La vuelta al mundo en ochenta días... y pico



Phileas Fogg, el intrépido caballero inglés que había arriesgado toda su fortuna apostando que sería capaz de dar la vuelta al mundo en ochenta días, se presentó impasible en el salón del Reform-Club justo en el momento en el que según su reloj se cumplía el plazo estipulado para rendir cuentas de su viaje.

Tan sólo unos minutos antes Fogg estaba convencido de haber perdido la apuesta por culpa del estúpido policía Fix, que le había detenido nada más poner pie en territorio británico acusándole falsamente -¡a él, todo un esquire!- de haber sido el autor de un importante robo en el Banco de Inglaterra. Aunque la captura del verdadero ladrón demostró su inocencia y permitió su inmediata puesta en libertad, este inoportuno trance le había impedido llegar a Londres con tiempo suficiente para lograr su proeza.

Por fortuna no había contado con el hecho de que al viajar de oeste a este, es decir en el mismo sentido que la traslación de la Tierra, había ganado un día en su azaroso periplo en torno al planeta, por lo cual su llegada a Londres había tenido lugar la víspera del día previsto. Fue su criado, el fiel Picaporte, quien se percató de ello cuando ya faltaba muy poco para que venciera realmente el plazo y, tras haber sido apercibido de esta circunstancia, mister Fogg se había encaminado, en una carrera contrarreloj, al salón del Reform-Club donde se había convenido que se presentara.

Apenas le sobraron unos segundos, pero fueron suficientes para que hiciera una entrada triunfal y, con su característica flema británica, se presentara diciendo:

-Aquí estoy, señores.

Los allí presentes le miraron con caras de sorpresa que se transformaron en sonrisas de satisfacción por parte de sus rivales. Uno de ellos, John Sullivan, le espetó, con una delicadeza poco acorde con su categoría social:

-Lo lamento infinito, mister Fogg, pero he de comunicarle que usted ha perdido la apuesta.

-¡No puede ser! -exclamó éste-. Hoy es el día en el que vencía el plazo, y entré por esa puerta justo antes de que el reloj diera las campanadas correspondientes a las ocho y cuarenta y cinco de la tarde, hora estipulada para su término.

-Todo es correcto, mister Fogg, excepto en un detalle: usted llegó a las nueve y cuarenta y cinco, menos algunos segundos. Casi con una hora de retraso.

Y viendo el gesto de estupor de su interlocutor, explicó:

-Me temo que debió olvidarse de adelantar su reloj para ajustarlo al horario de verano.




N. del A.: Sí, ya sé que en la novela de Julio Verne el viaje de Phileas Fogg alrededor del mundo tuvo lugar entre el 2 de octubre y el 21 de diciembre de 1872, por lo que difícilmente le podría haber afectado el adelanto horario que suele tener lugar en el mes de marzo, si es que tal costumbre hubiera estado implantada en su época; pero como es fácil comprender, me ha sido necesario alterar ligeramente esta cronología para poder escribir el relato. En cualquier caso, éste puede ser considerado como una ucronía de la novela original ocurrida en un universo literario paralelo.


Publicado el 27-6-2016