Inconvenientes de la teletransportación
0Celedonio Cerebrín estaba exultante. Tras muchos años de arduas investigaciones había confirmado su teoría de que las habilidades paranormales -telepatía, telequinesis, teletransportación, percepción extrasensorial, clarividencia, precognición...- estaban latentes en la mente humana, bastando con una estimulación adecuada para que afloraran.
Lo cual no era ni mucho menos sencillo, como lo demostraba el hecho de que todas las presuntas manifestaciones de estas capacidades habían sido puestas en tela de juicio por la comunidad científica por falta de rigor o consistencia, cuando no se había tratado simplemente de fraudes. Pero Celedonio lo había logrado siguiendo una metodología heterodoxa y autodidacta, pero no por ello menos sistemática ni rigurosa, radicando en ello su éxito tal como ocurriera con los hermanos Wright, que sin los menores conocimientos de física ni matemáticas lograron lo que habían tildado de imposible los más sesudos científicos de su época: volar.
Así pues, combinando unos entrenamientos mentales de su invención con el suministro controlado de determinados neurotransmisores, Celedonio pudo lanzar su ¡eureka! aunque se cuidó mucho de pregonar su logro puesto que, para sus fines, la discreción resultaba vital.
Aclarémoslo: Celedonio era un ladrón, o pretendía serlo; un ladrón de guante blanco al que nunca pudieran hallar en flagrante delito puesto que gracias a su habilidad recién adquirida le sería posible esquivar con toda facilidad al brazo de la ley. Habilidad en singular, puesto que la única que le interesaba por razones obvias era la teletransportación y, dado que el proceso necesario para adquirir las habilidades paranormales era propio para cada una de ellas, había decidido con muy buen criterio no dedicar ni tiempo ni esfuerzos a las demás.
Su plan no podía ser más sencillo: trasladarse mediante teletransportación a algún lugar protegido donde poder hacerse con un buen botín y retornar limpiamente con él a su domicilio. En concreto, ideó hacerlo en la cámara acorazada del Banco de España y arramblar con un buen puñado de lingotes de oro, de los cuales una vez fundidos resultaría imposible comprobar su procedencia.
Pero antes sería necesario realizar unos ensayos previos para familiarizarse con su peculiar sistema de viaje, por lo que probó a trasladarse a la habitación de al lado; no era cuestión de pegarse un mamporro al caer desde lo alto ni de materializarse en mitad de una pared, aunque según sus desarrollos teóricos este último riesgo quedaba descartado por el principio de impenetrabilidad de los cuerpos sólidos.
Hizo los ejercicios mentales necesarios para teletransportarse, ordenó a su cuerpo que lo hiciera e instantes después se encontraba sano y salvo en su destino, pudiendo decir emulando a Neil Armstrong que había sido un pequeño paso en su domicilio -apenas a través de un tabique- pero un gran salto hacia su prosperidad.
Sin embargo, pronto descubrió que algo no iba bien: llegó a su destino tal como vino al mundo, ya que sus ropas y zapatos se habían empeñado en quedarse en el punto de partida negándose a acompañar a su cuerpo. No era que esto en sí mismo le importara demasiado al no existir el riesgo de incurrir en exhibicionismo público, pero también le impediría llevar consigo, tal como tenía planeado, una linterna dado que el interior de la cerrada cámara estaría con toda seguridad a oscuras, así como una mochila o similar en la que guardar los pesados lingotes.
Era un fastidio, pero siempre podría buscar los lingotes al tacto y, aunque fuera llevándoselos de uno en uno, bastaría con repetir los viajes todas las veces que resultara necesario, dado que el tiempo de tránsito era virtualmente nulo.
Aunque... un temor repentino le invadió de forma tan intempestiva como aplastante. Y como sólo había una manera posible de comprobarlo, procedió a hacerlo: buscó un objeto lo suficientemente pesado como para poder utilizarlo a modo de sustituto del lingote -tuvo que conformarse con un horroroso cenicero que le regalaron años atrás ¡y eso que no fumaba!-, lo asió con ambas manos, retornó a la habitación de partida... y a ella llegó sin el menor percance pero con las manos vacías, mientras procedente de la habitación de al lado se oyó el ruido que hizo el cenicero al estamparse contra el suelo rompiéndose en multitud de pedazos.
Desalentado por el fracaso, pero tesonero hasta el final, Celedonio se dedica ahora a desarrollar su precognición con la esperanza de acertar el primer premio de la lotería, una quiniela jugosa o cualquier otro juego de azar, aunque contando con el fallido precedente anterior esta tarea le llevará probablemente años.
Publicado el 21-8-2024