido librarme definitivamente de las garras del Maligno.
-Pero... si esa... religión -aun perplejo, Frankenstein consiguió evitar pronunciar la palabra secta- prohíbe a sus adeptos comer sangre... ¡y usted se alimenta con ella!
-Me alimentaba, mi querido doctor. Me alimentaba.
-¿No acaba de decirme que no puede sustituirla por ningún otro alimento? ¿Cómo piensa usted subsistir?
-Le recuerdo, doctor, que aquí somos todos inmortales...
-Ya. Es cierto que no morirá de inanición, pero se debilitará enormemente si interrumpe su dieta sin sustituirla por ninguna otra, eso también es conveniente tenerlo en cuenta.
-Dios proveerá en su divina misericordia -Tras desvelar su secreto Drácula no era ya la figura atormentada de minutos antes, habiéndose transfigurado en otro muy distinto.
-Usted mismo, hace tan sólo un momento, me confesaba que no podía seguir así -le espetó Frankenstein al límite de su asombro-. Y ahora, por el contrario, me dice que...
-La carne es débil, mi querido amigo, incluso la carne muerta de los vampiros. No es de extrañar, pues, que tenga momentos de flaqueza. Por fortuna, cada vez que lo invoco Él me ayuda a superarlos.
-Sí, pero no creo que esa ayuda divina pueda servir para contrarrestar la debilidad causada por su forzado ayuno; por mucho que invoque a su Jehová, me temo que tendrá que seguir comiendo algo.
-Por eso es por lo que vine a pedirle ayuda, doctor, para que me dijera qué es lo que puedo tomar sin contravenir las leyes divinas.
Iba Frankenstein a soltar un ex abrupto cuando, pensándolo mejor, decidió optar por una táctica evasiva.
-Bien, no le puedo prometer nada, pero indagaré; supongo que quizá pueda encontrar algún tipo de extracto proteínico y vitamínico enriquecido con hierro que sea adecuado para su metabolismo... sin que en sus ingredientes entre ningún tipo de sangre, ni humana ni animal -le tranquilizó-. Déjeme unos días y ya le avisaré cuando haya encontrado algo.
-Se lo agradezco infinito, doctor. No sabe cuánto sería de ayuda para mí poder acabar de forma definitiva con tan execrable hábito sin correr el riesgo de tener tentaciones, ya sabe que el Maligno anda siempre urdiendo estratagemas para desviarnos del camino recto y perdernos en el infierno. En justa correspondencia -ofreció, al tiempo que se le iluminaban los ojos- me gustaría ayudarle a encontrar el camino de la Revelación...
-Gracias, pero de momento estoy demasiado ocupado -replicó Frankenstein, justificadamente temeroso del cargante proselitismo de esta secta-. Quizá más adelante...
Una vez que Drácula hubo abandonado el despacho, su ocupante exhaló un profundo suspiro mitad de desesperación, mitad de alivio.
-¡Será...! -exclamó para sí al tiempo que pensaba en la necesidad de buscarse una buena excusa para el futuro, ya que lo que menos deseaba era tener que soportar una tabarra religiosa-. ¡Un vampiro testigo de Jehová! ¿Cuándo se ha visto eso?
Publicado el 18-12-2014