Las tribulaciones de Esculapio



Esculapio estaba hasta la punta del báculo de ser el médico de los dioses. Teniendo en cuenta que éstos eran inmortales y, por consiguiente, no padecían enfermedad alguna, su trabajo se limitaba a soportar estoicamente sus aburridos soliloquios, cual psicoanalista avant la lettre, para aconsejarlos acerca de sus cuitas, algo para lo que evidentemente no habría necesitado estudiar medicina.

Pero a esto, pese a su desagrado, estaba ya acostumbrado. Lo que le tenía indignado era que le endosaran además el papel de veterinario; pero se trataba de Plutón, una de las deidades más poderosas tras Júpiter, así que quedaba descartado mandar al tártaro a él y a su repulsiva mascota.

Porque de Cerbero, el can tricéfalo, se trataba.

-Ya sé que ésta no es tu labor y que tienes mucho trabajo, por lo cual te pido disculpas -le doraba la píldora el rey de las regiones infernales-. Pero créeme que no tengo a quien recurrir. Mi sobrina Diana me respondió que sólo protegía a los animales salvajes y a la caza, mientras a Fauno sólo le interesan los rebaños. Le pedí a mi hermano que nombrara a un dios tutelar de las mascotas tal como existen en otras mitologías, pero se limitó a remitirme al marrullero de Mercurio, el protector de los burócratas, el cual a su vez me instó a entregar una solicitud al secretario de su gabinete. ¡Se hundirá el Olimpo en el Averno antes de que se tramite! -exclamó iracundo.

-No te preocupes, estoy acostumbrado -ironizó Esculapio haciendo de la necesidad virtud-. Aunque la veterinaria no es mi especialidad, y menos tratándose de un animal tan peculiar. No obstante -añadió al apreciar el fruncimiento de ceño de su irascible interlocutor-, haré todo cuanto pueda.

-Lo dejo en tus manos, pero se trata de algo urgente. El pobre animal no puede seguir así, ya que corre el peligro de volverse loco o de herirse a sí mismo.

-Soy consciente de ello -rezongó Esculapio mirando de reojo a las tres terroríficas cabezas, cuyas tres amenazantes fauces y los seis sanguinarios ojos no invitaban precisamente a acariciarlas.

Intentando ignorarlo, añadió:

-¿Dices que las tres cabezas se pelean entre ellas?

-Así es. Las tres intentan hacerse con el control del cuerpo, pero como las otras dos se oponen, todo acaba en un bloqueo mutuo. En consecuencia, su ferocidad natural se agrava hasta el punto de que hasta a mí me cuesta cada vez más trabajo controlarlo.

En respuesta a las palabras de su amo Cerbero dio un brusco tirón de la correa con la que le sujetaba intentando abalanzarse contra el desprevenido Esculapio, que no pudo evitar dar un respingo pese a hallarse protegido por la mesa de la consulta.

-¿Lo ves? -explicó innecesariamente Plutón al tiempo que sofocaba el embate-. Bien está que amedrente a los condenados, para eso lo diseñaron, pero es que se comporta así incluso conmigo. Hasta Proserpina le ha cogido miedo y le rehúye. Esto es lo único en lo que se ponen de acuerdo las cabezas, el resto del tiempo lo pasan peleándose y ya se han provocado varias heridas, algunas de las cuales habrían sido mortales de no tratarse de un ser inmortal.

-El diagnóstico está claro -explicó Esculapio adoptando su mejor tono profesional-: es un conflicto de competencias al existir tres cabezas intentando gobernar a la vez un único cuerpo. Si una de ellas fuera más fuerte que las otras no habría problema, ya que las dominaría relegándolas a un papel secundario como mover la cola o cosas así, pero como las tres son equipotentes se produce un impasse que acaba provocando trastornos de comportamiento a todas ellas, pudiéndose llegar con el tiempo a una neurosis triple de insospechadas consecuencias.

-Eso ya lo suponía yo -respondió acremente su interlocutor, no dotado especialmente para la diplomacia-. Lo que quiero saber es como solucionarlo.

-Hum... -Esculapio se rascó la parte inferior de la barba con la punta del báculo en un intento de ganar tiempo; sabía de sobra que a Plutón no le gustaría nada lo que le iba a decir-. Tan sólo se me ocurre una cosa: amputar.

-¿Amputar? ¿El qué? -preguntó incrédulo Plutón al tiempo que Cerbero, adivinando aparentemente de lo que se trataba, comenzó a gruñir amenazadoramente por sus tres gargantas.

-¿Qué va a ser? -respondió Esculapio al tiempo que aferraba el báculo de forma que pudiera utilizarlo como arma defensiva si fuera necesario-. Dos de las tres cabezas, por supuesto, de modo que la restante pudiera ejercer un control efectivo del cuerpo sin interferencias ni competencia de ninguna clase.

Si no necesitó recurrir al báculo fue gracias a que la titánica fuerza -al fin y al cabo le venía de familia- de Plutón logró sujetar al indignado can que, como cabía suponer, no estaba en absoluto de acuerdo con tan drástica medida.

-¿No existe otra solución? -preguntó su amo tras conseguir acallarlo, no sin esfuerzos y tras varios bastonazos con su cetro infernal-. Esto supondría mutilar al pobre animal. Además se convertiría en un simple perro, feroz por supuesto pero incapaz de infundir suficiente terror a mis súbditos.

-Tú lo has dicho, existe una incompatibilidad completa entre las tres cabezas. Mientras cada una de ellas siga entrando en conflicto con las otras dos, la situación irá cada vez a peor.

-Pero mutilar al pobre animalito de una manera tan cruel... aparte de que las dos sacrificadas, esa es otra ya que habría que elegir a la superviviente, no morirían porque son inmortales, pero poco podrían hacer separadas de su cuerpo.

-No necesariamente -al astuto dios de la medicina se le había ocurrido una solución-, aunque necesitaríamos el consentimiento de tu hermano, ya sabes lo puntilloso que es en lo referente a sus atribuciones como amo absoluto del Olimpo y sus diferentes secciones, incluida la tuya. Bastaría con clonar el cuerpo dos veces, pero no completo sino tan sólo lo que comparten de cuellos para abajo. Acto seguido trasplantaríamos cada una de las dos cabezas sobrantes a los nuevos cuerpos, de manera que tendrías tres Cerberos cada uno de ellos completo, con su única cabeza y su respectivo cuerpo. Y se acabaron los problemas.

-Ya, pero... -Plutón seguía sin verlo claro-. Si Cerbero causa pavor en mis dominios es a causa de sus tres cabezas, que le diferencian de los perros comunes por muy feroces que puedan ser éstos; al fin y al cabo un monstruo lo es precisamente por su monstruosidad, con independencia de su mala uva.

-Amigo mío, te aseguro que este animal es suficientemente temible por sí mismo con independencia del número de sus cabezas, de hecho hasta a mí me está inspirando temor ahora mismo, y eso que lo tienes bien sujeto. Además, míralo por el lado bueno; serían tres Cerberos, monocéfalos eso sí, pero capaces de acosar a sus presas formando una jauría, algo que no puede hacer ahora. Y por supuesto se acabarían sus trastornos de conducta; se pelearían entre ellos para establecer una jerarquía tal como hacen los perros normales, pero serían perfectamente capaces de actuar juntos y de llevarse bien. No perderías dos cabezas, ganarías dos perros.

-Si tú lo dices... ¿no hay otra solución mejor? -y viendo el gesto negativo de Esculapio se rindió-. Está bien, pediré permiso a Júpiter -algo que evidentemente no le agradaba, era vox populi la rivalidad soterrada existente entre ambos, así como el rencor de Plutón por haberle tocado en el reparto el más desagradable de los reinos-. Vámonos, Cerbero, pronto tendrás dos hermanos.

-No es necesario que lo traigas aquí para la toma de muestras celulares, mandaré a uno de mis ayudantes al Averno; cuando estén listos los clones acéfalos mi hija Higiea te avisará para realizar la intervención -le saludó a modo de despedida.

Esculapio suspiró cuando se vio libre de ambos, aunque le irritó comprobar que una de las tres cabezas de Cerbero, a saber cual de ellas, había ordenado al cuerpo dejar una firma olorosa en el quicio de la puerta; tendría que avisar para que lo limpiaran antes de llamar a su siguiente paciente. Y todavía quedaban varios, como pudo comprobar con desesperación al mirar el listado en la pantalla del ordenador. ¡Quién le mandaría meterse en semejantes berenjenales!


Publicado el 6-10-2024