Las tribulaciones de Noé
Tras un año largo de encierro en el arca, Noé y su familia pudieron volver a pisar tierra firme cuando, tras la retirada de las aguas del diluvio, ésta se posó en el monte Ararat. Salieron del navío y, tras soltar a los animales supervivientes de la travesía, el patriarca decidió alzar un altar a Yahvé ofreciéndole un holocausto. Para ello pidió a Sem, su hijo mayor, que trajera animales puros y aves puras con los que consumar el holocausto.
-Padre, esto no es posible -respondió éste.
-¿Cómo que no es posible?
-Padre, sabes de sobra que apenas quedaban animales cuando encallamos en tierra, y ninguno de ellos es puro ni, por lo tanto, apropiado para el sacrificio. Además los soltamos a todos ellos y huyeron esparciéndose sobre la faz de la tierra.
-¿No tenemos animales para el holocausto? -preguntó incrédulo.
-Ni para el holocausto ni siquiera para comer nosotros. Recuerda que las ratas escaparon de sus jaulas y, tras crecer y multiplicarse desaforadamente, acabaron con buena parte de las provisiones de grano. Luego se desató una plaga entre los animales que mató a muchos de ellos, y los supervivientes padecieron hambre. Finalmente los carnívoros huyeron de sus encierros y devoraron a los herbívoros que restaban. Y por si fuera poco, el choque contra una roca que sobresalía de las aguas provocó una inundación de la sentina que acabó con nuestras últimas provisiones. De haber durado algo más el viaje no habríamos tenido para comer más que la madera de la propia arca.
-Y por si fuera poco -añadió su hermano Cam, que se había aproximado en silencio-, seguimos sin tenerlo; aquí no hay animales, ni siquiera los más inmundos, que poder cazar o pastorear, y las plantas han quedado arrasadas por el diluvio. Hasta que las semillas no germinen y las plantas no den fruto, no tendremos con qué alimentarnos.
Iba a responderles Noé, cuando una potente voz resonó desde las alturas.
-¡Noé, estoy aguardando tu sacrificio! ¿A qué esperas para satisfacerme?
-Señor -exclamó el abatido patriarca-, ya has oído a mis hijos. No tenemos con qué hacerlo. Como no quieras que prendamos fuego al arca...
-¡Noé! -bramó Yahvé-. Has sido indigno de mi confianza. ¿Cómo esperáis sobrevivir tú y tu mujer, tus hijos y las mujeres de tus hijos, careciendo de sustento? ¿Cómo vas a poder obedecer mi mandato de crecer y multiplicaros hasta que hayáis repoblado la tierra?
Sin saber qué responder, el interpelado guardó silencio. Fue Jafet, su hijo menor que también se había reunido con ellos, quien lo hizo por él con la osadía propia de su juventud.
-No ha sido culpa nuestra. Nosotros éramos pastores y agricultores que vivíamos de nuestro trabajo honrando tu memoria. Nada entendíamos de ingeniería naval ni de guardianes de zoológico, pese a lo cual tuvimos que ejercer de ambas cosas sin la menor ayuda pese a que todavía faltan siglos para que estos oficios sean inventados. Salvando todo tipo de dificultades construimos el arca y estabulamos en ella a los animales siguiendo tus instrucciones, pero carecíamos de conocimientos adecuados para afrontar tu mandato y desconocíamos por completo las dificultades que pudieran surgir. Demasiado hemos hecho llegando sanos y salvos a este páramo desértico en el que no crece ni una mala hierba ni por el que se arrastra un solo reptil. ¿Debemos ser además castigados por ello?
Mientras su padre y sus hermanos le miraban horrorizados por el sacrilegio en que imprudentemente había incurrido, Yahvé habló de nuevo admonizando severamente a Noé.
-Debería castigaros a ti y a tu parentela por vuestra ineptitud, y una vez más a tu hijo por su insolente irreverencia. Pero como soy benévolo y por encima de todo omnipotente, he decidido otorgaros una segunda oportunidad. Violando las leyes físicas que yo mismo establecí, haré retroceder el tiempo hasta el momento en el que te ordené que construyeras el arca. Puesto que ya conoces las dificultades y los problemas que tendrás que afrontar durante el diluvio, podrás ser capaz de solucionarlos. ¡Ah, y esta vez procurad lavaros más, que por falta de agua no va a ser! Hasta aquí arriba llega el pestazo que soltáis.
Iba Noé a protestar argumentando que prefería morir de hambre en ese pedregal antes que volver a pasar por semejante ordalía, cuando de repente se vio de nuevo en su apacible país, junto a su tienda, oyendo una voz que desde el cielo decía:
-Noé, veo venir el fin de todos, pues la tierra está llena toda de sus violencias y voy a exterminarlos arrojando sobre la tierra un diluvio de aguas que aniquilará cuanto bajo el cielo alienta vida. Pero contigo haré una alianza, pues sólo a ti he hallado justo de todos los de tu generación. Construirás un arca de trescientos codos de largo, cincuenta de ancho y treinta de alto y entrareis en ella tú y tus hijos, tu mujer y las mujeres de tus hijos...
-¡No, otra vez no! -gimió el desdichado patriarca-. ¡Prefiero ahogarme!
Publicado el 18-11-2023