El octavo viaje de Simbad



Simbad el Marino estaba decidido a que su séptimo viaje fuera definitivamente el último. Todos habían sido azarosos y en ellos el audaz navegante había arrostrado graves peligros que a punto estuvieron de acabar con su vida. Pese a que siempre había logrado volver sano y salvo a Bagdad, cada vez con más ganancias, y otras tantas veces se había prometido acabar con la vida aventurera dedicándose a disfrutar de sus riquezas en su suntuoso palacio, en todos los casos salvo en el último había incumplido su promesa azuzado por la nostalgia de visitar nuevos países exóticos que aún le quedaran por conocer.

Pero esta vez sería la definitiva. Ya no era joven, y la veleidosa Fortuna podía volverle la espalda tras haber gozado durante tantos años de su favor; había tenido bastante enfrentándose a leviatanes marinos, rapaces ciclópeas, gigantes antropófagos, cavernas de la muerte, Viejos del Mar, ríos subterráneos, hombres demonios y otros tantos peligros de los que se había salvado de forma milagrosa. Así pues, hizo irreversible su decisión de no volver a embarcar más ni tan siquiera para viajar río abajo a la ciudad de Basora, puerta del océano Índico a través del golfo Pérsico y del mar Arábigo que en tantas ocasiones había surcado rumbo a tierras ignotas.

Y lo cumplió. Pero algún tiempo después, cuando pasaba frente a una librería, descubrió en su escaparate un nuevo libro cuyo título no tuvo por menos que sorprenderle:


EL OCTAVO VIAJE DE SIMBAD EL MARINO
MÁS FASCINANTE Y MÁS EXCITANTE
QUE LOS SIETE ANTERIORES JUNTOS


¿Su octavo viaje? Pero si él no se había movido de Bagdad desde que volviera del país de los hombres demonios al cabo del séptimo... eso no podía ser. Así pues entró en la librería, compró el libro y, sin abrirlo siquiera, se encaminó en derechura a la sede de la editorial que había gestionado hasta entonces sus aventuras. Una vez allí fue directamente al despacho del responsable de publicaciones -puesto que era sobradamente conocido nadie se lo impidió- y entrando sin llamar le espetó furibundo, al tiempo que arrojaba el libro sobre la mesa:

-¿Qué significa esto?

El interpelado, tras un breve sobresalto -era evidente que esperaba la visita, pero quizás no tan pronto ni tan intempestiva-, recuperó su aplomo y, esbozando una sonrisa de circunstancias, le respondió:

-¡Hombre, Simbad, me alegro de verte! ¿Qué tal en tu nueva vida de retirado?

-Bien, gracias -fue la adusta respuesta-. Pero quiero que me des explicaciones sobre este libro.

-¡Ah, el libro! -fingió sorprenderse al tiempo que lo recogía, lo cerraba ya que se había abierto al caer, y lo depositaba con cuidado sobre la mesa-. Estamos muy satisfechos de él, y esperamos que sea un éxito de ventas. ¿Lo has leído?

-¡No! -Simbad mordió el monosílabo-. Ni pienso leerlo. Lo único que quiero saber es la razón por la que lo habéis publicado sin mi conocimiento ni mi consentimiento. Se trata de mi propia vida, y vosotros la habéis manipulado con este falso viaje que jamás he hecho.

-Lo siento, lamento sinceramente no haberte avisado antes, pero quisimos respetar tu retiro. En cualquier caso, te debo una explicación. Siéntate y aclararé todas tus dudas. ¿Quieres tomar algo? ¿Prefieres unos dulces o un aperitivo?

-No -la negativa abarcaba todo, puesto que el antiguo marino permaneció en pie más tieso que el palo mayor de su antiguo barco.

-Está bien -suspiró su interlocutor-. ¿Cuál es tu queja?

-Te lo acabo de decir. ¿Cómo habéis tenido la desfachatez de publicar un falso viaje mío en el cual no he tenido la menor intervención?

-Reconozco nuestra responsabilidad por no haberte informado previamente, por lo cual te pido disculpas; pero en todo lo demás hemos obrado respetando rigurosamente la ley.

-¡Y un cuerno! -explotó Simbad-. Yo nunca os he autorizado para inventaros mi vida. Y desde luego, sigo sin autorizaros.

-Mi querido amigo, lamento decirte que estás equivocado. ¿Has leído con detenimiento el contrato que firmamos en su día?

-Conozco suficientemente lo fundamental.

-Sí, pero desde un punto de vista legal no basta con eso -tecleó en su ordenador y, dándole la vuelta al monitor, le mostró la pantalla-. Ahí lo tienes; en la cláusula ducentésimo trigésimo cuarta, apartado séptimo, está escrito bien claro: en caso de jubilación, desistimiento, incapacidad o fallecimiento, el abajo firmante Simbad el Marino cede a la editorial todos los derechos presentes o futuros relativos a su vida para su uso literario, cinematográfico, televisivo o en cualquier otro soporte físico o digital conforme a lo estipulado por la legislación vigente, etcétera, etcétera... Esto lo firmaste tú, ¿no es así?

-Supongo que sí... -concedió Simbad cariacontecido-. Pero no esperaba que os aprovecharais de la letra pequeña para estafarme de este modo tan descarado.

-¿Letra pequeña? ¿Estafado? No le doy importancia puesto que se trata de una conversación informal y tú estás ofuscado; supongo que no pretendas hacer públicas estas calumnias, ya que serían constituyentes de un delito y eso nos colocaría en una situación muy incómoda. Te puedo asegurar que todo fue escrupulosamente legal, y tú tuviste oportunidad de leer el contrato en su totalidad o de hacérselo leer a un abogado antes de firmarlo.

-En resumen, me habéis robado legalmente.

-Por favor, cuida tus palabras. Digamos que nos limitamos a respetar un contrato que fue aceptado y firmado por ambas partes. Nosotros aceptamos su ruptura unilateral por tu parte al negarte a continuar viajando cuando el contrato te obligaba a ello, sin que en ningún momento solicitaras una negociación para llegar a un acuerdo mutuo. Por lo tanto ahora te corresponde respetar nuestra decisión de seguir publicando nuevos viajes sin contar contigo, puesto que no se trata de la persona, que es inalienable, sino de un personaje del que somos los propietarios legales tras tu renuncia. ¿De verdad que no quieres tomar nada? Me vas a disculpar, pero yo tengo la boca seca.

Y abriendo un pequeño armario situado a su lado sacó una botella y un par de vasos. Ante la hosca negativa, se limitó a llenar uno de ellos volviendo a guardar la botella y el vaso sobrante.

-Como te decía -continuó tras beber un trago-, a raíz de tu retirada nos vimos frente a un dilema. ¿Dábamos por terminada tu historia, o continuábamos con ella? No se trataba tan sólo de una decisión nuestra, nos debíamos a nuestros lectores y, tras sondearlos, la respuesta fue tajante: la inmensa mayoría de ellos deseaban su continuación. Pero tú te negaste en redondo pese a todos nuestros requerimientos, por lo cual no nos quedó otro remedio que buscar a un sustituto tuyo, tarea que dicho sea de paso no resultó nada sencilla ya que tenía que ser alguien que estuviera a tu altura, que era mucha.

-Y lo encontrasteis -le interrumpió Simbad con mordacidad sin darse por aludido de la solapada adulación.

-Sí, lo encontramos, y la verdad es que hemos quedado muy satisfechos de su labor puesto que se trata de un magnífico profesional. Es una lástima que no hayas leído el libro.

-Esto es irrelevante. ¿Quién fue el afortunado?

Por favor, sobra el sarcasmo. Nada menos que el capitán Archibald Haddock, gran amigo y compañero de aventuras de Tintín. ¿Los conoces?

-No.

-Pues no sabes lo que te pierdes, ya que los veinticuatro álbumes de Tintín son una de las más importantes series de historietas, si no la más importante, de toda Europa. Lamentablemente su creador, el dibujante y guionista belga Hergé, tras su fallecimiento en 1983 impuso en su testamento que sus personajes murieran con él, prohibiendo explícitamente que otros dibujantes y guionistas los utilizaran en nuevas aventuras a diferencia de lo que sí ocurrió con Astérix. Lo cual fue una lástima, puesto que Hergé contaba con discípulos que habrían podido continuarla de manera muy digna. Pero es lo que hay, su voluntad fue respetada y las aventuras de Tintín concluyeron para siempre, quedando la última de ellas inconclusa.

-¿Y qué tiene que ver eso conmigo? -se impacientó Simbad, que empezaba a sentirse incómodo al llevar tanto tiempo de pie-. O mejor dicho, ¿por qué este mismo criterio no puede ser aplicado en mi caso?

-Porque las circunstancias legales son muy distintas, mi querido amigo. Nosotros sí estamos autorizados por ti para continuar tus aventuras incluso sin tu colaboración, como ya te he explicado. Pero volvamos al tema. La decisión de Hergé dejó a sus personajes no sólo huérfanos, sino también sin la menor posibilidad de ganarse la vida. Pasado algún tiempo Tintín ingresó en una comunidad budista llevándose con él a su inseparable Milú, el profesor Tornasol se ganó la vida, bastante bien por cierto, escribiendo libros de temática esotérica, Hernández y Fernández formaron un dúo cómico que alcanzó grandes éxitos, la Castafiori abrió una academia de canto... pero el pobre capitán Haddock cayó en una espiral depresiva que le llevó a refugiarse de nuevo en el alcohol. Fuimos nosotros los que le rescatamos ofreciéndole ser tu sustituto, y él aceptó encantado adaptándose con tal entusiasmo a tu personaje que te puedo asegurar, sin la menor intensión de hacer comparaciones, que los resultados fueron excelentes.

-En resumen, encontrasteis en él un magnífico imitador mío; supongo que lo disfrazaríais con un atuendo acorde con la ambientación sin que faltaran el turbante ni la cimitarra, aunque lo que me llama la atención es que un marino mercante del siglo XX fuera capaz de gobernar un navío de vela medieval.

-De nuevo el sarcasmo -le recriminó el editor-. Pues sí, se adaptó sin problemas; además de ser un excelente marino y un magnífico actor, contó con todo un equipo de asesores gracias al cual pudo desempeñar su papel con total profesionalidad.

-¿Incluidas las cogorzas? -Simbad no estaba dispuesto a renunciar a las pullas.

-Haddok dejó el alcohol en cuanto se volvió a sentir útil y recuperó su autoestima. Además al representar el papel de un musulmán esto era algo necesario, aunque tendrás que reconocer que tú tampoco eras precisamente abstemio; recuerda como en tu quinto viaje lograste desembarazarte del Viejo del Mar emborrachándolo tras verte beber a ti...

-Bueno, dejémoslo -respondió incómodo el marino-. El caso es que buscasteis un sustituto sin que ni siquiera tuvierais el detalle de comunicármelo; no es ya una cuestión de contratos y legalidades, sino de respeto. Así pues, no te ha de sorprender mi desagrado.

-Cierto, lo admito. Pero, ¿habrías cambiado de intención si, tras comunicarnos tu decisión irrevocable de acabar con tus viajes, te hubiéramos respondido que estábamos dispuestos a seguir adelante contigo o sin ti?

El silencio del aventurero bagdadí fue tan elocuente que sobraron las palabras.

-De todos modos -añadió el astuto editor-, todavía no ha sucedido nada irreversible. ¿Recuerdas cuando Sean Connery tuvo que tragarse su negativa a volver a interpretar el papel de James Bond, viéndose obligado a protagonizar la película Nunca digas nunca jamás?

-No veo qué pueda tener en común ese caso con el mío -rezongó Simbad-; Connery era tan sólo un actor que interpretaba ese papel y fue reemplazado sucesivamente por otros varios, mientras yo soy el personaje real de una serie de aventuras reemplazado por un impostor contra mi voluntad, con independencia de lo bien que éste representara el papel; mi caso se parece mucho más, aun tratándose de un personaje ficticio, al del Quijote apócrifo de Avellaneda, que pretendió suplantar, por supuesto sin conseguirlo, al auténtico.

-Sí, pero a raíz de su publicación Cervantes se apresuró a escribir la segunda parte del Quijote auténtico -fintó hábilmente el editor.

-¿Qué quieres decir con eso?

-Pues algo tan sencillo como que no tienes cerrada ninguna puerta. Ciertamente no has podido participar en el octavo viaje, pero siempre podría haber un noveno...

-No me hagas reír. ¿Qué pasaría entonces con vuestro flamante seudo Simbad? ¿Volvería a empinar el codo? Porque en la historia de mis viajes tan sólo hay hueco para un único Simbad el Marino, sea yo o un remedo mío.

-¡Oh!, eso ya lo hemos tenido en cuenta. Haddok es muy considerado y nos está agradecido por haberle rescatado, y con él nunca habría problemas. Además siempre fue un secundario en las aventuras de Tintín haciendo de contrapunto a éste, lo que no impidió que adquiriera relevancia merced a sus propios méritos. Podríamos seguir la misma estrategia convirtiéndolo en tu compañero, lo cual os potenciaría a los dos. Al fin y al cabo los grandes personajes siempre lo han tenido: Don Quijote y Sancho Panza, el Capitán Trueno y Goliath, Tom Sawyer y Huckleberry Finn, Aquiles y Patroclo, Sherlock Holmes y Watson, Sandokán y Yáñez, Mortadelo y Filemón, Astérix y Obélix, Batman y Robin, el Gordo y el Flaco, Robinson Crusoe y Viernes... bastaría con tejer una trama para explicar por qué razón Haddok te sustituyó en el octavo viaje. Por ejemplo, se me ocurre que tú podrías haber sido embrujado por un mago y él habría fingido ser tú para liberarte; nada especialmente difícil comparado con otros giros argumentales más complicados tales como la resurrección de Sherlock Holmes tras ser matado por Conan Doyle, que tuvo que transigir ante la presión de sus lectores. Por eso no hay que preocuparse, confío en la habilidad de nuestros guionistas. ¿Qué te parece la idea? ¿Contamos contigo para la siguiente entrega?

En su entusiasmo el editor se había girado para sacar del cajón de un archivador unos esbozos del futuro guión que pretendía mostrar a Simbad, lo cual fue aprovechado por éste para escabullirse sin despedirse siquiera.

Frustrado, gritó al vacío:

-¡Volverás!

Las crónicas no recogen si se llegó a cumplir la predicción.


Publicado el 20-3-2024