Yahvé se indignó al descubrir que Adán y Eva habían comido del fruto del árbol prohibido. A Eva le dijo:

-Por haberte dejado engañar por la serpiente, parirás con dolor y obedecerás siempre a tu esposo.

Y a Adán le sentenció:

-Por haberme desobedecido maldeciré la tierra; con esfuerzos la labrarás y habrás de ganarte el pan con el sudor de tu frente.

Dicho lo cual los expulsó del jardín del Edén, apostando a su entrada a un ángel armado con una espada flamígera para impedirles volver.

Adán y Eva, toscamente vestidos con unas pieles, comenzaron a vagar con el exterior del jardín del Edén en busca de un nuevo lugar en el que asentarse. Apenas se habían alejado de su antigua morada, cuando toparon con un cartel rotulado con vivos colores que decía:

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-¡Ya empezamos! -rezongó Adán dirigiéndose a su compañera-. Si en algo voy a echar de menos el Edén, es por la dichosa publicidad de aquí afuera.

Y viendo que el sol apretaba de firme y la frente le empezaba a sudar copiosamente, añadió:

-Aunque en este caso concreto, quizá no estaría mal probar ese potingue. ¿Dónde demonios estará la tienda más cercana?