La verdadera historia de los Tres Cerditos



El Cerdito Práctico estaba preocupado. Sus dos imprudentes hermanos habían sido atacados por el Lobo Feroz, el cual había derribado sus endebles cabañas de paja y madera intentando devorarlos; y aún habían tenido la suerte de escapar de sus fauces refugiándose en su casa de ladrillo. No por ello había cejado en sus intentos la fiera, pero había topado con la solidez de los muros convertidos en un refugio seguro para todos ellos.

Pero el astuto Lobo, si bien no había podido conseguir sus objetivos, tampoco cayó en la trampa que le habían tendido poniendo un caldero de agua hirviendo en el hueco de la chimenea, con objeto de que éste se escaldara al bajar por ella desde el tejado. Simplemente, al constatar lo inútil de sus esfuerzos se había limitado a marcharse profiriendo amenazas pero sin darles la menor pista sobre sus planes.

Y si bien a Flautista y Violinista les faltó tiempo para celebrar alegremente la derrota de su mortal enemigo, su hermano mayor seguía desconfiando, por lo cual les conminó a no alejarse demasiado de la vivienda manteniéndose alerta en prevención de que el Lobo permaneciera al acecho a la espera de pillarlos desprevenidos.

No le faltaba razón a Práctico, puesto que éste era extremadamente tenaz y no acostumbraba a cejar en su empeño por más dificultades que se cruzaran en su camino; sobre todo cuando tenía hambre, y aparentemente tenía mucha. Pero con lo que no contaba el perspicaz gorrino era que su enemigo infligiera el ataque por donde menos lo hubiera esperado.

Una semana más tarde del frustrado asalto a su vivienda, llamó a la puerta la comadreja que ejercía el trabajo de cartera. Aunque no representaba ningún peligro para ellos, fue Práctico quien abrió preguntándole qué deseaba. Ésta se limitó a entregarle un sobre cerrado con el membrete del juzgado, tras lo cual se despidió volviendo sobre sus pasos.

Intrigado y acosado por la pegajosa curiosidad de sus hermanos, Práctico abrió el sobre y se puso a leer con desagrado el farragoso texto legal, saltándose todos los preámbulos y disquisiciones hasta llegar, después de varios folios, al meollo del documento.

Estupefacto, descubrió que se trataba de una orden judicial por la que se les conminaba a abandonar la vivienda procediendo a la demolición de la misma y al traslado de los escombros a un vertedero autorizado. De no hacerlo en el plazo indicado se aplicaría la ejecución sustitutoria, cargándole todos los gastos más los recargos y sanciones estipulados sin perjuicio de las responsabilidades legales en las que pudiera haber incurrido por desacato.

En un anexo encontró el motivo en el que se basaba el desahucio: según constaba en un certificado emitido por la concejalía de Urbanismo, Práctico había construido su vivienda, sin ningún tipo de licencia ni permiso municipal, en un terreno rústico en el que no estaba permitido edificar al estar protegido por las leyes medioambientales.

Aunque el fallo -así se advertía en el documento- era recurrible en plazo y forma ante las instancias correspondientes, Práctico sabía que no merecía la pena demorar lo inevitable; a diferencia del acoso continuo del Lobo Feroz, al que ya estaban acostumbrados, luchar contra la burocracia resultaría de todo punto imposible. Lo que le indignaba era que desde siempre habían sido muchos los que se saltaron la normativa sin que las autoridades se hubieran preocupado nunca por impedirlo. Así pues, ¿por qué se ensañaban con él cuando su modesta residencia causaba mucho menos impacto que residencias cercanas como la de la abuela de Caperucita, la de Blancanieves y los Enanitos, la del Ogro de Pulgarcito o la Casita de Chocolate?

De repente cayó en la cuenta: sin duda se había tratado de una denuncia del artero Lobo, el cual le constaba que tenía contactos no demasiado claros con algunos funcionarios municipales. Evidentemente se trataba de una artimaña para privarlos de su refugio y poder así perseguirlos por el bosque con la esperanza de cazar a alguno de ellos... e incluso a los tres. Por lo tanto, urgía buscar un lugar seguro en el que poder mantenerse a salvo de su mortal enemigo.

Así se lo comunicó a sus hermanos, y cuando éstos le preguntaron a dónde irían, respondió que de momento podrían refugiarse en la cabaña del cazador que salvó la vida a Blancanieves, que éste solía ocupar sólo cuando era necesario pernoctar en el bosque. Práctico tenía amistad con él, por lo que no habría problema en permanecer allí hasta que pudieran alquilar o comprar alguna vivienda que estuviera vacía.

Lo que no les dijo, ya que no confiaba demasiado en su discreción, fue que aprovecharía esta amistad para intentar convencer al gremio de cazadores de la necesidad de realizar una batida en el bosque para exterminar a los lobos que vivían en él, dada la amenaza que suponían para los habitantes de los cuentos. Daba por supuesto que contaría con el apoyo incondicional de personajes como Caperucita, el Pastor Mentiroso, las Siete Cabritillas y quizá también otros, por lo que no resultaría difícil conseguirlo.

“Al fin y al cabo -se dijo-, quien ríe el último ríe mejor”.


Publicado el 6-9-2022